La cultura es un espejismo: creemos estar asistiendo a su florecimiento y
a su distribución limpia y honesta, sin la injerencia de los lobbies, sin el concurso interesado de los patrocinios, pero es mentira. La cultura la
venden embotellada o en una caja con un lazo rosa o azul o en una bolsa
del Carrefour con un agujero en el fondo por donde se pueden ir cayendo
los contenidos camino del coche. La cultura en España es un producto con
un código de barras identificable o en todo caso la cultura en España
son muchos productos con distintos códigos de barras identificables.
La cultura es un lujo al alcance de unos pocos, no un valor confiado al pueblo, democratizado, convertido en un bien incuestionable. Porque la cultura, a día dehoy, salvo casos formidables, es una mercancía al modo en que lo es un Jaguar último modelo o un plato de gambas en una terraza en Punta Umbría. Y no sabe uno si habría que aflojar la mano, rebajar el precio de salida y darle el vuelo que hasta ahora no se le ha dado. Ese gravamen de los libros, esos precios del cine, esos aires aristocráticos en el escaparate, no pueden conducir a nada bueno. Ayer se celebró el Día del Libro, ah, y de los Derechos de Autor, qué olvido el mío. Bien, buen día, sin duda. Hoy es otro el asunto que nos ocupa. Hoy ya no hay libro del que hablar ni stand en el que grabar la riada de fieles buscando la firma de sus autores favoritos. Hoy ya no hay maratones (bueno, en mi colegio sigue el que arrancó ayer y en el que mis alumnos participaron con dos discretos poemas) ni hay slóganes en la red sobre la bondad de la lectura o sobre los efectos balsámicos y paliativos de la poesía de Antonio Carvajal, pongo por caso. Hoy es lo de siempre, es decir, el habitual ausente o escaso afecto por lo libresco, toda esa impresión de que leer, en el fondo, no hace mejores personas ni sirve verdaderamente para nada práctico. Los buenos lectores no nos van a sacar de esta crisis, pero quizá no nos metan en ninguna en el futuro. La cultura es cara. Los recortes, en la escuela, la van a hacer más cara todavía. No va a estar todo tan a mano: lo van a apartar un poco, lo van a aislar, envolver en papel regalo y adjudicar al mejor postor. Ganarán los postores, los que compren al precio más alto, los que tengan el ojo atento y la plata lista.
Podemos movernos de un modelo a otro hasta dar con uno que nos cuadre
más cabalmente y permanecer en ése de por vida o podemos manejarnos con
promiscuidad y revolotear de una cultura a otra, libando aquí y libando
allá, a capricho del humor con el que el azar nos haya bendecido al
poner el primer pie en el suelo cada mañana. En la blogocosa o
blogosfera o burrovía la cultura es también un espejismo: creemos estar
contemplando la sensible expresión del ciudadano anónimo y a lo que
asistimos es a un escenario muy parecido al otro, al embotellado o al
empaquetado y vendido con grandes campañas de promoción. Si la vida,
como quería Artaud, es quemar
preguntas, yo estoy ardiendo en la mía y me pregunto, en una combustión
perfecta, si estaré preparado para comprender las respuestas. Quizá el
signo de los tiempos sea ése: alumbrar incógnitas, bosquejar dudas,
regalar la ecuación sublime. Ando en pesimismos recientemente: será la
calina que en Córdoba está ya presentado sus habituales credenciales,
será que la alergía (gramíneas, olivo, ácaros del polvo) me tiene bajo
mínimos y me salen posts grises, embadurnados de caos, visiblemente
decadentes, pero es que en la decadencia vive uno mejor. La realidad es
tan boscosa y se abre tan procazmente que casi merece la pena no indagar
en demasía en su textura, en su naturaleza, y brincar y celebrar con
inargumentable júbilo los números y las palabras, las formas y los
fondos, la luz y las sombras.
Yo, el burro en cabeza, y mi Terbasmín Turbuhaler juntos por
las avenidas festejando el espejismo de la cultura, la impostura del
negocio en el que invariablemente nos manejamos. Y si mañana me levanto
razonable, discúlpenme los diez lectores habituales, escribiré sobre el fin de ciclo del Barcelona, barrido en Múnich, o sobre la posbilidad de que el cine gane clientela si bajan el precio en taquilla, en lugar de pedir subvenciones. No sé yo si el cine precisa de mecenazgos o puede ir reclamar, solo, sin tutela del Estado, su cuota de negocio. Tampoco revierte en mí, como cliente, la pasta, gansa o no gansa, que ganan, cuando la ganan, habría que añadir, en fin... Todo es muy triste. .
De hecho abrí el editor de Blogger con la feliz idea de escribir algo
sobre eso, sobre el cine, sobre la tristeza, y miren ustedes en dónde he terminado. En el limbo feliz de
los post inútiles. Excusadme, ortodoxos, que diría otro. Voy a prepararme para el miércoles. A ver si a Mou, el indefendible, no le meten hoy cuatro, pero si los teutones los sacan del campo a base de goles, merecido estará. Buenos días..
posdata: no he encontrado, como quería, autor para el dibujo que ilustra el post.
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