23.7.18

Lenguaje de hombres y de mujeres





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El lenguaje no inclusivo no es inocente, impone tácitamente una ideología, claro. La idea de que no existe lo que no se verbaliza es cierta en el mismo grado en que hacer visible mujeres y hombres de manera rigurosa lastra y empobrece alarmantemente el discurso lingüístico, lo extiende sin motivo, hace que flaquee y enferme. Se trata de elegir entre la conveniencia ética y la gramatical, entre las convenciones que favorecen la eficacia lingüística (no alargar escandalosamente las frases) o la prescripción normativa, políticamente correcta, sobrevenida por requerimientos ajenos a la lengua, no prácticos, ni legítimos. Desaparece la concordancia fluida y natural, se encalla el ritmo, se vulnera el propósito primero de esa lengua, el que concierne a su diligencia, no retardada ni entorpecida por cuadrar sustantivos, determinantes, adjetivos o pronombres. 

Erradicar el lenguaje sexista en la escuela o en la calle, en el Parlamento o en los periódicos, cambiar la Constitución o inducir a la Academia a que integre en sus estatutos y en sus dictámenes no posee la misma eficacia que la inclusión real, no la semántica. Hay, no obstante, cosas que se pueden hacer: evitar palabras abiertamente reduccionistas o lesivas como “señorita” cuando se puede utilizar “señora” igual que, en ese hilo de la conversación, se usa “señor” o, en los colegios, el pomposo “Don”. Ahí hay una discrimimación que puede ser extirpada a través de la lengua. Se comprende que exista una defensa de lo inclusivo, cómo no, más si uno no peca de machista ni es ciego a las reivindicaciones razonables. Lo peliagudo, lo que no debiera ser admisible, es la maximización de esa reclamación, volteando el patrón entero de la lengua que usamos, de su gramática.

La llamada gramática feminista provoca injerencias lesivas a la gramática en sí misma, que debe ser aséptica, además fomenta un estereotipo de sexo que tampoco es garante de que la mujer prospere en su reivindicación prioritaria, la igualitaria. No debe ser, al menos no únicamente, el lenguaje. En todo caso, aparte de las consideraciones normativas, las que emanen de lo legislado y la RAE pueda o no incorporar a su logística de uso, el hablante se guardará el derecho a acatar lo prescrito o a sublevarse y campar con su lengua a su entero y privado antojo. Se puede estar a favor de que se espoleen campañas de sensibilización a favor de la inclusión y la eliminación de las barreras sexistas, se puede estar incluso a favor de que no exista diferencia real entre hombres y mujeres, pero el lenguaje debería ir al margen. Hay lenguas (el turco, parece) que no tienen masculino ni femenino y no se aprecia, a pesar de esa bondad lingüística, que la sociedad turca sea particularmente integradora y tolere o normalice la paridad en los géneros a nivel político, laboral o de puertas adentro, en los hogares, que es donde debería empezar la igualdad.  

La lengua no precisa que se use como trinchera. Sucederá, al paso que vamos, que el instrumento interpuesto (el lenguaje) se pervertirá, no cumplirá una de sus funciones fundamentales, la de la economía, sin doblar sujetos o adjetivar de más. Chirría que alguien, por mor de la corrección, por la inclusión, diga: Todos y todas estemos contentos y contentas. Tampoco deberíamos privarnos de usar una palabra (felices) si deseamos manejar otra (contentos). El escenario de este problema no es la gramática, que tiene un comportamiento eficaz y no se le deberíamos esquilmar esa eficacia, sino la sociedad. Creo que andan algunos grupos reclamando el uso de la palabra "criatura" para evitar caer en decir niño o niña. Por otro lado, como hablé el otro día con un amigo, usar la palabra "niñez" para zanjar el problema lo que hace es agravarlo: la niñez es otra cosa, no el vocablo que pudiera sustituir a niño y a niña. En Francia no se contempla este desdoblamiento de sexo, que no de género. No ha habido, que se sepa, no al menos al modo en que la ministra Carmen Calvo lo ha reclamado, reacciones en contra. 

La igualdad estricta y necesaria entre hombres y mujeres (ahí sí que uso un desdoblamiento, aquí sí que es absolutamente necesario) no es un asunto lingüístico sino social. La igualdad no (por último) emanar de la normativa gramatical: la RAE se limita a escuchar el ruido de la lengua en la calle y trasvasa lo escuchado a su diccionario, registrando más que otra cosa, siendo albacea del decir de las personas (hombres y mujeres juntamente, niños y niñas a la vez). Es la calle la que hará que esta iniciativa caiga en olvido o siga avanzando, adquiriendo pujanza. El juez es uno mismo y, en extensión, la ciudadanía completa. Vamos a dejar que sean los artículos los que solucionen la batalla: que digamos la juez, aunque jueza no desentone; que digamos la médico, aunque médica no tenga una conclusión fonética tan redonda. Lo que no tiene discusión, ninguna en absoluto, es que el médico supere en ingreso a la médico o que la mujer, por serlo, tenga una consideración civil (social, educativa, política, etc) diferente a la que se le arroga al hombre, por serlo. Que en las casas, en la privacidad de los hogares, los trabajos domésticos no distingan género y se realicen de forma natural por ambos sexos, que no géneros. El lenguaje, por no hacerlo ambiguo, por permitir que sea eficaz y fluido, no es el lugar en donde se debería solucionar el problema. Que sea patriarcal no es doloroso. Sí que duele lo patriarcal aplicado a otros ámbitos en donde todos los que creemos tener dos dedos de frente (y otros pocos más de sensibilidad) estamos de acuerdo. Hay que vigilar el lenguaje, pero no destrozarlo. Hay que buscar las vías de normalizar la vida en común: ya se hacen en las escuelas y, en mi opinión, muy satisfactoriamente. Quizá en pocos años no tendremos estas controversias y nuestros hijos (o nietos) lo hagan mejor que nosotros. Obsérvese que he escrito "nuestros hijos o nietos", en lugar de molestarles escribiendo "nuestros hijos e hijas y nietos y nietas".

Hay sexismo en la violencia doméstica (en su lacra, en su barbarie) y lo hay en la publicidad. Hay sexismo en el uso concreto de algunas frases hechas que no han sido modificadas o retiradas directamente, por dañinas o por humillantes o por ambas cosas. Una de ellas, escuchada hace poco en una serie española en televisión fue "no seas nena". Ahí es donde debería aplicarse la fuerza, en ese uso despreciativo, infame. Luego está (que recuerde) el recurrido verbo ayudar aplicado a lo que un hombre hace en casa. No es que el hombre ayude en casa, es que trabaja en ella y lo hace en igualdad a su pareja, sin que uno de ellos (da igual cuál) tenga el depósito del esfuerzo y el otro, por la circunstancia de tener pene en lugar de vagina, no. Tampoco debería ser ése el argumento (el de ser hombre o mujer) a la hora de hacer un grupo de trabajo, ya sea de carteras ministeriales o de miembros de un equipo laboral, sea cual fuere: debería importar la valía de quien lo ejerza, no el hecho (intrascendente, insustancial) de que sea hombre o mujer. La discriminación contra la mujer no se soluciona favoreciendo que sea escogida por el hecho de ser mujer, en lugar de atender su eficacia, su capacidad de trabajo o su idoneidad intelectual al puesto. Imagino que ninguna feminista querría ser reclamada para un puesto por ser mujer. Sin embargo, no sucede así, se espolea una paridad a veces artificial, que usa únicamente la aritmética. Es cierto que hacen falta mujeres en puestos de toma de decisión, en los elevados, en los que hacen que la sociedad funcione correctamente en términos de igualdad. Ahí sí que convendría considerar la pertinencia de cierto tipo de cuotas. 

La igualdad no se fuerza a golpe de ley como desea el gobierno actual, que desea un reparto en cargos administrativos paritario. No sé si esa medida, cuando se implemente, tendrá futuro. No porque uno crea que no se podrán poner de acuerdo hombres y mujeres, sino porque habrá candidatos (no diré candidatas, no después de todo lo aquí expuesto) que se sientan desplazados por razón de su sexo. Se habrá mirado más eso, el sexo, que el talento. Si debe haber ocho mujeres en un consejo de administración, pues que haya ocho mujeres. Tampoco debería importar que hubiera ocho hombres. La sospecha de que una mujer posee un cargo de responsabilidad por ascendencia de su sexo es tan improcedente como la de que no esté por el mismo argumento. Ese argumento podría ser usado a la inversa: que un hombre detenta un puesto de trabajo por ser hombre. Ser mujer o ser hombre no debería tener importancia relevante. Lo somos (hombres y mujeres) para todo lo demás. No debemos perpetuar estereotipos machistas, por supuesto; no debemos perpetuar maneras machistas de hacer las cosas, pero tampoco debemos hacer recaer la solución al problema (que lo es, yo no lo dudo) en la controversia gramatical. El feminismo debe existir, debe ser activo, debe continuar su trabajo, pero lo ideal es que llegue un día en que desaparezca, en que no sea necesario y parezca un recurso del pasado, uno que usaron hombres y mujeres (ojalá ambos) para corregir ciertas fracturas. Una de ellas es que sólo el nueve por ciento de mujeres sean alcaldes o que en el Parlamento la cifra no llegue al tercio en las bancadas ocupadas. Lo que sí veo cada año, en mi escuela, imagino que en otras, es que las niñas, por sufragio del aula, son las elegidas para representar a sus compañeros. Y ahí no hay corrección política: los niños votan con el alma. 

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Siendo mujer, y con conciencia de ser mujer, me parece correcto lo que escribes, Emilio. Pero hay que empezar por algún lado, hay que hacer que se nos vea, creo yo. Así creemos muchas. De todas maneras, lo expones con delicadeza, sin brusquedades, con argumentos, muchos innegables. Gracias por compartir y por opinar.

Teresa Cruz

Anónimo dijo...

Impecable. No se puede no estar de acuerdo. Yo, al menos, hombre, respetuoso y no machista, doy fe, no veo tacha. Gracias por compartir tu reflexión.

Andrés Luque

Anónimo dijo...

Tiene un problema lo que dices, Emilio. Al final se queda por debajo la mujer y gana la gramática. Estoy de acuerdo, en el fondo, con tu exposición. Es clara y convincente, pero me quedo con no aceptarla, Emilio, porque si la acepto, si no abrimos la puerta y dejamos que corra el aire, no vamos a avanzar, pierda la gramática o el Cid Campeador. Así que es una batalla de fe, y tú sabes que eso es muy difícil de cambiar. En todo lo demás, gracias por reflexión, como dice Andrés. Sigue escriiendo de temas sociales, me gusta mucho. El próximo igual me gusta 100 por cien.

Milagros Contreras

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