No sé si prefiero los cliffhangers a los macguffins. De los primeros, amo esa sensación de cópula interrumpida, de folletín decimonónico, fascicular. De los segundos, amo su vacío absoluto, toda esa evidencia de hueco sobre el que se edifica el mundo. No sé si soy de J.J. Abrams o de Alfred Hitchcock. No sé si me entusiasma más Jack Bauer o Nicholas Brody. Nada distinto a lo que hacían los clásicos. Revisen Los miserables. Es un cliffhanger absoluto. Esa manera de cerrar un capítulo, esa miel en los labios, esa especie de erotismo metalingüístico. Revisen Lovecraft ahora. Es un macguffin absoluto. Ese miedo ancestral, larvado, del que no sabemos mucho y del que no debemos saber nada más para que todo funcione. No han inventado nada estos geniecillos de la Fox. Ni Hitch fue padre de su propia criatura. Todo están en los griegos. Todo está en la poesía latina. Y quiere Wert jodernos todo eso. Vamos, hombre. Viva Ulises. Viva George Kaplan.
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2 comentarios:
También es bien sabido que Alfred Hitchcock detestaba revelar el secreto en torno al cual giraban algunas de sus películas. Por ejemplo: ¿qué contenía el maletín por el que se mataban los agentes clandestinos en Encadenados?
Hitchcock llamaba a este secreto el McGuffin. Era inútil preguntarle en qué consistía el McGuffin. Nunca contestaba. Sin embargo, un día accedió a contar una historia que daba el secreto del secreto, y que sin duda puede aplicarse a numerosas situaciones dramáticas, no sólo de sus películas, sino también de la vida.
Dos hombres que no se conocían viajaban en tren. Están sentados uno frente a otro. Señalando con su dedo una maleta que está encima de ellos, en la red portaequipajes, uno de los hombres pregunta:
- ¿Qué lleva usted ahí dentro?
- Es un McGuffin-responde el otro.
- ¡Ah! ¿Y qué es exactamente un McGuffin?
- Es un aparato que sirve para cazar leones en los Adirondacks.
Los Adirondacks son un macizo sin muchas pretensiones que se halla en el estado de Nueva York.
El viajero se extraña:
- Pero no hay leones en los Aridondacks.
- Entonces, quizá no sea un McGuffin.
Los misterios que plantean los grandes directores no encierran más que nuestra curiosidad insaciable respecto a nuestra ilusoria condición de libertad y, no sólo por lo que implica la caja de Severine o las maletas de Hitchcock. Quizá no hay tantas preguntas como creemos, como tampoco hay respuestas, o, quizá, la existencia de una respuesta depende solamente de que haya la pregunta adecuada.
Abrazos y más abrazos,amigo.
Saludos cálidos, pese al frío de estos tiempos, amigo Emilio. Siempre estoy por arribar por Córdoba, pero algún asunto tuerce la intención. La voluntad se mantiene.
Cierto, Lovecraft parece muy contemporáneo (y realista), a la luz de las sombras que oscurecen el presente.
Firmo tu elogio de los griegos. Se lo recuerdo a mis alumnos de Filosofía cada año. Como Bogart, siempre nos quedará Platón.
Un abrazo fraterno, Emilio. Para los los filósofos helenísticos era el bien más preciado, la amistad.
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