I
Anoche, justo después de que el Barcelona barriese del césped al Manchester y se coronase como el mejor equipo del mundo, ZP era entrevistado por José Ramón de la Morena en la SER. Dejando de lado los júbilos y los arrebatos místicos de un culé confeso, Zapatero arrancó por metafísica y colgó en las ondas algunas ideas que deberían ser convenientemente empaquetadas, no vaya a ser que se desparramen y terminen extraviadas. No queremos eso. Vino a decir que la crisis que nos azota precisa de celebraciones de esta hondura pagana: que el ciudadano al que devasta el paro y la precariedad en el bolsillo se resarce con los triunfos del deporte. Que en foros internacionales se habla de la España de Nadal y del fútbol, lo cual, dicho sea de paso, le llenaba de exultante orgullo. También yo me siento español cuando Nadal le hace un drive a Federer o cuando Iniesta se la cuela a Cech en Stamford Bridge. Volvemos entonces al sobado argumento, clásico ya entre los argumentos lenitivos de toda crisis que se precie, del pan y del circo. A falta de pan, dosis generosas de circo. Y más en Roma, por supuesto. De hecho la falta de recursos narrativos fue rutinariamente solventada con continuas referencias a la Roma clásica, trufada de gladiadores, convertida en la épica máxima del valor y del honor. La guerra mismamente. Hasta Andrea Boccelli, que no es santo de ninguna de mis abundantes devociones, cantó como los mismos ángeles la melodía de Gladiator, la película de Ridley Scott. Y no es que debamos encerrarnos en ningún sótano a resguardo de la alegría ni la crisis económica deba exigir el tributo de la austeridad más espartana, pero tal vez el que administra la cosa pública, el guía investido por el pueblo para conducirnos hacia el Maná plenipotenciario, no debería exhibirse tan ufanamente.
Anoche, justo después de que el Barcelona barriese del césped al Manchester y se coronase como el mejor equipo del mundo, ZP era entrevistado por José Ramón de la Morena en la SER. Dejando de lado los júbilos y los arrebatos místicos de un culé confeso, Zapatero arrancó por metafísica y colgó en las ondas algunas ideas que deberían ser convenientemente empaquetadas, no vaya a ser que se desparramen y terminen extraviadas. No queremos eso. Vino a decir que la crisis que nos azota precisa de celebraciones de esta hondura pagana: que el ciudadano al que devasta el paro y la precariedad en el bolsillo se resarce con los triunfos del deporte. Que en foros internacionales se habla de la España de Nadal y del fútbol, lo cual, dicho sea de paso, le llenaba de exultante orgullo. También yo me siento español cuando Nadal le hace un drive a Federer o cuando Iniesta se la cuela a Cech en Stamford Bridge. Volvemos entonces al sobado argumento, clásico ya entre los argumentos lenitivos de toda crisis que se precie, del pan y del circo. A falta de pan, dosis generosas de circo. Y más en Roma, por supuesto. De hecho la falta de recursos narrativos fue rutinariamente solventada con continuas referencias a la Roma clásica, trufada de gladiadores, convertida en la épica máxima del valor y del honor. La guerra mismamente. Hasta Andrea Boccelli, que no es santo de ninguna de mis abundantes devociones, cantó como los mismos ángeles la melodía de Gladiator, la película de Ridley Scott. Y no es que debamos encerrarnos en ningún sótano a resguardo de la alegría ni la crisis económica deba exigir el tributo de la austeridad más espartana, pero tal vez el que administra la cosa pública, el guía investido por el pueblo para conducirnos hacia el Maná plenipotenciario, no debería exhibirse tan ufanamente.
Parte ZP de la base de que el carácter hispano se alista con más entusiasmo en la sencilla alegría que en la retorcida tristeza. La felicidad, al menos la felicidad instantánea, la que nos agita el pecho y nos encabrita el pulso, no mira a nadie: desconoce la miseria que la rodea, no atiende a llantos y se desentiende de estadísticas. Y la SER confirmaba estos excesos con los micrófonos de ambiente repartidos estratégicamente por toda la sacrosanta geografía española. Y creánselo: en Lucena, mi pueblo del Sur, en mi calle de barrio, cláxons y banderas agitaron el aire. Los bares reventaban de culés. Las aceras eran blaugranas. Importó muy escasamente que estemos en recesión: Pujol, Iniesta y compañía habían demostrado la virilidad absoluta de nuestro deporte rey frente a los fieros soldados de la pérfida Albion. Mañana (por hoy) se descolgarán las insignias y volverá la rutina de los teletipos, el desafiante dibujo de la realidad, que es una extensión a veces incómoda de nuestros deseos. Pan y circo a tutiplén, pan culé, pan con tomate y jamón. Luego está el también desafiante Catalonia is not Spain, que se pudo leer en una generosa tela colgada en el Olímpico de Roma.
II
Me parece admirable ese tipo sencillo y huidizo, de aspecto culto y maneras invariablemente elegantes que se llama Guardiola. Me alegra muy especialmente el triunfo de los suyos porque a él le pilla en medio. Anoche se le vio andar por el estadio cuando todo el mundo estaba castigándose el hígado y brincando en la noche terrestre. Guardiola fatigaba el césped como hablando solo. El que habla sola verá a Dios un día, decía el poeta. No sé yo qué inquietudes religiosas moverán al Guardiola persona, no al personaje mediático. Anoche me pareció majestuoso. Él era el emperador que ve la escena de la batalla y razona los motivos de su júbilo.
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3 comentarios:
Hay que reconocer el mérito de quien hace las cosas bien y al Barcelona no se le puede negar. Me da igual que mi equipo sea otro, pero hay que quitarse el sombrero ante lo incuestionable.
En lo de ZP... Pues creo que te muestras algo puritano, con perdón. A los políticos también hay que dejarles desfogarse y alegrarse del triunfo de los suyos como cualquier hijo de vecino, haya crisis o no. Nadie, por muy mal que le vaya en la vida, pierde la sonrisa en determinados momentos. Si a los que les está afectando más la crisis ayer salieron a la calle a celebrarlo como enanos, ¿por qué no ZP? A mí me asustaría mucho más si le viera todo el día cabizbajo y taciturno. Prefiero verle reír hasta reventar, o casi.
Besotes.
Sí, claro, Isabel, no niego lo que dices: lo del pan y el circo es todo simbólico. Funcionamos a veces en plan símbolo. ZP ayer se desfogó en el estadio, de acuerdo. Eso, bien. En la radio, por la noche, reinvindicó la parada de la crisis, el paréntesis glorioso porque el Barcelona hubiese ganado al Manchester. Eso, no.
También reparé en ese instante en que Guardiola se alejó del bullicio para sentirse solo entre la multitud. El único modo de comprender el alboroto es observarlo desde fuera.
Ganó el Barça, Emilio. Y convenció, pese a las palabras que le escuché decir a Valdano días antes: "Sólo se recuerda al ganador". No es verdad. Yo recuerdo al Brasil del 82 cuando apenas era un niño. Y se recuerda a la Hungría del 54 y a la Holanda del 74 que no ganaron nada. Pareceres, Emilio.
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