Uno cree que no va a encontrar consuelo, aunque luego la realidad (su rutina, su plazo concertado de causas y de azares) se obstina en contrariarnos y nos cuela, sin que nosotros lo aprobamos, el bienestar, la creencia de que se puede superar todo y que no hay nada que de verdad no podamos o no sepamos manejar. Con lo que no tenemos esa firmeza es con la muerte de la gente a la que amamos. Lo que no se llena es el vacío que dejan al irse. Lo que no logramos nunca es que no aparezcan y nos acompañen, aunque no estén a mano y no podamos decirles qué hicimos ayer o cuál es el último libro que leímos o cuánto frío trae todavía esta primavera. Es una primavera que ha querido venir de luto. Las estaciones ignoran el duelo de sus inquilinos. Van a lo suyo. Colocan un sol de castigo o dejan caer lluvia como si fuese la primera vez que lo hacen. El día de ayer fue malo. No sentí que el sol bueno que hizo fuese el escenario para despedir a Caty. De pronto imaginé un día frío, nublado, uno de esos días que parecen conchabarse contra nosotros. No sé escribir este texto. Sé que echaré de menos a esta mujer batalladora y limpia de corazón, lectora absoluta de la vida, feliz a pesar de lo difícil que se le puso la vida en su último tramo. No dejó de luchar hasta el final. Suena a idea conocida, pero dejó muy claro esa firmeza en su carácter y la extendió a las cosas que hacía y al modo en que luego las contaba. Era una mujer preciosa cuando la conocí y lo siguió siendo. Lo va a ser siempre en nuestros recuerdos. Hablo de la belleza de afuera (su sonrisa era contagiosa, como la de Louis Armstrong que decía que cuando su amor sonreía, el mundo entero sonreía con ella) y también la interior, la que sacaba a poco que se precisara. No hay mucho más que decir. La tristeza lo impregna todo. Lo malo de todo esto es que no podrá seguir leyendo al sol o escuchando música en el Spotify (Caty tenía un gusto ecléctico, abierto como ella, difícil de definir y muy parecido al mío propio) o colgando fotos de la vida que llevó y de lo afortunada que se sentía al haberla vivido. Recordaré charlas en los cafés de Córdoba, en un banco cerca de la Escuela de Magisterio de Córdoba (allá en 1985) o en clase, cuando hacía que sonreír fuese un regalo para todos los que la mirábamos. Nos prendaba a todos con esa dulzura. Los que la tuvieron más cerca (su familia, los amigos más cercanos) la tendrán siempre. Eso dejó. Que la tengamos siempre cerca, aunque no podamos decirle que hay una novela nueva que debe leer o un disco que debe escuchar. Duele mucho que no venga por este rincón y lea las ocurrencias de su antiguo amigo como hacía a diario. Los amigos que vivimos con ella aquellos años felices la tenemos en el corazón. Antonio Merino, Rafael Roldán y Auxy Salido, María del Mar Portellano. Ellos saben qué digo y cómo cuesta decirlo. Descanse en paz.
15.4.16
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3 comentarios:
Como lectora de este espacio no sabe una que va a decir al leerte esa tristeza. Que lo siento, que un abrazo, que ánimos.
Te acompaño en el sentimiento, amigo. Un abrazo fuerte.
No fue, siempre será una persona que deja huella. Su imagen, como una de las personas más vitalistas y animosas que han pasado por mi vida, estará siempre ahí. Nunca desaparece una persona que deja tan gratos recuerdos, porque ellos viven en nosotros. Dejas una gran herencia. Hasta siempre KatyLuz.
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