Laurie Lipton
Confío en la cordura, en la educación y en la bondad, aunque flaquee mi voluntad y se me haga cada día más cuesta arriba decir que poseen el prestigio que tenían. Gana el mal, gana el ruido, gana el egoísmo. Anda el patio revuelto, la gente airada, el gesto se ve roto y las palabras amables se pronuncian con el temor de que se nos tome por débiles, por no decir tontos. Basta salir a la calle, sin una idea fija en la cabeza, tan sólo salir para que la realidad te abofetee y regreses a casa como quien ha ido a una batalla. No sé en qué momento dejó de estar bien vista la inocencia o cuándo la ternura fue un lastre si quieres triunfar en la vida. Alarma que la cultura no sea rentable y que no se atisben indicios de que en un futuro cercano las empresas inviertan en ella y prosperen. Siempre fueron malos tiempos para la lírica. Los de ahora son nefastos. Se lee poco y se lee mal, decía Umbral en sus tiempos. Se vuelve siempre a la lectura para dejar registro de lo avanzada que es una sociedad. La que no lee prospera poco o no lo hace. La que lee, la instruida, la sensible, es feliz y apuntala bien sólidamente la felicidad por venir. Me sigue fascinando hablar con quien lee los mismos libros que yo, pero admiro sobre todo a los que leen otros. Aprender a diario es un oficio hermoso. Sólo ése bastaría, imagino. Del oficio por el que nos pagan se tiene una impresión aceptable, cree uno que lo ejerce a conciencia y se emplea con esmero, pero hay días en que se tambalea esa certeza, días de un gris sombrío, que disuaden de alegrías futuras y hacen que decaiga el ánimo. Decae. Sin que exista placebo, remedio, antídoto que lo palie. Después se recompone la trama, vuelve el entusiasmo, se adquiere nuevamente la habilidad extraviada y funciona la máquina. No es cosa de uno que se mueva. Nunca lo es.
Hoy explicaba a los alumnos que el esfuerzo y el trabajo hacen que el mundo gire. Que podemos fracasar, pero que al fracaso le sigue un intento más intenso. Importa la intensidad con la que se acomete el trabajo. Confío en el trabajo, en la permanencia en su dulce esclavitud, en la constancia sin atributos que hace que sólo se desee mejorar, aunque cueste y sólo se vea (en ocasiones) un atisbo de mejora, un pequeño trozo de hielo del iceberg gigantesco que, al desplomarse, alumbra una ola, una de esas olas japonesas que Lipton, en su estupendo dibujo, ha convertido en basura. Porque hay veces en que vence el gris. Ni la inocencia triunfa. Ni la educación. Sólo el azar canalla confabulado con la adversidad para hacer que hinques la rodilla y caigas, pero ahí están los refugios, terrible ola japonesa. Te hablo a ti, que amenazas la quietud y la armonía. Sé que me escuchas. Si creo que me escuchas es que estás escuchándome, tú ya me entiendes. Esta noche leeré a Lovecraft de nuevo. Lo pensé esta mañana nada más poner en el pie descalzo en el suelo. Pensé en los oscuros dioses de los primeros tiempos. De verdad que un día no puede ir bien si te levantas pensando en dioses oscuros de los tiempos primeros. En el transcurso de la mañana, un poco temerariamente, me he acordado de ellos en un par de ocasiones. Creo que nadie se ha dado cuenta de mi delirio.
1 comentario:
Creo que este es el la cuarta entrada de blog que te leo... y ya he pasado de la gratitud a la admiración...
Saludos.
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