Lo que le ha pasado a El último tango en París no tiene parangón razonable en cualquier otra película de cine de calidad: han prevalecido algunas imágenes en nuestra memoria colectiva y se han borrado el resto. Ha quedado el ascensor donde los amantes se ponen de un lúbrico vitaminado. Ha quedado el pubis muy negro e hirsuto de Jeanne (María Schneider), su cuerpo menudo, sus piernas cortas, su cara de niña y sus tetas grandes. Ha quedado la humillación de la mantequilla. Ha quedado el apartamento soleado, su soledad sudada y su vacío descarnado. Lo que se ha perdido es una simbología, el espíritu de la utopía, su literatura. Se ha perdido el trasfondo de sus personajes: la locura de su existencia, la belleza triste de las historias que, al hilo del encuentro de los amantes, van componiendo el retrato de un mundo en decadencia, ridiculizado por Bertolucci en la figura del director amateur, el cineasta pedante-novio de Jeanne, que representa aquello que el propio Bertolucci odiaba: el cine baboso, pedante y realista de la época. ¿Alguien ha pensado en Goddard? El compromiso político de Bernardo Bertolucci se viste del eco del Mayo francés, de sus revueltas estudiantiles, de la inocencia culta y solidaria de sus jóvenes liberados. Eran tiempos en los que la cultura era manejada, quizá por primera vez en el siglo XX, como arma y las palabras eran arrojadas como balas. Lo que hace Paul ( un alucinante Marlon Brando ) es hablar: su tormento interior es verbalizado, comunicado sin pudor a la niña-amante que ha encontrado y que comparte con él la soledad, el anonimato, como si fuesen fantasmas.El último tango en París es cine auténtico, aunque no sé exactamente qué quiere decir esto: quizá sea auténtico porque no ofrece respuestas sino que abre interrogantes. Así es la vida, de cualquier forma. Paul es un atormentado, un ser destrozado ( ha enviudado; su esposa se ha suicidado, y no quiere construir un mundo nuevo ) y un alma en pena continua, que no necesita redimirse, pero que lampa por encontrar a alguien con quien dejarse morir, a quien confiar su letanía más íntima. Alguien que grita: "puto Dios". Y entonces es cuando aparece el sexo y es en su gramática de sudor y de silencios en donde Paul y Jeanne consiguen una comunicación plena. Eros y Tanatos, la vida y la muerte bordadas en el sexo, como decía Serrat en la copla de su Curro el Palmo, la eterna historia del bien y del mal, de la luz y de su reverso, no necesaramente tenebroso: esto es lo que se esconde debajo de la ropa de los amantes, en el suelo del apartamento parisino, con luz del sol invadiendo la pantalla.Asombra que los años no hayan restado un ápice de contundencia a este film: se ha sobrepuesto a su mensaje, aunque tiene todas las papaletas para perderse porque es, muy fundamentalmente, un film preciso de una época precisa y se entiende que los espectadores que lo vieron en su estreno alojaran un asombro mayor, una reverencia más profunda, un amor más visceral por la expereincia que supone su visionado.
"Puto Dios", dice Paul debajo de un puente mientras un tren pasa. Paul no quiere saber nada del pasado de su amante casual. No hay nombres. No hay historia. Hay epidermis. Hay un revolcón que ha dado suficientes quebraderos de cabeza a los reprimidos y a la censura imperante como para tener este film como cabecera del pecado, con la imagen voluptuosa de Jeanne en la bañera, enjabonado por el hierático Paul, quemada por una tarde invernal tristísima y hermosa. No escandaliza como entonces, gracias a ese Dios de debajo del puente que Paul insultaba, pero deja un poso de angustia, de escozor en el alma, que es donde más escuecen todas las cosas.Palabras mayores de filósofos de mesa camilla como nihilismo o existencialismo para una sencilla remembranza de una película de erotismo dramático o de drama erótico, pero el sexo es el vehículo para que estos personajes toquen el cielo o toquen fondo y acaban en la gloria o en el infierno. Importa poco. París, no obstante, teniendo muchas películas, tiene a ésta como una bandera firme de su aureola de romantiscismo decadente. Capítulo necesariamente aparte es el arco de influencia social que la película produjo en su época: yo todavía sigo fascinado por el patetismo garrulo y provinciano de aquellos españolitos en perpetua erección (Franco había echado inhibidores de la líbido en los pantanos que iba inaugurando) que iban al sur de Francia para ver un coño y unas tetas, con perdón por el rebaje semántico, por demás, utilísimo. Y encima hablaban en francés.
Éstos de ahora son tiempos distintos y otros son los patetismos, provincianos o no, que nos pueblan, pero aquél era paradigmático de una situación pollítica vergonzante, oscurantista. Parece, en todo caso, que el retraso va siendo ya souvenir de nuestra Historia y todo son en estos días de aperturismo en lo social y de bonanza moral galardones para el talente liberal de nuestro Gobierno. Hora era. Tiempo habrá en un futuro probablemente no lejano de evaluar si corrimos mucho o si en la carrera perdimos algo valioso. Luego es muy difícil echarnos atrás, reandar el camino y aguzar la vista para ver qué perdimos. Esto es una sencilla crítica de cine, un apunte sobre el pasado, no una editorial furibunda sobre el progreso y sus vicios en la editorial de un periódico con mucha tirada.
"Puto Dios", dice Paul debajo de un puente mientras un tren pasa. Paul no quiere saber nada del pasado de su amante casual. No hay nombres. No hay historia. Hay epidermis. Hay un revolcón que ha dado suficientes quebraderos de cabeza a los reprimidos y a la censura imperante como para tener este film como cabecera del pecado, con la imagen voluptuosa de Jeanne en la bañera, enjabonado por el hierático Paul, quemada por una tarde invernal tristísima y hermosa. No escandaliza como entonces, gracias a ese Dios de debajo del puente que Paul insultaba, pero deja un poso de angustia, de escozor en el alma, que es donde más escuecen todas las cosas.Palabras mayores de filósofos de mesa camilla como nihilismo o existencialismo para una sencilla remembranza de una película de erotismo dramático o de drama erótico, pero el sexo es el vehículo para que estos personajes toquen el cielo o toquen fondo y acaban en la gloria o en el infierno. Importa poco. París, no obstante, teniendo muchas películas, tiene a ésta como una bandera firme de su aureola de romantiscismo decadente. Capítulo necesariamente aparte es el arco de influencia social que la película produjo en su época: yo todavía sigo fascinado por el patetismo garrulo y provinciano de aquellos españolitos en perpetua erección (Franco había echado inhibidores de la líbido en los pantanos que iba inaugurando) que iban al sur de Francia para ver un coño y unas tetas, con perdón por el rebaje semántico, por demás, utilísimo. Y encima hablaban en francés.
Éstos de ahora son tiempos distintos y otros son los patetismos, provincianos o no, que nos pueblan, pero aquél era paradigmático de una situación pollítica vergonzante, oscurantista. Parece, en todo caso, que el retraso va siendo ya souvenir de nuestra Historia y todo son en estos días de aperturismo en lo social y de bonanza moral galardones para el talente liberal de nuestro Gobierno. Hora era. Tiempo habrá en un futuro probablemente no lejano de evaluar si corrimos mucho o si en la carrera perdimos algo valioso. Luego es muy difícil echarnos atrás, reandar el camino y aguzar la vista para ver qué perdimos. Esto es una sencilla crítica de cine, un apunte sobre el pasado, no una editorial furibunda sobre el progreso y sus vicios en la editorial de un periódico con mucha tirada.
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9 comentarios:
Hace tanto tiempo que vi el tango que apenas la recuerdo. Y mira que en mi último viaje a París pasé por la puerta de un cine que la ponía, pero imperdonablemente no entré.
Dos apuntes:
1. Maria Schneider, definitivamente, no había oído hablar de las ingles brasileñas.
2. Cuando describes el pacatismo español en lo sexual, mencionas la oscura situación "pollítica" ¿errata o excelsa ironía? ;)
Apuntes atendidos:
1.- No, ni idea de qué es eso. Iba a pelo suelto. La naturaleza misma. El origen del mundo era negro.
2.- Tendría que haberlo entrecomillado para no despertar dudas. Buen ojo.
"onde" hay pelo hay esperanza, que diría el castizo. Quitando bromas, la peli es un punto y aparte en la historia del cine español, aunque no fuese hecha aquí, claro. Luego vinieron todos los destapes posibles y los del infinito y más allá, jeje... La Cantudo, la Agata Lys, todas esas... Pero la María Schneider es un icono para los pajilleros de los setenta y alguno más habrá caido desde entonces. En cuanto a cine, no entiendo. Sé que hay momentos buenos y otros que me aburren soberanamente, sr. crítico. No me cabe duda de que es una buena película pero es por lo que dicen y no por lo que yo opino. Yo opino de algunas cosas con conocimiento. De lo que no sé, callo. Entiendo, ya has visto, de María Schneider. Jeje... Qué "jembra", Diosssssssssss..... Ismaelín
Me tocó verla en Francia cuando aún vivíamos en tierras de penumbra... Me gustó mucho y me pareció mucho menos "fuerte" de lo que contaban los que ya la habían visto. Más que su parte física me interesó la personalidad de los personajes, los dolores ocultos, la huída a la desesperada de sus propias vidas, sobre todo la de Paul. Es un personaje desgarrado por las circunstancias que practica el sexo por no tomarse una caja de lexines entera.
No ha significado un icono para mí pero siempre que la he vuelto a ver me ha gustado tanto como al principio.
Besos grandes.
Sí. Ismael, pues nada que objetar. Alegría había oído yo. De todas formas ahora manda el rasurado integral. Eran otros tiempos. Los hippies, todo eso...
Yo la vi directamente en Vhs mucho después de su estreno. Era yo joven todavía. Es iconográfica, Isabel, aunque no lo fuera para ti. Simbólica. Tristemente simbólica. En fin... Un beso grande.
Decía Truman Capote que era la peor película que había visto. Para mí es la que peor ha resistido el paso del tiempo. Toda la poesía que recogí en su momento ha desaparecido ya. Solo queda el cuerpo mullido de Maria Schneider.
Es posible. Le pasa eso a muchas de Bertolucci. Tengo en el disco duro La luna. Por ver. La recuerdo vagamente en una sesión de cine nocturno (doce de la noche) que programaba la Diputación de Córdoba en un patio al aire libre magnífico. Envejece mal todo menos lo mullido.
felicitaciones muy buen articulo
de bovary llegue "nuevamente" a el ultimo tango en paris una pelicula cada vez mas brillante
Acabo de verla nuevamente,, pasaron 36 años de aquella vez; ahora pude apreciar la profundidad de los dialogos que muestra siempre la condición humana; el tema de estar en el pasado tensionado al futuro y no ver que la vida es de instante en instante,, el pasado ya no es, el futuro no existe.
Luego trata bien el tema del amor y la muerte,, y que sólo el sexo es una obsesión en los que no aman; la castidad es amor que no está exento de sexo, sólo que este es integral, es parte del ser humano.
Luego, durante la escena de la sodomia hace la verdadera crítica a la familia, en lo que se ha transformado hoy, y el daño criminal que han hecho las religiones organizadas como la católica.
Ni con 200 años más conocería a Rosa dice Brando en la película,, sensacional,, allí lo dijo todo en eso del casamiento y no conocerse en principio a sí mismo.
Muy buena obra,, es vital, por eso perdura.
Gracias.
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