4.5.11

De qué hablo cuando hablo de Murakami (Primera entrega)



En ocasiones la vida parece una vida de encargo. Obra en silencio la trama o debo decir la convicción de que una trama exista, pero a la vida la gobierna el azar, la administra el azar, la convierte el azar en esto trágico con lo que nos levantamos a diario y en lo que abrimos pecho como si nada pasase, como si fuese en verdad la vida un encargo de otro, una novela. Caso de que la vida sea una novela sería una de Proust o de Faulkner. No sería jamás una novela de Murakami. Tampoco me hace feliz la idea de que la vida sea una novela si se arrima a la idea de novela de Ken Follett o de John Le Carré. Confieso haber leído sus argumentos adictivos, haber entrado y salido de los personajes, sentido el suspense de la historia, pero no miman la palabra. La abandonan, la subordinan al concurso de los acontecimientos. Prefieren el lustre de la intriga, saben los dos que el que lee es un devorador de tramas, una de esas almas descarriadas a las que la vida no les abastece de ardor ni de belleza y terminan (ay) cayendo (yo he caído, yo he sido un devorador de tramas, yo he robado horas al sueño por Follett y Le Carré) en best sellers. Pero sobre todo temo a que la vida termine pareciéndose en demasía a una novela de Murakami. De hecho es de Murakami de quien he venido hoy a escribir. De cómo aburre su escritura y de cómo, aburriendo, no conduce a ningún sitio ni te hace sentir feliz o perplejo o emocionado durante la travesía. Aparte de lento, lo que cuenta Murakami es irrelevante. La vida (razono) no debe ser aburrida y debe conducir diariamente a algo. Debe (además) hacernos sentir felices de vez en cuando, perplejos (eso lo consigue sin esfuerzo) y hasta dejarse llevar por la emoción y ponernos tiernos, sentimentales, frágiles como un haiku de petaĺos. He leído los cuentos del sauce, Tokyo blues, el de Kafka y la del pájaro que da cuerda al mundo y con eso (creo) he tenido bastante. Lo que no comprendo (una de las tantas cosas que no acabo de entender) es la razón por la que existe esa querencia hacia los libros de Murakami. Cómo vende lo que vende. En qué hechizo cayeron los que, abriendo sus novelas, creen estar penetrando en un mundo fantástico, en un país asombroso al modo en que solo la buena literatura es capaz de abastecer a quien lo solicita. Los hechizos son inaprehensibles, no se dejan capturar por lo cartesiano, jamás se aleja del confort del corazón, ahí en donde bombea sus jugos más amorosos. Peor sería, tú lo sabes, oh Miguel, testigo de mi vicio, beber los vientos por Bucay, creer que a la vida podemos curarla con grageas espirituales de saldo, con pastillitas de alegría express, pero eso entra en un post que espera su turno en el editor de mi blog.



5 comentarios:

Anónimo dijo...

Soy Belvedere.
No tengo el gusto, pero lo has puesto a huevo.
Solo falta que alguien diga que algo es malo para que me entren ganas locas de echarle el diente.
Soy un lector incómodo, pero me encanta discrepar, disentir, y aquí, por lo rica que es la página, hay dónde elegir y me gusta, no creas,
me gusta mucho.
Gracias por la no-recomendación

Emilio Calvo de Mora dijo...

A tu ancha voluntad, Belvedere. Lee, disfrute, hay millones de lectores de sus libros. Uno más.

Ramón Besonías dijo...

He oído hablar tanto de Murakami que esa estela que deja su éxito literario me aturde y necesito desintoxicarme del autor. Me pasa con otros tantos. Cuando comienzo a leer un libro lo hago porque he entrado en él al azar, con fugacidad, o desde una recomendación seductora, sigilosa. El autor se merienda a la obra.

Quizá un día alguién me regale uno de sus libros o descubra tras un estante de una librería "Tokio Blues". Quizá entonces rompa mi recelo y lo lea. Por lo pronto, me abstengo, disiento (Belvedere, dixit). Aunque -advierto- la carne es débil.

Miguel Cobo dijo...

De Murakami solo he leído Tokio blues y me gustó, aunque no me entusiasmó. Encontré una justificación "esotérica" ne esta frase del capítulo I: "Corría el otoño de 1969, y yo estaba apunto de cumplir 20 años". Creí que era yo mismo. Y además sonaba Norwegian Wood.
De ahí a la reivindicación de Bucay, solo hay un paso, ja,ja,ja, mon ami: Pastilleros, como las meigas, haberlos haylos.

Mycroft dijo...

Es un autor egocentrico, que repite esquemas y tramas, pero no a modo de leitmotiv obsesivo pero absorvente: sino a modo de ensamblaje en cadena de producto de diseño. A mi lo de su bar de jazz no me importa ya un carajo.

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