La prensa, en verano, viene flaquita, pero siempre hay titulares magros, frases antológicas, fotografías que te incomodan la digestión o hacen que no puedes descabezar el sueño después de una paellita en el chiringuito de la playa. Descubrimos que hay un mercado para la transacción de fluidos corporales entre famosetes y un ejército de operarios a pie de fornicio para extraer el documento gráfico explicativo. Se trata, en el fondo, de compensar el ferragosto informativo con la morralla frivolona que engolosina la parte más gris del cerebro, ésa en la que acumulamos el óxido de la realidad, la cochambre, el moho, todo eso que atenta contra el buen gusto pero que engorda la líbido y evita que caigamos en pensamientos de mayor hondura metafísica. Leemos, por ejemplo, que Kim Jong-il, el reyezuelo norcoreano, ha liberado a dos periodistas norteamericanas presas en su país merced a la injerencia mediática de Bill Clinton, que es el marido de la secretaria de Estado del Gobierno de Obama.
Clinton es un señor fotogénico, curtido en los entresijos de la diplomacia, que igual sirve para asistir a un concierto de Bruce Springsteen y cantar Thunder road tocado por la mística de su emotiva letra que blandir las barras y estrellas de su patria y entrar con toda elegancia en la misma entraña de la bestia y rescatar a dos conciudadanas sin verter una sola gota de sangre. El indulto descabeza al monstruo nuclear durante, al menos, un par de horas y exhibe la musculatura política de Obama, aunque la Casa Blanca se haya explayado en desmentir que el Presidente haya terciado en el asunto. Nunca entendemos las maniobras de estos paladínes de la política. Personalmente, no entiendo la política: entiendo algunos fragmentos, la trama deshilachada, las huellas que la política va dejando en la arena, pero no el peso que la crea. A mí Clinton siempre me cayó estupendamente. Y en esa ignorancia mía de la alta política, la empatía surge a nivel doméstico, a caballo entre las acometidas de saxo en pequeños clubs, entre amigos y todo eso, y la iconografía de la histórica mamada que la becaria le practicó a beneficio de columnistas desprejuiciados.
Clinton, en Corea, es un héroe de la cruzada humanitaria que Barack Obama está realizando urbi et orbe. A ver si le da al hombre por dejarse caer por el País Vasco y convence al colectivo etarra sobre la incoveniencia de insistir en el tiro en la nuca y en la bomba lapa debajo de los coches oficiales. El tirón mediático tiene esas cosas: hasta el más infame de los terroristas puede tener, debajo del blindaje emocional, un corazón que late, uno capaz de interrumpir la ira y bombear ternura, no sé, la que despierta Clinton cuando se pasea por las trincheras de todos los conflictos y abre su recetario de gestos, de frases. Esa sutil vara de mando debe exportarse a todos los confínes del mundo.
Gente como Clinton perfuma el verano de épica. Al caer la tarde, en las piscinas de los apartamentos costeros, las consuegras leídas, las que se levantan revisando la prensa y oyen por la noche las tertulias más enjundiosas, hablan maravillas de Bill, el campeador, le perdonan la infidelidad conyugal y concluyen felizmente la cháchara regalando al aire cómplice (suele pasar que en las piscinas uno lo oye todo si presta un poquito de atención) bendiciones a este caballero cabal, delfín de las causas nobles. Yo, por mi parte, me levanto de la toalla y me zambullo en la piscina, me hago unos largos (un par, no crean, no da la cosa para alardes ni tiene sentido mentir en este rinconcito de amigos) y me seco al sol sabiendo que los superhéroes de la Marvel, en estos tiempos de zozobra digital y caos analógico, tocan el saxo y en lugar de enfundarse mallas de colorínes exhiben trajes de Armani, muy caros, eso sí, aunque tal vez con la factura justificada, vaya a ser que también en las Américas tengamos un Camps desprevenido, inocentón, ignorante, burdo en sus pocos alcances, sin la cohorte de incondicionales que jalean el desliz textil, pero nuestros políticos, incluso los mejor vestidos, no se aprestan a estas cruzadas valerosas y echan agosto como pueden, capeando la crisis, inventando ventiladores, convidando a tinto de verano a quienes les piden cuentas. ZP, el reformador del reino, babea, alucina, se imagina en estas aventuras extremas de la diplomacia, se ve ahí, junto al líder pequeñito de esa franja del terror, contándole la teoría de la alianza de las civilizaciones, que es uno de esos relatos en los que se faja como Dios en sus nubes y levanta pasiones entre la feligresía progre. Démosle tiempo y unas mallas.
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