Siempre hubo tramas, conspiraciones, intereses en la sombra, los argumentos torcidos de quienes están por encima de gobiernos y manejan con absoluta discreción, con sublime desparpajo, los hilos del mundo, pero el peso del mundo ya no es el amor, como cantaba Hilario Camacho, que en la gloria misma esté: el mundo pesa por las deudas que contraen sus inquilinos. Eso lo saben los bancos y sobre esa construcción moral planifican su cartera de inversiones, su mezquina (en ocasiones) injerencia en la rutina doméstica del moroso de turno. Morosos, a ver quién se salva, somos todos: lo tenebroso es hacer morosa a la sociedad entera. Ahí arranca este turbio film, en una Europa que se parece cada vez más a los paraísos fiscales de los setenta y que oscila entre la fantástica herencia cultural del pasado y el tecnificado, gris y usurero horizonte que se abre en el futuro. Tom Tykwer cartografía el mal y lo escenifica en oficinas hi-tech, en un atrezzo frío, de confortables sillones y pantallas. Atrás queda la hipnótica y minimalista Corre, Lola, corre o el ampuloso ejercicio de cine barroco, desacertado por excesivo, que fue El perfume. El señor Tykwer ha presentado credenciales para convertirse en el próximo director de cualquier entrega de Bourne o del eterno Bond.
La banca mundial tiene sus ideólogos, gente entre la ruindad y la mística, que como los buenos jugadores de ajedrez preveen el devenir de la partida y hacen recuento de las bajas antes de que el rey deponga su altivo porte y caiga sobre el tablero. El mundo, visto como un tablero, evita que los jugadores tengan algo parecido a la moral. La investigación, expuesta a modo de thriller trepidante por momentos, que exhibe The international es modélica si bien puede imputársele cierto abandono de lo estrictamente emocional: los jugadores de esta partida la viven tan a tope que no poseemos de ellos otros datos de interés que los propios que la misma partida emana. Nada grave para desbaratar la idea de que estamos ante una película notable, formidablemente narrada, apenas lastrada por material accesible, por la cuota mainstream a la que el cine made in Hollywood, destinado a hacer caja, se debe. Y brilla como una estrella crepuscular ese actor llamado Armin Mueller-Stahl, que está últimamente, a gozo nuestro, en todas partes. Brilla sin aturdir, ocupa con muy breves gestos toda la escena y recrea con pasmoso magisterio la decadencia del ser humano, su declive, la anuencia de que la vida no vale nada si en su forja se han abandonado los ideales, la creencia de que algo bueno podemos hacer para alcanzar eso tan remotamente accesible que llamamos felicidad.
1 comentario:
Si te apetece otra dosis de desasosiego o si hoy no has tropezado con algo que te perturbe el sueño y la aparente tranquilidad que (supongo)sientes en tu casa te recomiendo que veas "El Jardinero Fiel", si todavía no la has visto y no has leído el libro de Le Carré. Es otro abismo producto de la conducta humana que emite su llamada y que me hace dudar de que nuestra sociedad se pueda calificar de civilizada.
Saludos
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