No sé si hay variantes softcore de la alta novelística rusa del siglo XIX. Como no tengo tiempo ni ganas de perderme en el corazón del hombre, busco enconadamente (de verdad que anoche le dediqué un buen rato a buscar en las gacetillas culturales una pastillita que me aliviara el destrozo) un libro o un cómic o una película que me cuente, a su modo, sin la hondura de los clásicos, la verdad de la condición humana. Ya meditos en faena, me valdría un documental, una brizna de didáctica, un sencillo resumen de las cosas que pasaron y de cómo acabó todo. Todo ha venido por la visión (musicalmente agotadora) de la última película de Tom Hooper, Los miserables. Salí con ganas de meterme el tocho, ganas que no dismimuyeron cuando cogí una edición antigua, de minúscula y bizarra letra, que ocupaba desde que me mudé un pequeño lugar en la balda más alta del mueble en donde (de momento, hasta que revienten las escuadras) alojo mis libros. Me descorazoné cuando comprendí que necesitaría un mes para llegar a la misma conclusión que ya tenía. Avergonzado por blandir un argumento tan infame (la cultura es la cultura, los clásicos son los clásicos) reinicié la lectura hasta digamos la parte en la que Víctor Hugo relata cómo Jean Valjean entra en la cámara del obispo, que duerme un sueño que, a decir del autor, contempla cielos misteriosos. En esa página 97 de la edición que Orbis publicó en 1982 no había sentido de verdad la punzada de la trascendencia. Estaba contemplando una escena en la que se discernía la naturaleza delictiva (o no) del presidiario Valjean. Lo estaba haciendo en mi cama, entrando con muchísimo gozo en un sueño, quizá menos vivido que el del obispo, pero igual de reparador. A diferencia del creyente, la entrevela del descreído apenas se cuestiona altas razones metafísicas. Pienso en si he pasado un buen día, si ha habido algún momento de especial júbilo en su decurso, si hay algo a lo que deba prestar una atención o un desempeño más intenso en el día venidero o si, en última instancia, he molestado a alguien o alguien me ha molestado a mí. Y razono que está bien perderse así en las brumas del sueño. Limpio en la conciencia, incapaz de desear mal a nadie o convencido (quizá falazmente) de que nadie me desea mal alguno a mí. Por eso le doy tantas vueltas a perderme en el corazón del hombre, en volver a los clásicos, en los que bebí de joven y a los que acudí después, pero con quienes no deseo trato ahora. De acuerdo, soy un cobarde, me he convertido en lo que siempre rechacé, un consumidor de cultura rápida, uno que se pirra por la última peli de Michael Bay y no se molesta en rever (ay) la filmografía completa de Bergman, un desgraciado engolosinado por los blockbusters y por los bestsellers, ya ven, palabras inglesas que, en muy resumidas cuentas, explican el triste destino de la raza humana, encarnada en mí como pequeño (a pesar de mis kilos) icono de su decadencia. Tengo amigos que pensarán que desvarío o que hago una sencilla gracieta bloguera de viernes (hoy que no tengo el cuerpo muy católico y he decidido no irme de bares y refugiarme en la mesa camilla, en el brasero y en lo que echen en el plus) pero sé bien que se equivocan. Que ya no soy el voraz lector de antaño o, en todo caso, lo soy de un modo precario, de poca exigencia, contento con la banalidad, como Nicolas Cage. Soy una especie de Nicolas Cage doméstico. Después de la alta y maciza literatura, allá en mis baldas de más difícil acceso, he bajado a la periferia, al zapping libresco, a olisquear aquí y allá, sin entrar a fondo en nada, como ensimismado en mi abandono, limpio de culpa, consciente de que en cualquier momento, espoleado por quién sabe qué arcana resorte, invisible ahora, volveré a la espesa estepa rusa, al alma de la estepa, a todas esas formidables pinturas de la condición humana. De momento, a la espera del numen, merodeo obras menores, historia de un fuste narrativo menor, grandes éxitos de las estanterías más visitadas del Corte Inglés. Mañana o pasado mañana o la semana que viene, me dejo engolosinar (ay cómo me gusta este verbo) otra vez por las cimas del talento. Espero que este enfangamiento no me afecte. Pido aquí que se me conceda la gracia de la resurrección. A Nicolas Cage, a lo visto, se le resiste. De lo único a lo que me resisto fieramente (como dice mi amigo K.) es a admitir públicamente que me está gustando Paulo Coelho. En esta desnuda evidencia de mis vicios, el amigo avisado, el que me trata y al que confío mis más hondas cuitas, sabrá si hablo en serio o estoy desbarrando. Ni yo a esta altura lo tengo más o menos claro. Ahora, discúlpenme, voy a ver si pillo el argumento de lo que echen en el plus. Total, seguro que no es nada del otro mundo.
11.1.13
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10 comentarios:
Mientes como un bellaco, compañero.
Mientes muy bien, además.
El diálogo con la cultura es individual e instransferible, querido Emilio; el tuyo es azaroso, afortunadamente. Sea mentira o sea verdad, cosa que importa muy poco, se nota que de esa preocupación saldrás reforzado. Es lo que tiene tener las cosas poco claras. Se vivie mejor, es cierto, en la incertidumbre.
Un saludo afectuoso.
Evidentemente estás mintiendo. Pero son mentiras piadosas, como se dice. En cualquier caso, no sé sí lo conoces o no, pero te digo que la.saga esta http://www.normaeditorial.com/ficha.asp?0/0/012132005/0/el_gato_del_rabino_1._la_bar-mitzva de novela gráfica alimenta el intelecto y nutre el humor. Un abrazo y sigue enseñándonos tanto. Tal vez los clásicos se te hagan poco apetitosos ahora porque tú mismo tengas bastante de clásico, en el mejor sentido de la palabra.
Opino como José Luis, que mientes y que disfrutas mintiendo, Emilio.
Lo que cuentas lo he sentido yo también en algunas terribles ocasiones. Digo terribles porque te quedas un poco petrificada, pensando si todo lo que has hecho y las buenas lecturas que has tenido no han valido para nada y ahora te vas a tirar todo el día viendo en Telecinco a todos los contertulios, diciendo gilipolleces, en lugar de disfrutar de la Alta Cultura, como bien dices. Alta o Baja, cultura. En fin, que le vamos a hacer...
Un saludito
Cuentan que Salinger era un devoto seguidor de la telebasura al más bajo nivel … Por lo demás no me cuesta trabajo creerte. De hecho un buen lector ha de ser sumamente crédulo y si alguien le cuenta en un relato que los burros vuelan, se lo cree. Así que yo te voy a creer. No pienso que estés diciendo lo contrario de lo que es en realidad y puede ser perfectamente verosímil que la edad nos haga más blandos en nuestras lecturas. A mí al menos me pasa. No leo con la arrogancia con que leía a mis veinte años, ni me empapo de los clásicos con la misma ansia. En cierta manera uno se hace escéptico y tal vez doméstico. La vida nos va haciendo perder altura épica y nos va bajando de los coturnos en que alguna vez creímos estar. No sé si te gusta Paulo Coelho. Yo francamente no lo he leído. Me disgusta su condición de gurú de la sabiduría fácil al alcance de cualquier supermercado. Pero un tiempo hubo en que Herman Hesse era algo parecido. Afortunadamente ha pasado aquel tiempo y todavía quedan sus narraciones que hace tiempo que no leo. De Paulo Coelho presiento que no quedará nada, pero probablemente lo que escriba no será tampoco tan absurdo como para no tenerlo en cuenta, y es que lo importante no es lo que diga, sino el papel que juega de filósofo de cabecera de millones y millones de gentes sencillas que se ven reflejadas en sus reflexiones que yo no he leído porque me repele ese papel blando y sentimental.
Tengo ganas de ver Amor de Haneke, a ver si me alejo de Coelho.
Lo que diga o escriba un astronauta zurdo no es irrelevante. Si uno disfruta leyéndolo (o escuchándolo), lo de menos es la exégesis, la verdad o la mentira.
Nos queda la palabra.
Un abrazo, mon ami (el 1º, tardío, de 2013)
No me gusta Coelho, habiéndolo leído lo suficiente. Me da repelús Coelho. Soy un lector voraz que ha ido a menos y lo que he escrito responde, en parte, a una realidad que avanza como un cáncer, quizá benigno: el hecho de que mis lecturas se van poblando de asuntos menores, que me encantan. Así que, respondo a todos, no es malo si me gusta. Es malo si me preocupa, evidentemente. Volveré a Bergman y me sentiré en paz con lo que fui. Somos siempre lo que perdimos: la borgiana de esta noche.
En mi vida he salido de Zipi y Zapa y no tengo ni puñetera idea de quién es Bergman. ¿La que se casó con el príncipe?
Tengo ganas de ver lo nuevo de Santiago Segura.
Que sepas que somos nosotros, los de Mortadelo y Torrente, los que salvamos del abismo al cine español de los cojones.
Lo tuyo, no es de farmacia de guardia, pero tiene tela. Eso sí, muy bien contado, con mucha arte como dicen en mi tierra.
En mi vida he salido de Zipi y Zapa y no tengo ni puñetera idea de quién es Bergman. ¿La que se casó con el príncipe?
Tengo ganas de ver lo nuevo de Santiago Segura.
Que sepas que somos nosotros, los de Mortadelo y Torrente, los que salvamos del abismo al cine español de los cojones.
Lo tuyo, no es de farmacia de guardia, pero tiene tela. Eso sí, muy bien contado, con mucha arte como dicen en mi tierra.
Hay que leer mucho y bueno para cuestionarse todo eso. Abrazos
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