A mi hermano del alma, Antonio Sánchez , que compra el Córdoba y lo lee a entera satisfacción, sin que nada se le escape, sin que algo no le afecte.
Un periódico recién comprado es un cuerpo enfermo al que se le practican unos primeros auxilios inservibles. Tomamos contacto con las heridas, las miramos con atención, nos preguntamos cómo es posible que las cosas hayan llegado a ese lamentable estado y si existe alguna posibilidad fiable de reanimación, pero el cuerpo no manifiesta mejoría, las heridas se multiplican conforme hurgamos dentro. Nada nos conforta, no hay alivio. Va uno de lo previsible o a lo que no se espera y se detiene con empeño en unos fragmentos más que en otros. Hoy no salí a comprar la prensa. Me gusta hacer eso los sábados y los domingos. No hay placer mayor que el de vestirse en domingo (pongo por caso que sea el domingo) y andar dos o tres calles hasta que ves el kiosko. Lo que disuade de ese rito fantástico es precisamente el objeto idílico que lo promueve. Se lee con temor, como si fuese inevitable caer en la cuenta de que estamos perdidos o de que la maldad triunfa. Creemos, conforme nos vamos enterando de cómo va el mundo, que no habrá nadie que le ponga la brida al caballo que dejaron desbocarse. No se advierte que las cosas vayan a mejor, no hay evidencias tangibles de que nos pongamos de acuerdo. Puestos a pensar en eso, casi no recuerda uno cuándo sucedió eso de que nos pusiéramos de acuerdo en algo. Y si en algo encontramos un consenso, duró poco o hicieron que durara poco. Siempre hay quien gana con las malas noticias. Tiene que haber un gremio de ganadores en la oscuridad. Porque imagino que estarán a oscuras. Me pregunto con qué cara se mostrarán a la luz a sabiendas de que los hemos descubierto, pero una cosa es que uno sepa de qué va la cosa (no crean, no se acaba nunca de saber certeramente) y otra bien contraria que decidamos perder la ingenuidad, esa inocencia bendita con la que te pones la ropa de los domingos (un chandal muchas veces, unas zapatilla de las que la gente usa para correr) y paseas tres o cuatro calles hasta que ves el kiosko o la estación de gasolina o el local que subsiste con las revistas, el tabaco y los cuatro periódicos que todavía se venden. Hoy no he salido (ya digo) a comprar mi prensa dominical. Y ahora la echo en falta. No me vale que todo esté tan a mano y baste pulsar un par de botones para que la tableta te ilustre de lo que está pasando en el mundo. Es el papel, la sensación de que es a ti a quien le están contando las cosas. Lo otro, la parte digital, esa restitución estupenda, pero fría, no posee intimidad alguna. En este hilo del relato, pienso en los libros, en que la frialdad es la misma cuando coges un ebook y empiezas (hoy lo he hecho yo) una nueva novela. Será que eso de la ingenuidad o de la inocencia o del romanticismo. Todo juntamente.
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