Se puede deducir que el hombre que grita ha probado antes a hacerse oír de una forma tradicional. Las palabras son el más hermoso de los instrumentos que tenemos para persuadir a quien no comparte nuestro discurso. Eso en el hipotético caso de que un discurso propio deba modificar o ocupar el sitio de uno ajeno. La persuasión es un arte al que le prestamos escasa atención. La usan los publicistas, la miman los publicistas, pero nosotros, a pie de calle, no nos esmeramos en ejercer algún tipo de influencia en los otros sobre la estricta mecánica de las palabras. El tipo de la foto, un indignado valenciano ha debido (insisto) usar los procedimientos lógicos y, a la vista de la sinrazón de la inteligencia, debió inclinarse por gritar, por arrugar el hocico y dar la impresión de estar a punto de morder. Cuando se acorrala a un hombre y no se le ofrecen soluciones adopta en ocasiones la figura del que aparenta morder, del que intimida con los gestos, aireando los brazos, elevando el tono de voz, no articulando mensaje o discurso alguno pero imponiendo el volumen de las cosas. En el grito, en ese espasmo fonético, se adensan los discursos que no se pueden o no se saben pronunciar. Uno no sabe si el que grita es un fanático, un exacerbado, uno de esos violentos que están a gusto en las trincheras, tapándose la cara y lanzando piedras a ver cuánto daño hacen o es, bien al contrario, un individuo armado de argumentos, razonable y conversador al que no le han ofrecido posibilidad alguna de argumentar, razonar o simpemente conversar.
Hace mucho tiempo que no grito: perdí la confianza en la utilidad del grito. No hablo, por supuesto, de la belleza del grito: carece de ella enteramente. Lo que sospecho es que después del grito, de ese desgañitarse, de la rotura inevitable del temple y la suelta bárbara de todas las serpientes del alma, al hombre éste se le va a sobrevenir una tristeza infinita: la tristeza del quebranto absoluto en la fe en el ser humano, en la certeza de que ningún parlamento previsiblemente civilizado puede disuadir a las fuerzas del orden para que se retiren y el conflicto (pues uno y bien gordo tienen entre manos) se resuelva con ese instrumento maravilloso formado por sílabas y por quiebros de la razón pura y por la prestidigitación formidable de las ideas. Pero soy un iluso y me limito a constatar el texto oculto detrás de la fotografía. Al pobre que recurre al grito, al gesto perruno, le importan una mierda estas frivolidades de la mente ociosa (dolorida, pero ociosa todavía) que ve, en las barbas del vecino, las suyas bien quemar. Le importa hacerse valer, no dejar que lo pisoteen (eso dicen) y hacer la máxima propaganda de lo que consideran justo y por lo que batallan. Porque no nos engañemos, a un nivel doméstico, sin entrar en estrategias ni hacer que concursen los tanques y las ráfagas nocturnas, lo que se ve en Europa, en estos días, es una pequeña guerra. Una del tamaño del desencanto de quienes la administran. No sé si lleva razón Cameron cuando sostiene que solo es pillaje lo que está sucediendo en su Gran Bretaña. Posiblemente sea pillaje, pero al pillaje, al hurto, al saqueo, lo empujan siempre otros motivos. Ninguno hermoso. Lo empuja el racismo o el paro o las dos cosas bien amarraditas en el mismo terrible pack. Sostiene también que los valores serán quienes conduzcan la sociedad a la paz o a la armonía, que es un estadio previo. Todo lo que, según sus palabras, aliente la recompesa sin esfuerzo. Y está ahí, en parte, el germen de todas estas desgracias que nos asolan. El alcanzar privilegios y disfrutar de bienes sin que ese logro provenga de un trabajo disciplinado. Los antiguos lo decían más gráficamente: aquello del sudor de tu frente. El problema (tal vez) es que no se suda lo bastante. O no se suda nada. Ya se ve: sangre, sudor y lágrimas. Otro reclamo semántico de antaño. Basta de momento con el bloque central de la oferta.
12 comentarios:
Probablemente el grito, amigo Emilio, fue el primer gesto que nos despuntó hacia nuestra humanidad. Gritar indica inteligencia, nos alerta y alerta a otros de peligros acechando. El grito es una terapia contra la incapacidad de plegar la realidad a nuestra voluntad. También es un desahogo, una digestión emocional. Aún existen culturas ancestrales que utilizan el grito como medio de comunicación a larga distancia.
Gritar, pese a que pueda parecer salvaje a los ojos del ciudadano civilizado, contiene en sí mismo más sabiduría que muchos discursos en busca de clientela que les sople.
Buen día, my friend.
Me gustó la alocución, mesurada, británica, hay que ver qué gusto da ver la templanza y la sensación de familia bien avenida hablando en su casa que tienen los parlamentarios ingleses, que hizo Cameron a propósito de las algaradas de sus hooligans locales. Pide Escuela, con mayúscula, coño. Y no es que critique a los maestros (yo lo soy, como tú) sino que pide que la educación, en las leyes, cambie, se haga más disciplinada, se deje de gilipolleces y haga que los padres por ejemplo se involucren, se involucren, que están para poco, al menos en España, sálvase el que pueda. En fin. No digo más, que me pongo acelerado. Buen texto, como siempre, como siempre. Me encanta como escribes. Da gusto, da mucho gusto esa escritura y esa forma de expresar lo que muchos pensamos. Y lo que no pensamos en otras, también, no creas. Saludos. Volveremos a leer.
Sencillamente magistral, sr. Calvo de Mora.
El sudor, el trabajo, el esfuerzo, las ganas de contribuir a que esto mejore, a que funcione, a que salgamos hacia adelante.
Lo de Cameron en Inglaterra de quitarse el sombrero. No tenemos un Rajoy ni un ZP de ese calado moral, de esa voluntad de trabajo, de esa sensibilidad ante los problemas. Veo a Rajoy un funcionario gris, pero tampoco era otra cosa el esforzado Zapatero, al que voté una vez, y lamentaré no poder hacerlo en la tercera. Todo se arreglará. No gritaremos más. Lo juro que yo no lo haré.
Bueno, no se puede suscribir en primer sentido a que el grito carece de estética, pero la metáfora se justifica.
El grito, si es honesto, ¿no existe como algo fundamentalmente cierto? En fin, la proposición me ha sacado del letargo...
Ya veo que estabas atareado esta mañana, sudando letras... Yo últiamente no ando sobrado de sangre (porque ya te dije que me baja la tensión con la caló) ni de lágrimas (la vida veraniega va sin pena ni gloria, así que ni gozo ni padezco); pero de vez en cuando sí que me sale el sudor, no es que trabaje mucho, es que bebo mucho y no me cabe tanta agua en el pellejo.
A mí los gritos de vez en cuando me hacen ilusión, aunque no sirvan nada más que para quedarse uno tranquilo y relajado (no sé quien dijo que la ira era un sentimiento sagrado).
Bueno, sin ira, pero como terapia sonora, ahí va mi grito paleto:
¡ieeeehhhhhEEEEEHHHH!
(Eso más que nada para que sepas que me he asomado por aquí)
El grito es poliédrico como lo es el silencio... Recuerdo Cabaret en una escena memorable en que Liza Minelli y un muchacho gritaban gozosamente cuando pasaba el tren. Yo también hace un año hice barranquismo y cuando me arrojaba a una poza desde ocho metros de altura, lo hacía gritando en una terapia liberadora. Pero es cierto, el grito también encierra rabia contenida, impotencia, miedo... Temo el grito por encima de muchas otras cosas en ese sentido. Yo me entiendo.
En cuanto a los disturbios de Gran Bretaña, pienso que no sólo son explicables por la pobreza, el racismo o la marginalidad... Pienso que como el grito son expresiones proteicas de muchas cosas difíciles de definir pero que se intuyen como levemente liberadoras. De hecho ha habido algún maestro implicado en los pillajes o muchachas de buena familia. Tenemos en nuestro cerebro profundo un salvaje que detesta el aburrimiento, y nuestras sociedades ordenadas, pulcras, metódicas... son tremendamente aburridas y hacen anhelar emociones fuertes sea como ficción o realidad. El ser humano es cazador sometido a la vida burguesa, pero en su interior subsisten pulsiones que no han sido aplacadas y que de vez en cuando aparecen para bien y para mal, casi siempre para mal. Los que son amantes de la literatura y el veneno que implica pueden sustituir esa necesidad íntima que nos lleva al robo, al asesinato, a la atrocidad por el juego límbico de las palabras, las leyendas, las historias que nos sumergen en lo misterioso del ser humano. Yo una vez fui amante de la literatura, y lamento a momentos haber sido abandonado por ese dulce mal que es leer. Si tuviera que elegir a un autor para quedarme con él, creo que salvaría a Melville, o tal vez a Beckett. Hace tiempo los leí.
“El problema es que no se suda lo bastante”… o que nos la suda demasiado. El grito va perdiendo razón de ser cuando con la misma vena del cuello –la misma, oiga- se lo dedicamos al árbitro y a quien nos pisotea los derechos. Lo de la prestidigitación de las ideas está muy bien traído, porque ya hace tiempo que muchos de quienes se disponen a hacer aparecer una bien cogidita de las orejas nos muestran antes que nada por aquí y nada por allá, nada en las mangas, nada en el fondo de la chistera y nada tampoco, me temo, debajo.
Lúcido como siempre, amigo Emilio. Un saludo.
Grita, que algo queda.
Yo grito muy pocas veces, pero
Que a gusto me quedo.
Lúcido, en efecto.
El que grita se desacredita como interlocutor
Usted, mi querido amigo, no necesita gritat. Vamos, ni me lo imagino. Si habla como escribe. Solo eso. Buena playita!
Somos lo que hablamos y hasta lo callado tambièn somos, pero no, no lo que gritamos, aun gritando. Grito, sí, pero para mí, no para otros.
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