Con la única compañía de un piano Steinway no demasiado bueno, en su opinión, Keith Jarrett permaneció el pasado 9 de Abril cerca de dos horas en el escenario del viejo Teatro de la Ópera de Río de Janeiro y se dedicó a improvisar. Dijo no albergar ideas previas, no haber concebido ningún boceto de melodía. El problema, sostiene Jarrett, es empezar. Luego todo fluye solo. Lo de fluír es tal vez la esencia del jazz, pero el pianista la lleva en este disco doble a unas consecuencias épicas. Las piezas, numeradas del uno al quince, no presagian nada, no elucidan nada, no dejan que el oyente avance. Lo que hace Jarrett es convertirse en oyente. Hay una santísima trinidad de personas en el piano. Está el creador, el que ejecuta y el que escucha. Están ahí los tres, en una sola persona, que encima es el crítico, el que evalúa el proceso, zanja los excesos y se crece conforme se va haciendo dueño de lo que fabrica. Supongo que escribir es un mecanismo de creación similar al que usa Jarrett en Río. Uno crea, es decir, piensa lo que va a escribir, luego lo registra y al tiempo, mientras esos dos actos van construyéndose, acude un tercer agente, el lector, que se dedica a censurar o a alabar lo escrito. No es posible dejar de admirar la osadía de un hombre que lleva cincuenta años dedicado a hacer música. Rio es, a su entender, el mejor de los discos que ha hecho en los últimos años. Le llevo un par de serenas escuchas. Es magistral. Es un monumento a la creatividad absoluta. Un desafío. Un hermoso desafío. Rio constituye la prueba fehaciente de que Keith Jarrett no es únicamente el ejecutante perfecto, el pianista embebecido en los standards, capaz de tocar todo el repertorio de Gershwin sin que se le note afectación o se aprecie el calor de quien ama lo que hace. Quienes no son muy de Jarrett tendrán que aceptar el logro del genio americano. Delicado, enérgico, melancólico, Rio es un compendio del arte jazzístico de Jarrett. Además es una heroicidad. Porque encima de haber sido creado frente al público, Rio es uno de los mejores discos de piano que este aprendíz de melómano del jazz ha escuchado en años. A la altura del concierto de Colonia o el de La Scala del propio pianista. Jarrett en posesión de la maestría.
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2 comentarios:
Roto el eco nocturno en mil cristales/
y el vaso de la luna rebosante
de incierta y tamizada luz distante
se precipitan contra los fanales
los insectos surgidos de la música.
Vertiginosamente se debaten
contra la transparencia y allá laten/
sus corazones ebrios por la acústica.
Dígitos de marfil clavan su garra
a la esquiva gacela del teclado:
huidiza su alma frágil se desgarra.
El piano eterno se ha desmoronado
como la historia que el pianista narra./
El mar, del aire, brama, enamorado.
Tres regalos.
El disco de Jarrett, tu semblanza (delicada) y el poema de Miguel.
Gracias a los tres.
Dos me oyen.
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