Uno nunca sabe si se está mejor dentro o fuera, si el silencio es hermoso o es en el ruido en donde la vida se expresa con más vehemencia. No saber es un estado maravilloso, en cierto modo. La ignorancia es un punto de partida, un asidero firme desde el que avanzar. Quizá lo que importe sea el riesgo. Si es cosa de arriesgarse, acepto el reto estético (o intelectual o moral, no sé) que plantea John Cage, que le escribió al silencio y dejó que su música invisible impregnara el ruido. Acepto que esos cuatro minutos y treinta tres (eso dura la pieza, podría haber durado cinco segundos o días enteros) sean trascendentes en mi vida al modo en que lo siguen siendo los valses de Strauss, eso oigo ahora, padre o hijo me valen igual. No entra en ninguno de mis muchos cálculos (de verdad que soy muy curioso y me he dejado engolosinar por propuestas literarias o musicales o cinematográficas muy arriesgadas) buscar lo que mis sentidos (todos alerta, conjurados a encontrar una brizna de asombro con la que satisfacerse) niegan. Rechazan lo que no entienden, pero hay tantas cosas que no entiendo y con las que disfruto que me planteo si me estoy volviendo uno de esas criaturas exigentes, exigentes en demasía, tal vez, que a todo le ponen obstáculos y no se sienten cómodos con casi nada, perdidos en el fondo, maravillosamente perdidos. De verdad que yo soy un alma sencilla, quizá no cándida, a mis años, pero sencilla de un modo precario y elemental y hasta inocente. Y si unos cuantos exégetas del arte contemporáneo o de la música entendida como una de las más altas y nobles pasiones me intentan convencer de que estoy ante una obra maestra, pues yo me esfuerzo en darle una oportunidad a Cage, sí, no hay problema. Y se la doy porque hoy estoy de buen humor. Será que mañana acaba el año o será que me acabo de levantar de la mesa camilla y vengo contento de brasero y de felicidad doméstica. Estoy por borrar la entrada, por dejar el concierto, los cuatro minutos y treinta y tres segundos de intriga sonora, sin que un texto lo acompañe. Que sea el silencio el que explique el silencio. Un bucle sin decibelios. Un agujero en el continuo espacio-tiempo. Tengo que ponerme al día, tengo que aguzar el oído para que deje de tener relevancia el silencio de los ejecutantes (que no ejecutan, entiéndanme) y la tenga el carraspeo de los espectadores o el murmullo inherente al hecho mismo de que se está asistiendo (no puedo negar esa evidencia) a un hecho artístico controvertido. Pero no es artístico. O lo es de una manera extraña. Nada que difiera mucho de la realidad, extraña también. Lo de Cage es humorístico también. El humor es consustancial al arte. Todo lo que hacemos es risible. Tengan un bonito domingo.
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