17.7.18

Loving Vincent / Loving Hopper



A propósito de Loving Vincent, la extraordinaria  e hipnótica película de pinturas animadas que indaga en los cuadros de Van Gogh y, más apartadamente,  en el propio Van Gogh, dice Javier Marías en su columna de El País de este fin de semana que el oficio del pintor es exclusivamente pintar, no ofrecer un relato, ni siquiera una brizna de trama que suscite un alargamiento, al modo en que suceden los cuentos o, con más convicción o insistencia, las novelas. Que pintar no es escribir ni hacer cine. No es que uno no esté de acuerdo con el novelista Marías (que no lo estoy) sino que esa decisión, la de ir más allá de lo visto, la de extender la mirada y hacerla precursora de una historia, es de quien observa. En lo que a me concierne, de lo que conozco, Edward Hopper es un hombre que pinta, de acuerdo, pero lo pintado invita a que se narre, por decirlo sin extensión. La imagen propicia un relato en la misma medida que el relato, en su condición narrativa, fomenta la fundación de imágenes, concatenadas, hiladas a la manera en que se sustenta el cine o los sueños, que son un género literario en sí mismo. Discrepo con Marías con convicción. La misma con la que él urde su argumento y sostiene que no hay que buscar más allá en un cuadro que lo que se observa. Él lo llama "el tiempo sin transcurso", pero la imagen lleva el tiempo dentro. La misma luz, quiso Juan Ramón Jiménez, contiene el tiempo, lo recoge y lo hace avanzar y cumplir su función. 

Loving Vincent, por otra parte, es una película fascinante. Se pidió a 125 artistas que replicaran los óleos de Van Gogh. Se crearon más de 60.000 fotogramas en los que se exponen convicentemente (no es un chiste fonético) los trazos de muchas de las 800 obras que pintó. No interesa mucho la vida del pintor, su locura. Lo de menos es que se quitase de en medio con un disparo y muriera en la soledad de una habitación alquilada, sin comprender (quién sabe) las razones de su desencanto, el que convirtió en otra cosa, en luz, en su pintura. Dorota Kobiela y Hugh Welchman dirigen la cinta, la miman, la hacen un viaje al fondo de la naturaleza artística. 



La siesta

Que La siesta, una de las pinturas que más conozco, sea o no una historia no depende de otro factor que el aportado por quien la mira. Se puede pensar en la pintura, en lo que no dice y, sin embargo, pudiera andar por ahí, no oculto, sino disimulado, a la espera de que alguien lo capte y se intrigue. La literatura es intriga por encima de cualquier otra consideración. Intriga y belleza y dolor, todo juntamente. 

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 Leve tumulto el de la sangre, aunque dure una vida entera su tráfago invisible.