14.12.25

Una flecha de oro

 Ser metafísico tendría que estar absolutamente de moda. Hay que postularse en la metafísica. Exhibir músculo metafísico. Escribir alejandrinos metafísicos. Buscar alimentos de metafísica contrastada. Hoy sábado, en pleno uso de mis facultades metafísicas, declaro desconocer cualquier consideración fiable sobre las circunstancias tangibles de la materia. La realidad se sustenta en una metafísica. Saber es constatar las limitaciones del conocimiento. Creo ciegamente (iba a decir metafísicamente) en el escrutinio de mi propia incertidumbre. La misma verdad, una vez tenida bien a la vista, disuade de que se la hurgue y prospecte. El alma, en cambio, se envanece al trastear en su trajín invisible. Se deja, pide que se trastee y dome. No hay reino de más hondura. Formulamos explicaciones racionales sobre la intemperie de la realidad. Su danza de moléculas es un discurso matemático, pero lo que verdaderamente nos sublima (nos hace conscientes de lo que somos, nos trasciende) es otra danza, la de las ideas. 

No sabemos si el cuerpo y el alma se entienden amorosamente. Si hay ciencia en ese abrazo arcano. Por eso me levanté metafísico, y he decidido trasegar con absoluta convicción las elementales injerencias de lo real. Habrá aplomo, determinación, tal vez cierta flaqueza cuando advierta que ninguna de mis intervenciones conscientes diferiran (me temo) de las habituales, las que no estaban tocadas por ese numen inédito con el que determino afrontar este día marcado, relevante. Me obstino pues en la metafísica, en la pesquisa filosófica, en la tentativa de infinito, en la confianza de que tendré respuestas o, en su defecto, las preguntas fundamentales, y a pesar de todo sé que hago todas esas cosas con la más magra fortuna. Ellas me conducirán. Sobre las preguntas edificaré el completo edificio de mi existencia. Dicho esto, debo volver a la premisa inicial. Ser puede ser metafísico sin pensar que se es. Quizá se trate de eso. Preguntado sobre qué era el tiempo, alguien dijo saberlo si no se le cuestionaba sobre su existencia e ignorarlo si precisaba  razonarlo. Pero hay que insistir en la metafísica, en la perseverancia de la discusión íntima con lo inefable. Como un niño encerrado en una habitación en la que ya no cabe ni un solo juguete más. Así fundar la luz y dar con su causa. Así el tiempo con su flecha de oro. 

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