17.1.16

El numen, ah el bendito numen


Hay que cosas que se le ocurren a uno y de las que piensa si alguna vez fueron ocurrencia de otros. Escasean las ideas originales. Quizá estemos saturados y nos basten las que ya existen. A la realidad se le exige que nos asombre, se le encomienda que nos restituya la ilusión que ella misma nos esquilma, un poco a conciencia, como si de verdad se empeñase, y otro por azar, porque estábamos ahí cuando todo lo que no nos convenía cruzó delante y nos succionó. Se escribe o se pinta o se hacen fotos para que la realidad, la privada al menos, brille, ofrezca lo que se guarda y a lo que únicamente se accede escribiendo, pintando, haciendo fotos. Se lee, se admira un cuadro o una fotografía para adquirir el mismo asombro. No es jactarse de lo leído, de lo que presumía el buen Borges, sino de agradecer que otros escriban o pinten o hagan fotos o canten o se monten una cámara al hombro y filmen o esculpan o toquen el piano o la guitarra o hablen como si hubiesen sido bendecidos por el mismo cosmos, por su secreto centro inefable, por algún dios -alguno habrá, no uno al que montarle un templo, no uno figurable y exigente- que obre estos prodigios o todo es voluntad del trabajo y de la inteligencia y del numen. Ah el numen, no se ha escrito todavía nada definitivo sobre el numen. De no haberlo, de no existir, el mundo seria un caos. Lo es incluso en su divina presencia. El numen, el sagrado numen. Hoy me acuesto pensando en el numen. Mañana me despierto sin aclarar nada de lo pensado. Mejor así, mejor no indagar, mejor dejarse llevar.

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