Consiste la crónica de la rutina diaria en incursiones en lo insólito que condimentan la vida y la sacan del tedio, que en estos tiempos de zozobras morales, relativismos papales y empujones laborales (ayer, ay qué horror, vi un desagradable y poco educativo episodio de este tipo) ya es bastante. Dios siempre está ahí para demostrarnos que bien pudiera no estar. La novela desmembrada del día a día tiene aquí su prontuario de maravillas, su fabuloso vademécum de prodigios a modo de placebos, útiles siempre para despejar la mente y pensar, hacia adentro, que no todo está perdido todavía.
Vamos a hablar ahora de los pingüinos gay, por ejemplo. Hoy los citaron en la radio, pero la noticia no es nueva. Estos animalitos tan Disney, tan cómplices de la ternura ajena, no salen del armario: salen del frigorífico. El chiste no es mío, claro. Luego está Rock Hudson, ese maromo de planta impecable, como de dandy rústico y escasamente cultivado en alejandrinos y pintura del siglo XVII, que tuvo engañados a nuestros padres durante varios decenios para, al final, destaparse bujarrón, lo cual no es bueno ni malo, pero debió pasarlas putas el hombre con ese ramillete de damiselas escotadas y concupiscentes que Douglas Sirk (sobre todo) le ponía en los melodramas de la época para revolcones sentimentales, mayormente.
Vamos a hablar ahora de los pingüinos gay, por ejemplo. Hoy los citaron en la radio, pero la noticia no es nueva. Estos animalitos tan Disney, tan cómplices de la ternura ajena, no salen del armario: salen del frigorífico. El chiste no es mío, claro. Luego está Rock Hudson, ese maromo de planta impecable, como de dandy rústico y escasamente cultivado en alejandrinos y pintura del siglo XVII, que tuvo engañados a nuestros padres durante varios decenios para, al final, destaparse bujarrón, lo cual no es bueno ni malo, pero debió pasarlas putas el hombre con ese ramillete de damiselas escotadas y concupiscentes que Douglas Sirk (sobre todo) le ponía en los melodramas de la época para revolcones sentimentales, mayormente.
Y cada uno se monta la cosa amatoria a su aire. Algún arcano diseño genético proveyó para cada especie su corralito y no consintió que criaturas distintas se abrazaran en jubilosa coyunda, pero he aquí que el rebaño tiene individuos de sentimentalidad díscola, aunque ellos contemplen la ajena como la verdaderamente extraña. La inconmovible unidad familiar, alimentada durante siglos por poetas, cronistas de juegos florales y boticarios de iglesia en domingo, ha caído en sospechoso picado y no parece, a la luz de las nuevas políticas de Estado, que la cosa vaya a remontar airoso vuelo. Ya lo dijo anoche un comiquito televisivo de éxito: Yo no estoy en contra del matrimonio gay, yo estoy en contra del matrimonio. Que para hacerse la puñeta - añadió- qué más da el sexo de los contrincantes.
Y ahora si me disculpan, cierro el blog, me coloco la chaqueta, me abrigo un poco (el tiempo va dando ya síntomas de que es ortodoxo y no contraviene su rutina milenaria de frío en noviembre) y tiro al trabajo, que habrá que cumplir y hacer el oficio al que ha dedicado uno sus desvelos y preocupaciones a mayor gloria de la sociedad y de esa cosa que dicen que se llama amor propio. El mío (hoy, inexplicablemente) está por las nubes. No creo que dure dos calles. En cuanto me dé cuenta, entro en el editor del blog y borro esta entrada. Que ustedes almuercen bien.
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7 comentarios:
Qué título. Sólo el título hace que leamos. Luego, lo dem'as.. pero qué título. Me encantó.
Bueno, Emilio, me acabas de cazar, yo de cine entiendo poco y veo poco, pero coincidimos en la escritura aunque sea con lenguajes distintos, o quizá no tanto, porque lo tuyo tiene mucha poesía. Me descubres todo un mundo, y con él tu profundidad y tu pericia técnica, esa que no muestras a quien te saluda por la calle. Desde hoy te sigo; y por poner alguna pega, la letrilla pequeña se me junta, tu blog es muy denso y tiene que ser así, lo que pasa es que a mí ya me han recetado las bifocales aunque todavía no me las he comprado... No sé yo si eso de las bifocales bifoca también la mente, esto es, que te acaba provocando algún trastorno bipolar, que no sería nada raro en la red, donde podemos ser tanta gente a la vez. Bueno, te hago aquí el comentario porque no he encontrado tu e-mail. Lo dicho, que me alegro gratamente.
Te veo algo derrotista últimamente... Lo que alucina es que haya tanta gente todavía (y la seguirá habiendo por muchos siglos) que en vez de disfrutar de su sexo como le dé la gana y a mayor gloria, se dediquen a poner cortapisas a otros, da igual cuáles sean sus preferencias para elegir pareja amatoria. ¿Serán los pingüinos unos enfermos y unos pervertidos como sugiere la iglesia respecto a los homoxexuales?
Ayayay, que un abrigo no es suficiente para proteger la llama interior. :)
Muchos besos.
Ya he entrado en tu blog, Pepe. Y te he visto en Teruel declamando como un titán. En cuanto tenga un hueco, uno chico, te linko, es decir, te clono, te repito, te pongo en este rincón como dijimos. Saludos. Nos vemos en linux, jeje...
Puede ser, Isabel. Hay días para todo. Lo de los pingüinos da que pensar. ¿Tendrán Conferencia Episcopal?
Ana, me olvidaba de ti, perdona. El título me gusta incluso a mí, que poco me gusta normalmente lo que hago. Lo de dentro es irrelevante. Nos quedamos entonces con el "pedazo" de título. Un beso.
Lo cierto es que Rock Hudson engañó a poca gente. Su homosexualidad era un secreto a gritos no solo en Tinseltown. Los pingüinos gays fueron retratados por Herzog en su maravillosa "Encuentros en el fin del mundo". Y poco hay que añadir, salvo que el frío por fin hace acto de presencia y tu blog está ahí siempre. Cosa que mis noches de ajetreados días, agradecen.
El frío, my friend. Como diría Fleming: El escritor que vino del frío. Jeje.
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