El mundo está en manos de locos que saben manejar youtube y colgar sus obsesiones o locos que no saben arrancar el youtube de marras pero pueden rodearse de otros locos más expertos en nuevas tecnologías. El pastor Terry Jones sólo comparte con el director de La vida de Brian el nombre y el apellido: le falta el humor. A veces pienso que el humor es lo que va a salvar este mundo de los locos que lo habitan. Un tipo feliz, bien humorado, orgánicamente dotado para la alegría, es incapaz de encabronarse con las creencias de los demás y salir al porche de su casa o plantarse en la entrada de su templo y quemar los libros de otro Dios en nombre de la supremacía del suyo. En esto de lo propio y lo de los demás ha habido siempre fricciones, pero creía uno que el progreso, el avance en el reloj de la Historia y el sentido común de la especie humana iban a ser capaces de gobernar estos desvaríos. Qué ingenuo soy, qué ingenuos somos. El pastor americano no deja de ser un fanático de serie B, un iluminado, enjuto de carnes, comido por la ira y por las fiebres teológicas,l sólidamente convencido de que el mal, así en abstracto, empírico y molecular, está en un libro, en una colección de sermones, de prédicas, de metáforas.
Quemar libros es un acto bárbaro como pocos. El lerdo, el corto de alcances, el iletrado, tiene al libro como el mal absoluto. Da igual que hable de cocina o de literatura francesa, de dioses o de botánica. El libro es un objeto oscuro. Por eso los libros, al arder, expulsan la oscuridad. Por eso las batallas entre los pueblos suelen comenzar con la quema de las iglesias y de las bibliotecas. El que las incendia sabe que las palabras, al convertirse en ceniza, desarbolan al enemigo, lo reducen, le retiran el ardor metafísico de la guerra. Terry Jones, que no es una lumbrera y que ha prendido un conflicto que desconoce, viene a ser una especie de Travis Bickle, el inolvidable personaje de Taxi driver parido por la mente retorcida de Paul Schrader. Le basta haber aprendido una retahíla de proclamas, un puñado infame de argumentos contra el mundo y contra los que, a su enfermo juicio, lo están apartando de la recta senda, sea eso lo que eso y la construya quien la construya.
No sé si al paso que vamos, en esta cruzada flamígera, terminaremos también amontonando biblias y haciendo una pira con los santos evangelios. No tengo confianza en la cordura de los pueblos. Al pueblo, sobre todo al iletrado, se le azuza con facilidad extrema. Una vez azuzado, ya encabritado, encolerizado, convertido en un soldado, es decir, en un obrero sin decisiób, en una obediencia con armas, el pueblo es muy difícil de parar: la masa es una maldad en sí misma porque la masa no escucha, sólo avanza. Al fanático islamista le hubiese encantado que el fanático americano, de una iglesia de adjetivo peregrino y absurdo, hubiese terminado cumpliendo su promesa y el youtube alojara la proeza. Todas esas hordas de afganos con la ristra de bombas al cinto no necesita que lo inciten. Si lo hacen, quemando coranes, la guerra tendría, en sus inescrutables almas, más que sentido.
Otro asunto es la relevancia que se le está dando al descerebrado. Hasta Obama dijo que tendría que llamarlo y luego no sé si lo hizo o no. A Jones le lloverán contratos, abrirá templos, ganará adeptos, verá su cara de militar prusiano en prensa, en televisión. Siendo como son los americanos, no me extraña que anuncie rifles o una marca de cerveza. Lo espantoso de toda esta historia es que una sola persona, monda y lironda, pueda quebrar la paz o pueda incluso comenzar una guerra. Una persona sola, en su Florida natal, en su iglesia de barrio, alimentando almas de barrio, sencillas almas de pueblo que, en su mesa camilla, en su barra de bar, pueden despotricar a gusto contra lo que no les gusta, pero habría que legislar hasta qué punto una persona sola, empujada por sus convicciones, sin injerencia ajena (creemos) pueda provocar un desastre de esta altura. Claro que no habría desastre ni sería provocación si nadie se sintiese dolido por quemar un libro, aunque sea coránico, bíblico o merengue. Lo dicho: estamos en manos de locos. Nos rodea la injusticia. Nos asfixia la barbarie. Nos van a matar a golpe de salmo.
Qué instrumentos más poderosos los libros, qué arma más letal, qué triste es no saber usarlos, no amarlos, no comprender que en ellos está la belleza y la inteligencia y la tolerancia. Qué poco tolerantes somos.
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Quemar libros es un acto bárbaro como pocos. El lerdo, el corto de alcances, el iletrado, tiene al libro como el mal absoluto. Da igual que hable de cocina o de literatura francesa, de dioses o de botánica. El libro es un objeto oscuro. Por eso los libros, al arder, expulsan la oscuridad. Por eso las batallas entre los pueblos suelen comenzar con la quema de las iglesias y de las bibliotecas. El que las incendia sabe que las palabras, al convertirse en ceniza, desarbolan al enemigo, lo reducen, le retiran el ardor metafísico de la guerra. Terry Jones, que no es una lumbrera y que ha prendido un conflicto que desconoce, viene a ser una especie de Travis Bickle, el inolvidable personaje de Taxi driver parido por la mente retorcida de Paul Schrader. Le basta haber aprendido una retahíla de proclamas, un puñado infame de argumentos contra el mundo y contra los que, a su enfermo juicio, lo están apartando de la recta senda, sea eso lo que eso y la construya quien la construya.
No sé si al paso que vamos, en esta cruzada flamígera, terminaremos también amontonando biblias y haciendo una pira con los santos evangelios. No tengo confianza en la cordura de los pueblos. Al pueblo, sobre todo al iletrado, se le azuza con facilidad extrema. Una vez azuzado, ya encabritado, encolerizado, convertido en un soldado, es decir, en un obrero sin decisiób, en una obediencia con armas, el pueblo es muy difícil de parar: la masa es una maldad en sí misma porque la masa no escucha, sólo avanza. Al fanático islamista le hubiese encantado que el fanático americano, de una iglesia de adjetivo peregrino y absurdo, hubiese terminado cumpliendo su promesa y el youtube alojara la proeza. Todas esas hordas de afganos con la ristra de bombas al cinto no necesita que lo inciten. Si lo hacen, quemando coranes, la guerra tendría, en sus inescrutables almas, más que sentido.
Otro asunto es la relevancia que se le está dando al descerebrado. Hasta Obama dijo que tendría que llamarlo y luego no sé si lo hizo o no. A Jones le lloverán contratos, abrirá templos, ganará adeptos, verá su cara de militar prusiano en prensa, en televisión. Siendo como son los americanos, no me extraña que anuncie rifles o una marca de cerveza. Lo espantoso de toda esta historia es que una sola persona, monda y lironda, pueda quebrar la paz o pueda incluso comenzar una guerra. Una persona sola, en su Florida natal, en su iglesia de barrio, alimentando almas de barrio, sencillas almas de pueblo que, en su mesa camilla, en su barra de bar, pueden despotricar a gusto contra lo que no les gusta, pero habría que legislar hasta qué punto una persona sola, empujada por sus convicciones, sin injerencia ajena (creemos) pueda provocar un desastre de esta altura. Claro que no habría desastre ni sería provocación si nadie se sintiese dolido por quemar un libro, aunque sea coránico, bíblico o merengue. Lo dicho: estamos en manos de locos. Nos rodea la injusticia. Nos asfixia la barbarie. Nos van a matar a golpe de salmo.
Qué instrumentos más poderosos los libros, qué arma más letal, qué triste es no saber usarlos, no amarlos, no comprender que en ellos está la belleza y la inteligencia y la tolerancia. Qué poco tolerantes somos.
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3 comentarios:
Solo hay que invertir los términos...¿Qué diría él si en Afganistán quemaran su libro, su pequeño trozo de verdad trascendente...?
Vivimos en las tribus...
http://30.media.tumblr.com/tumblr_l8k8mg7DcV1qbn1q0o1_400.jpg
Emilio, puede que este pastor protestante sea un personaje de serie B como dices con acierto, pero los comentarios, que he leído en la prensa digital española acerca de los musulmanes y el Islam en general, son de tal cariz extremista que me temo que este señor tendrá muchos seguidores ocultos, por atreverse a decir en público lo que otros esconden bajo seudónimos.
Coincido con usted en que el humor es lo único que nos salva, incluso de nosotros mismos. Cada vez aprecio más a la gente 'orgánicamente dotada para la alegría' (¡qué estupenda forma de decirlo!).
He ido recolocando las virtudes que, lucidas por el prójimo, más benéficas me resultan a mí misma: el resultado es que, con los años, el humor y la alegría se están dando de codazos en el primer puesto, con la integridad y el sentido crítico, y la pobre inteligencia ha tenido que sentarse en el segundo peldaño, al lado de la tolerancia, pero a punto de despeñarse.
PS: estoy sorprendida, y agradecida. Vd. sabe por qué. :-)
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