I
Más que una película, Ágora es un estado de ánimo, una vía formidable para regresar a la filosofía, aunque sea en la barra de un bar y no se hable una sola palabra sobre cine. En ese sentido, Ágora no es una película o lo es al modo en que sucede como una película, pero Amenábar ha abandonado los dispositivos narrativos clásicos (que exhibió con robustez en Los otros, por ejemplo) y ha cargado las tintas en lo teológico, en esa filosofía de andar por casa, sencilla, alejada de sofismas y tautologías, más doméstica que otra cosa. ¿Qué tenemos? ¿Un peplum metafísico? ¿Un panfleto agnóstico? Probablemente Ágora funcione en ambos sentidos. En la rendición de una historia que puede seguirse sin involucrarse en exceso y en la historia que interesa por lo que significa y no tanto por lo que es. Ágora, en ese sentido, es la cinta más extracinematográfica que yo haya visto en los últimos tiempos.
II
Los cristianos, en Ágora, transforman la Biblioteca de Alejandría en un establo y después de quemar los libros. Un pueblo embrutecido y ágrafo conviene siempre a estos propósitos. Después queman también a los judíos, que son un gremio belicoso, incómodo, el único consciente del poder rebelador de la palabra.
Los cristianos, en Ágora, transforman la Biblioteca de Alejandría en un establo y después de quemar los libros. Un pueblo embrutecido y ágrafo conviene siempre a estos propósitos. Después queman también a los judíos, que son un gremio belicoso, incómodo, el único consciente del poder rebelador de la palabra.
III
Los cristianos de Amenábar son una suerte de facción bárbara de lo que no debe ser nunca una religión. El hecho de que el director se declare ateo (primero) y agnóstico (más tarde) podría hacer pensar que hay una intención condenatoria. Hay, no obstante, un pulso continuo entre la ciencia y la fe, entre el saber y la creencia.
IV
Los parabolanos, la milicia cristiana que ocupa las calles y se apresta al combate, están vestidos talibanamente. No parece un hecho casual. Se advierte, en todo caso, la mano del director. La turbamulta caótica que arrasa la Biblioteca y la reduce a un griterío de gallinas sirve únicamente para exhibir la grandeza de la violencia, su plasticidad, el hecho de que el cine (el peplum, John Ford, las cintas de aliento épico tipo El señor de los anillos) agranda su aliento épico con estos despliegues grandiosos. Amenábar abusa del plano cenital. En su extremo, acude incluso al plano cenital total, que consiste en algunas imágenes sobrecogedoras (Kubrick ahí de fondo como un animal sabio y fiero) del planeta Tierra visto desde el puro espacio exterior. Ágora es un tratado de astronomía razonable. Hay que darle derechos de autor a Manolo García y a Quimi Portet. Por la idea. Por el espíritu semántico del asunto.
V
Casi nada turba en Ágora. Mucho de lo visto aturde. Entre la turbación y el aturdimiento, aparte de la similitud fonética, hay un mundo. Las carencias emocionales ni siquiera son paliadas con belleza plástica. La hay a ratos: la hay a dentelladas. Sólo en momentos muy puntuales. Yo me quedo con el plano inverso: esa rotación de la cámara que deja al espectador (a mí, no voy más lejos) en el asombro al que luego nunca regresa.
VI
Si tenemos que elegir algo memorable en Ágora es la figura de la astrónoma Hypatia. Busca la verdad o busca la pureza del círculo, que luego deviene elipse y fractura del ombliguismo cósmico. El obispo Cirilo, que la denigra sin salirse de las Escrituras, remite al abad custodio de El nombre de la rosa. Durante parte de la historia pensé en el libro guardado, el que en la novela de Umberto Eco precipitaba la barbarie dentro del convento. Los libros en Ágora sufren. Ver un libro arder es ver morir al mundo. Ese mismo obispo ordena a sus mercenarios (qué son, al cabo) que cubran la cabeza de Hypatia justo en el momento en que va a ser ajusticiada. Al tufillo talibán de las hordas cristianas le podemos añadir sin pudor ético el burka. Cerrando círculos morales.
VII
Me contaron que en las iglesias de mi pueblo se pasó una advertencia por escrito que censuraba la asistencia al pase de la película en los cines. Juro que disfruté al oírlo. Sin gustarme en exceso, sin conceder yo que sea una gran película y que merezca la masiva presencia del público, me encantaría que arrarasa en pantalla. Aunque únicamente fuese por suscitar después alguna conversación a pie de barra de bar. La recomendación parroquial no tiene desperdicio intelectual.
VIII
Leo en la Red, en algún libro pillado a vuelaojo en la Biblioteca de mi pueblo, sin quemar, no crean, que la historia contada por Amenábar no es fiel a la auténtica. Por supuesto. Amenábar ha tirado de ficción. Ha escrito una historia sobre los fanatismos y ha conducido la narración por los caminos por donde se le podía sacar más partido comercial. Corren malos tiempos para los relativismos, dixit The Pope. Amenábar los sacraliza. Viva el relativismo. No está mal una pizca de ficción. Si guarda algún parecido con la realidad, mejor. Haría falta ahora una Ágora guionizada por César Vidal y dirigida por... (se me ocurren un par de directores, pero están de retiro, escamados de la supremacía progresista en la taquilla hispana)
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V
Casi nada turba en Ágora. Mucho de lo visto aturde. Entre la turbación y el aturdimiento, aparte de la similitud fonética, hay un mundo. Las carencias emocionales ni siquiera son paliadas con belleza plástica. La hay a ratos: la hay a dentelladas. Sólo en momentos muy puntuales. Yo me quedo con el plano inverso: esa rotación de la cámara que deja al espectador (a mí, no voy más lejos) en el asombro al que luego nunca regresa.
VI
Si tenemos que elegir algo memorable en Ágora es la figura de la astrónoma Hypatia. Busca la verdad o busca la pureza del círculo, que luego deviene elipse y fractura del ombliguismo cósmico. El obispo Cirilo, que la denigra sin salirse de las Escrituras, remite al abad custodio de El nombre de la rosa. Durante parte de la historia pensé en el libro guardado, el que en la novela de Umberto Eco precipitaba la barbarie dentro del convento. Los libros en Ágora sufren. Ver un libro arder es ver morir al mundo. Ese mismo obispo ordena a sus mercenarios (qué son, al cabo) que cubran la cabeza de Hypatia justo en el momento en que va a ser ajusticiada. Al tufillo talibán de las hordas cristianas le podemos añadir sin pudor ético el burka. Cerrando círculos morales.
VII
Me contaron que en las iglesias de mi pueblo se pasó una advertencia por escrito que censuraba la asistencia al pase de la película en los cines. Juro que disfruté al oírlo. Sin gustarme en exceso, sin conceder yo que sea una gran película y que merezca la masiva presencia del público, me encantaría que arrarasa en pantalla. Aunque únicamente fuese por suscitar después alguna conversación a pie de barra de bar. La recomendación parroquial no tiene desperdicio intelectual.
VIII
Leo en la Red, en algún libro pillado a vuelaojo en la Biblioteca de mi pueblo, sin quemar, no crean, que la historia contada por Amenábar no es fiel a la auténtica. Por supuesto. Amenábar ha tirado de ficción. Ha escrito una historia sobre los fanatismos y ha conducido la narración por los caminos por donde se le podía sacar más partido comercial. Corren malos tiempos para los relativismos, dixit The Pope. Amenábar los sacraliza. Viva el relativismo. No está mal una pizca de ficción. Si guarda algún parecido con la realidad, mejor. Haría falta ahora una Ágora guionizada por César Vidal y dirigida por... (se me ocurren un par de directores, pero están de retiro, escamados de la supremacía progresista en la taquilla hispana)
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6 comentarios:
Siempre me han gustado las películas de corte histórico y reconozco que ésta me ha encantado porque se sale de las habituales del género y por esa visión cósmica y adaptada a la realidad actual que utiliza ideológicamente Amenábar sin cortarse un pelo. Me gusta el personaje de Hypatia y el de Davo, el más perdido de todos y el más humano.
No sé si es una gran película pero me hizo pasar un buenísimo rato.
Besotes.
No lo es, Isabel. Es un cine hecho para luego hablar de él en una barra de bar, eso. No es mala, no creas. Ve a verla.
Cuenta después.
Besos.
Vi ayer la película y me gustó. Me conmovió la escena de la entrada y destrucción de la biblioteca.
De cualquier manera, es lamentable comprobar que la humanidad, que tanto ha evolucionado en lo técnico, sigue igual que en el siglo IV en cuanto a emocionalidad se refiere. Hoy como entonces, hay mucho parabolano suelto y poca Hipatia.
Compañero Emilio, me ha encantado tu visión de esta pelicula.
La puerta de aquella impresionante biblioteca donde navegantes del mundo conocido dejaban su sabiduria estaba coronada, según cuentan algunos historiadores por la siguiente frase " Aqui se encierra el tesoro contra los males del alma" se ve que ninguno de los que arrasaron la biblioteca estaba diagnosticado y que ni mucho menos usaron aquellos libros como remedio para sus miedos, y digo miedos por que en mi opinion toda religion se nutre del miedo a lo desconocido, el miedo a aceptar que la vida no es más que lo que vemos, el miedo a morir o el miedo que porvocan los fenomenos naturales y espaciales que escapan a nuestro entendimiento.
Esta pelicula para mi pone de manifiesto una vez más las grandes barbaridades que se han hecho a lo largo de la historia en nombre de Dios, de cualquier Dios, habria que poner en una balanza las cosas buenas y malas a consecuencia de las religiones del mundo ( tengo serias dudas de hacia donde se inclinaria).
La pelicula muestra como un buen conocedor de las escrituras es capaz de usarlas en su provecho ante ningun otro buen conocedor de las mismas que le rebata y sobre todo en una sociedad propensa a creer en lo que fuera, como bien parodiaron los Monty Python.
En fin, la incompatibilidad ciencia - religión siempre dará mucho juego, no me extrañaria que pronto se llevara a los cines la vida de Galileo, tiempo al tiempo.
1 saludo compañero
Hablaremos mañana, Víctor. Si podemos. Cojeamos, a lo que veo, del mismo pagano pie. Un abrazo.
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