19.6.16
La cerilla de la escritura
Nunca tuve fotogenia, no se me ve bien en fotografías, no me reconozco, si me apuran. Advierto parecido con quien observo a diario en el espejo, pero hay algo impostado, una especie de falsedad consensuada, consentida a fuerza de ser tan abrumadoramente lógica. No sé los demás. Si también se ven con escepticismo, calibrando si aceptarse o no. Ayer vi unas fotografías en las que luzco con diez años menos en las que no hubo nada que me hiciera admitir que era yo el representado, el protagonista. Mi relación con la fotografía es visceral, me tomo a broma, no me reconozco. Es como si fuese otro, y en ocasiones es otro, no el que piensa y se reconoce a sí mismo en lo pensado. Anoche, volcando fotos de un disco duro a otro, ordenando un poco el caos, pensé que prefiero ejercer de fotógrafo. De hecho, en la mayoría de las fotos que ordené (cientos de ellas) no aparezco. Sucede así también en las fiestas a las que he ido. Si hay oportunidad (suele haberla) yo soy el que pone los discos, quien escucha las peticiones y maneja la mesa de mezclas. Lo hice de joven y ahora, en esta edad difícil, ni corta ni todavía muy provecta, procuro llevar la música y elegir cuándo hacer que suene una u otra. Así lo que evito es ponerme en la pista de baile y hacer lo que no sé o lo que menos me atrae. Escribir es otra cosa. Aquí pido la palabra. Siempre la consideré mía, siempre tuve con ella esa intimidad. Quizá todo sean consideraciones banales, de las que ocupan un rato en la cabeza y después, a poco de pensadas, se desvanecen, no ocupan el tiempo que se emplearía en asuntos de más fuste. A mi amigo K. le fascina que haya posibilidad de escribir de todo y que a todo se le arrime la cerilla de la escritura. Pero al final (le digo) lo que cuento es que lo narrado acaba ardiendo, no perdura, se fija en la atención de quien lee y después desaparece poco a poco o tal vez con más brusca evidencia. Otro amigo, J.A., decía ayer preferirse anónimo, sin casi hacerse ver, como si le guiara la timidez, cuando no es así. Que esa voluntad suya provenía de la experiencia que dan los años (cincuenta y poco los suyos) y que se sentía feliz entendiéndose a sí mismo. Yo me entiendo a ratos, por días. Carezco (creo que felizmente) de la facultad de saber las razones por las que ando y la certeza de saber al lugar al que voy. Sé (me conformo con eso) que procuro recorrer el trayecto con honestidad conmigo mismo, intentando (en lo posible) no herir a nadie y, de camino, granjeando cierto afecto de quienes me cruzo. Escribir es buscar también que se le quiera a uno o que uno, al escribir, se quiera y se sienta hospitalario con lo que va contando.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Amy
Hay amores difíciles. Los tienes a mano, sabes que el corazón te inclina a ellos, te borra toda posibilidad de que la cabeza argumente y t...
-
A elegir, si hubiera que tomar uno, mi color sería el rojo, no habría manera de explicar por qué se descartó el azul o el negro o el r...
-
Con suerte habré muerto cuando el formato digital reemplace al tradicional de forma absoluta. Si en otros asuntos la tecnología abre caminos...
-
Celebrar la filosofía es festejar la propia vida y el gozo de cuestionarnos su existencia o gozo el de pensar los porqués que la sustenta...
2 comentarios:
Escribimos porque nuestros hijos no se interesan por nosotros. Nos dirigimos a un mundo anónimo porque nuestra mujer se tapa los oídos cuando le hablamos. Es precisamente la falta de contenido vital, ese vacío, el motor que nos obliga a escribir. La soledad generalizada produce la grafomanía masiva al mismo tiempo confirma y aumenta la soledad general. El descubrimiento de la imprenta hizo posible en otros tiempos que la humanidad se entendiese mutuamente. En la época de la grafomanía generalizada la escritura adquiere el sentido contrario: cada uno está encerrado por sus letras como por una pared de espejos que no puede ser traspasada por ninguna voz del exterior; el motivo de la hipertrofia y el vaciamiento del lenguaje en la polaridad de la grafomanía y el silencio. A partir de ahí, nos damos cuenta de que la hipertrofia de la escritura proviene de la soledad del hombre, de la falta de contenido y acción vital, de la vana ansia de comunicación humana. Hay escritores que tienen la censura en casa, pero lo disimula clamando contra el sistema, cuando la verdad es que el sistema nunca se ha ocupado de nosotros. Un escritor es algo extraño. Es una contradicción y también un sinsentido. Quien habla no es quien escribe, y quien escribe no es quien es.
Recuerdo, mi querido amigo, que cuando cumplí los doce años ("Después de los doce años, no hay nada que valga la pena."Gil de Biedma), me dije de pie en la cama, con un pijama puesto y unos calcetines demasiado grandes: “Algún día seré grande, fumaré y me pasaré las noches en mi escritorio, escribiendo, escribiendo.” Ahora soy ya un hombre, estoy fumando, sentado en mi escritorio, escribiendo, y me digo: cuando tenía doce años era un perfecto idiota.
Nunca escribimos sobre lo que creemos escribir, sino sobre nosotros mismos. Uno siempre escribe para poder parecerse a lo que escribe. Escribo para salvarme de mí mismo. Sólo somos lenguaje y emoción pasajera de la vida.
Un fuerte abrazo en este domingo soleado y con el mar muy cerca, pero nada, aquí estoy, en la oscuridad de mi estudio y con la persiana bajada.
Sube la persiana, escribes sobre lo que ves y publicalo. O no lo publiques, pero haz lo de la persiana. El mar no es cosa de no verlo. Yo que no lo veo, mi querido amigo, siento dolor por eso que dices de la persiana.
Publicar un comentario