27.11.19

Cachivache

Vienen a veces a la cabeza palabras a las que uno profesaba cierto afecto y que se han extraviado de alguna manera. Palabras que colocaba en cuanto podía y que casi nunca esperaba que fuesen, por sí mismas, distracción de la conversación en que se contenían, pero qué placer tan enorme que así resultasen, que de pronto cobraran vida y desviaran incluso el motivo que las alentaron. Cae entonces uno en la cuenta de que el lenguaje es una especie de cuerpo vivo, que avanza sin el concurso de nuestra voluntad o que la desvía, acercándola a territorios que no conocemos mal o que ignoramos. No hay conversación en que yo participe en donde no perciba la contundencia fonética o semántica de una palabra y que no me induzca, ya digo que sin que yo lo promueva, a que la haga más manifiesta de lo que es, la eleve a un lugar de más preeminencia y no hay vez en que alguien, tarde o temprano, la reclame, la cree suya y la incorpore a su torrente lingüístico. Quiero imaginar que mis palabras, no yo, que las elijo y pronuncio, surten ese efecto mágico, pero no sabría asegurarlo, no hay manera de hacerlo. Anoche, sin ir más lejos, fue la palabra cachivache. No había otra palabra mejor para explicar cierta cosa que debía ser explicada, y ahí vino, por obra de alguna magia maravillosa, cachivache. Se quedó y prosperó. No sé cuál será hoy la que me fascine. No hay un plan, no se urde uno para que una palabra (la que sea) adquiera esa nombradía, existe con mayor pujanza que las otras y se le reserve un pequeño refugio en la memoria, hasta que ella la aparta o difumina. Obran casi siempre a su antojadizo capricho, aunque creamos disponer de un gobierno sobre ellas. Lo que sucede en ocasiones es que uno se congratula (hace años que no digo o escribo congratula) por el uso de unas o de otras, como si eso fuese algo extraordinario. Quizá verdaderamente lo sea. Estamos hechos de palabras: son una extensión inmaterial de nuestro cuerpo, se expanden desde él y alcanzan cotas de elocuencia y plenitud a las que no siempre concedemos la apreciación que merecen. Vamos al miércoles. Que les sea un buen día. 

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Un aforismo antes del almuerzo

 Leve tumulto el de la sangre, aunque dure una vida entera su tráfago invisible.