13.9.11

Toma Stendhal


“Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme”.
STENDHAL


Mi amigo Antonio me dijo ayer que padecía el síndrome de Stendhal. El síndrome de Stendhal no existe, le dije. Nadie en sus cabales se satura viendo belleza. Entra en lo razonable que uno se aturda levemente, un parpadeo de placer, una quemazón repentina en el brocal mismo del alma, pero nadie enferma de belleza. No conozco a nadie que entre en trance cuando ve un cuadro de Pollock en una galería  o cuando escucha música de cámara en un jardín victoriano. Nadie que pierda la noción de las cosas cuando se pone a leer a Kavafis en serio o cuando entra en una iglesia del siglo XV está en su sano juicio. No es alguien fiable, alguien capaz de memorizar la lista de la compra o charlar sobre cómo va el Madrid en la Liga de Campeones, alguien con quien compartir las cosas terrenas, los asuntos que no desbocan el pecho ni perturban los saltos sinápticos dentro de la cabeza. Tú lo que eres es un sentimental, Antonio. A ti no te dan mareos viendo la obra completa de Galdós en una estantería ni escuchando Sealed with a kiss (versión Bobby Vinton) en unos Jamo de mil euros por tweeter. Lo que tendríamos que saber es si Stendhal padeció el síndrome de Antonio, el síndrome Sánchez, expresado de una forma menos pedestre, colocándole un apellido al malestar y buscando un rinconcito en el google para que a partir de ahora posea rango global y alguien lo tome en serio.

El síndrome de Sánchez consiste, muy contenidamente expresado, en el cuadro clínico que manifiesta quien se expone muy intensamente a la presencia de un amigo y celebra con pompa, trompetería y todo lujo de circunstancias las menudencias que comparten, los bares que visitan, los chester que se fuman y los recuerdos aireados a beneficio de esa amistad. Padece síndrome de Sánchez todo aquél que haya sentido esa especie de shock tóxico, quien se reconozca privilegiado por tener amigos. No precisa medicación y carece casi por completo de efectos secundarios. En algunas ocasiones el afectado pierde la noción de las cosas, el cómputo de las horas, el sentido más primario del arte y de las manifestaciones espirituales del hombre y cree (confundidamente) que padece el síndrome de Stendhal, pero el síndrome de Stendhal no existe: nadie con dos dedos de frente (Antonio debe andar por los doce y yo ando en esos números) se embelesa ante la belleza al punto de confundir un aria de Verdi con una fuga de Bach, un concierto de la Vargas Blues Band con uno de Emerson, Lake and Palmer y, sobre todo, la correcta ortografía de la palabra quelífero aplicado al muy repugnante mundo de los artrópodos. Lo cual conduce a otro asunto que, como éste, quizá no debería haber entrado en la rutina de escritos (por críptico, por cerrado, por doméstico) pero que yo he disfrutado mucho en rendirlo. Las promesas, Antonio, hay que cumplirlas. Toma Stendhal, my friend. Ahora atrévete a llevarme la contraria. Como dicen en Granada: ni Stendhal ni...



No está dedicado a Antonio Sánchez Huertas. Es un texto de Antonio Sánchez Huertas, mi hermano carismático, el ser en el que abrevan los excesos. Nunca hemos hablado de Pollock, pero Pollock no le produce síndrome de Stendhal. A mí, lerdo en esas honduras del Arte, Pollock me aburre muchísimo.

4 comentarios:

Joselu dijo...

No sé, no sé si capto bien el sentido de tu texto. En todo caso, lo tomo por las hojas en lugar de la raíz. Creo que el síndrome de Stendhal puede existir, ya lo creo que puede existir. No en personas como yo, que son pedestres y concretas (aunque con una vaga inclinación metafísica), pero en la historia de la humanidad hay percepciones extraordinariamente profundas y afiladas. Pienso en un Goethe, pienso en Stendhal, pienso en Bach y en tantos otros. Probablemente a ellos les distrajeran mil y un asunto domésticos que les harían bajar a esta dimensión, pero su capacidad de sentir el arte era grandiosa. Leí Las puertas de la percepción de Aldous Huxley. En ese libro, que tanto amé cuando viajaba en solitario por Estados Unidos (esto no lo supera ni el Ramón Besonías en su diletantismo) el autor experimenta la percepción de la realidad sometido a la ingestión de sustancias psicodélicas (no sé si era mezcalina o LSD). Entonces la percepción del arte se intensifica hasta extremos difíciles de imaginar y del mismo modo la realidad concreta adquiere tintes mistéricos en su simplicidad no tan simple. Quiero decir que la cosmovisión de un artista (de los grandes) puede ser similar a la que podemos percibir (con alguna preparación intelectual, claro está. Un lerdo no podrá apreciar el arte nunca si no ha formado parte de él su visión) con la administración de sustancias psicodélicas y, en tal caso, se puede enfermar de belleza al contemplar una obra de arte. El problema, Emilio, es que vivimos en un mundo tan plano, tan anodino, que ya el arte no nos conmociona, al menos a mí no, pero cuando leo a escritores de otro tiempo, advierto que su mirada es más profunda, menos distraída, menos concreta, más elevada en las capacidad de percepción de lo artístico. Creo que existe el síndrome de Stendhal, o que lo pudo haber, pero reconozco que no lo he sentido nunca salvo algo parecido cuando era menos políticamente correcto y compartía algún principio químico con Timoty Leary.

Otro día hablaremos del síndrome de Alepo, que sí que he sentido y con fortísima intensidad.

Saludos.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Bien tomado por las hojas, Joselu: son hojas, extremos de un cuerpo quizá no compartible, pero al que se le puede sacar, tú lo haces, punta. Es una chanza con un amigo, una liberación semántica, un darse pero un darse en público, que tiene su historia también.
Percibir el arte: qué disciplina más difícil.
Tu comentario es un texto publicable en sí mismo, gozoso entero.
Lo plano nos come, nos aturde. Viva Stendhal y su pertubación.

Anónimo dijo...

Es verdad que no se pilla mucho o se pilla poco porque no es un "post"normal, Emilio, pero a mí me ha dado que pensar. El sindrome Sánchez, el síndrome del buen amigo, algo así?


Ana

Ramón Besonías dijo...

Cada vez hay más ciudadanos que sufren la versión invertida del síndrome de Stendhal: el amor a lo banal, el apego al reality show, al qué me dices y la noria mediática. Este sí que es un síndrome; bueno, más bien una epidemia, una pandemia global.

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