"El placer es el bien primero. Es el comienzo de toda preferencia y de toda aversión. Es la ausencia del dolor en el cuerpo y la inquietud en el alma."
Epicuro de Samos
Pronto llevaré 20 años leyendo a diario esta cita clásica. Contiene una máxima de vida a la que he tratado de aplicarme con dispar fortuna. Ocupa desde entonces la cabecera del blog en donde transcribo (también con voluble desempeño) mi literatura. Lo abrí para escribir sobre cine. En 6876 días he consignado 4437 textos que han tenido 1.593.850 visitas. Creo que es el blog de la perseverancia. Ese cómputo de días, de escritos y de visitas me hace feliz, pero lo que más festejo es que mi voluntad haya decidido que siga en pie. Festejo esa consideración, al menos: la de bregar con la escritura, para bien o para mal. He sido tozudo, he resistido con entereza, he hecho de ese blog una extensión de mí mismo. No sabría explicarme sin escribir, tampoco lo haría sin mencionar El espejo de los sueños. Lo cuido como si fuese mi casa. Ese ha sido quizá el cometido más fiable: escribir casi a diario, no dejar que la página entre en barbecho, hacer que el placer sea "el bien primero, el comienzo de toda preferencia y de toda aversión, la ausencia del dolor en el cuerpo y la inquietud en el alma". Imagino al blog como una especie de cuaderno o de espejo de sueño. Ahí me siento verdaderamente escritor.
Se puede estar más solo que escribiendo, pero ninguna soledad, ni siquiera la no pedida, la que nos invade y sojuzga, rivaliza con la escritura en hondura, en apartarse enteramente del mundo y, al tiempo, en apropiarse de él. En ocasiones, al escribir, se percibe esa soledad, se aprecia cómo se cierne en torno, sin que podamos zafarnos de ella o sin que, por más que nos afanemos, podamos tampoco dejar de escribir. Dejar de escribir con la esperanza de que regrese la luz o de que la oscuridad no cunda, ni se enseñoree como suele. Nunca fue un padecimiento escribir, nunca sentí que me fracturara o que me ablandase o que me retirara alguna posible fortaleza que yo, sabiéndolo o no, pudiera tener y, sin embargo, a veces prefiere uno no tener que dejar consignado nada, no ocupar la limpieza de la hoja o el vacío del editor de este blog. No dura mucho ese arrebato ascético, un poco sobrevenido por el cansancio o por la evidencia de que no hay ningún lado al que conduzca escribir que no se pueda acceder de otro modo, no sé, paseando, tomando café con los amigos en las terrazas del otoño éste recién abierto, leyendo lo que otros a los que no conocemos han hecho para nosotros, ah lectores. No es una preocupación que persista, se diluye conforme el día va conviniendo sus peajes y tienes que salir a la calle y acudir al trabajo y regresar a casa en coche, cuidando de que nadie invada nuestro carril, pero de pronto hay una necesidad y se aplica uno en satisfacerla. No importa de qué se escriba, incluso de la escritura misma, tal es el caso. Lo que de verdad cuenta es penetrar en esa soledad solicitada y dejarse ir. No creo que haya otro método: no hay escritor que no se deje ir, por más que organice y cuadre su trabajo, por más que investigue, tabule o prevea cuál será el texto que finalmente saldrá. Lo que fascina es el acto impetuoso de la escritura, su vértigo, su fiebre, ese avanzar loco, sin brújula, en el que las palabras se prestan y uno las abraza o las censura o aplaza que concurran o se duele de que salgan esas y no otras, que son las que deseamos, pero no están a nuestro alcance. Tal es el caso también. Esta soledad mía es más íntima cuando abre el día. Ahí encuentro que está la cabeza en condiciones, si es que eso fuese cierto. Ahí me envalentono con el día y encaro lo que a su antojadizo capricho haya decidido arrojarme. En este sentido un poco nutritivo de las cosas, escribir es una ingesta de luz, una especie de avituallamiento de coraje para que no nos haga flaquear en demasía el tráfago de las cosas. Como quien sale a correr a primera hora de la mañana y vuelve a casa con el cuerpo encendido y la cabeza alerta.
La portada de Manhattan lleva todo este tiempo en la cabecera del blog. No sé por qué la cogí. Me parece que no podré sustituirla nunca por otra. Habrá que seguir escribiendo. Mi abuela Luisa lo decía mejor: "Mientras el nieto corre, el mundo gira". Y el placer, ah, el placer, el bien primero, el don más hondo. Uno de los que más aprecio es la de nuevos amigos que el blog me ha traído. Vinieron de Madrid, de Málaga, de Nueva York, de Barcelona. Uno escribe para que lo quieran. Esa podría ser otra máxima. Hoy es un día de máximas y de gratitudes.

1 comentario:
Un blog de referencia para los que tenemos blog con escritos personales y de gustos propios. Salud por los 20 master.
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