Hay sitios de los que uno no puede salir, por más que lo desee. Incluso
cabe la posibilidad de que no haya obstáculo que lo impida o que nadie
se percate. Lo que hace irrealizable ese deseo es la propia voluntad. La
cosa funciona más o menos así: el hombre que se está poniendo de pie en
el público no ha ido a escuchar la obra. Le da lo mismo que el actor
sea eminente o que la pifie garrafalmente.
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