1
La Judería, en Córdoba, es un zoco, un crisol, una torre horizontal de Babel absoluta en la que gente de buen vivir, parias sin propósito, alucinados químicamente puros, alucinados de farmacia, criaturas angelicales de gesto cándido y sonrisa sin maña y cualquiera otra representación de la casuística humana se arraciman y confunden, fatigando calles y placitas, permitiendo que el asombro pasee libre y espontáneamente y regrese, al final, rendido ante la evidencia de que La Judería, el barrio árabe de Córdoba, el que acordona la Mezquita-Catedral y alarga su enjambre de rincones perfectos hacia el saturado centro de la ciudad, comido por las moscas y la fiebre de la Visa Oro, concebido para que el progreso eche panza y dé más que cumplida cuenta de todos los deseos consumistas con los que nos levantamos y los que, en sueños, imaginamos. Y ayer paseé triunfalmente por La Judería de Córdoba y advertí que el mundo es ancho y ajeno como decía Ciro Alegría, menos indigenista que globalizado, más parecido a un videoclip que a una película iraní de olivos perdidos en la distancia y hombres que meditan y ven cómo les crece la barba o viceversa. Vi gente convertida en rebaño y vi al pastor. Vi al cofrade sus vicios en la barra de un bar coquetísimo, uno de esos en los que no te importaría escribir alguna carta de amor o un poema galante con vocabulario subidito de tono y verbos copulativos que cabalgan el verso y se buscan la entrepierna fonética como el que busca aire después de tener la cabeza enterrada en la ignorancia una vida entera. Hay gente extraña. Y ahora pienso en David Lynch: en la oreja. El mundo se resume en unos cuantos prácticos preceptos. Uno es divertirse a pesar de que el cielo se nos caiga encima. A partir de ese precepto fundacional y del que salen en comandita todos los demás uno puede fortificar su existencia, anular el dolor, consentir que la felicidad sea un paseo por una calle que huele a vino y a bocadillos de calamares y en la que el tiempo, el bicho cabrón ése del que hemos hablado otras veces, se adelgaza, se encoge, se convierte en una hebra de eternidad que atraviesa el aire y lo fecunda. De Lynch a Lorca. Del artista perturbado por la realidad al artista iluminado por el lenguaje que la nombra.
2El sábado se llena de japoneses mi judería: ayer por la mañana, en un espléndido hasta el hartazgo día de sol, nos encontramos todos en la Calleja de las Flores, un recinto minúsculo y sobreexplotado, al que se le hecho millones de fotografías y por el que han pasado otros tantos millones de espectadores del prodigio de luz y de contención estética, de minúscula evidencia del milagro del arte al que pueden aspirar ciertas calles de Córdoba. Y allí, al fondo, estaba el guitarrista acoplado a su instrumento y a la vera, emanación de su yo o de alguno de los mútiples individuos con posibilidades de bilocarse que el guitarrista atesora en su alma sensible, estaba el cantaor, que se parecía bien poco al clásico cantaor de las estampas flamencas al uso y tiraba más al concepto de hippie puro, alimentado de anfetas líricas, incendiado de inspiración social, condescendido a transmitir su arte al pueblo allí arremolinado. Lo que vino después fue el mantra semántico del cantaor Hendrix y de su alter ego guitarrero. Los toques (correctos, nada que alarmara al oído avezado en flamenco) acompañaban al recitado o al revés, nunca lo sabremos. Se oían, eso sí, esferas de palabras, triángulos de sílabas, historias hilvanadas al compás andaluz de la bulería o del fandango y ahí, espléndido en su abstracción, único actor de esa argamasa informe (iba a decir infame) de versos satánicos, surrealistas, dadaístas, poliédricos, dodecafónicos, lisérgicos. Uno de ellos, uno que por alguna extraña causa se me quedó, decía: "Delicadeza de caracol caramelizado...". Y en eso estamos hoy, caramelizando la mañana con recuerdos judíos. Ayer estuve prácticamente toda la tarde intentando recordar el resto de la tralla sintáctica, pero me quedé en el caracol dulce y en su orgiástica (multiétnica, pluricultural, globalizada, interdisciplinar, bla bla bla) cantinela de fin de semana nipón.
-
posdata: Santos estaba impracticable y no pudimos perdernos en el antológico pincho de tortilla y la caña tirada con esmero.
6 comentarios:
NO SOY CORDOBES, PERO VIVI EN CORDOBA AÑOS MUY FELICES Y CONOCI LOS RINCONES QUE CUENTAS. TOME INCLUSO TORTILLA EN SANTOS ASI QUE TU ESCRITILLO ME HA GUSTADO MUCHISIMO Y ME HA HECHO REGRESAR AL PASADO Y VIVIRLO CON FELICIDAD. POR ESO MUCHAS GRACIAS. JUAN FELIPE CARDADOR
Paseé por la judería, el pasado verano, de tu mano, Emilio. De la tuya y de la de tu mujer que con sus explicaciones me despejó muchas simas que desconocía. Es un barrio precioso que recuerdo con frecuencia. Más en los días de durísimo invierno que hemos vivído por aquí entre calles clónicas y desesperanza. Y me quedé con ganas de mucho más, de pasear por la noche por sus calles y de beber cerveza en sus bares. Pero el tiempo, ese bastardo, tenía sus propios planes.
Bonito, Emilio. Muy bonito.
Oh Córdoba, oh torres coronadas, oh Góngora, oh cañitas con pinchos de tortilla en los alrededores de la mezquita, oh pasado que vuelve, oh noches de lunas árabes, oh patios, oh todo.
Me ha encantado, sí, me ha encantado.
Juan Felipe, me parece muy bien que la foto y el texto te devuelvan a Córdoba. Eso está bien. Tomar tortilla en Santos es un Rito, uno más en la Judería. Gracias a ti.
Recuerdo muy bien el paseo que dimos por Córdoba Toñi, tú y yo. De hecho habrá que ir buscando algún hueco coyuntural o como se llame para repetirlo antes de que el calentamiento global derrita la argamasa árabe y se venga abajo la mezquita-catedral. Curiosa mezcla, por cierto. El tiempo, el bastardo, el bicho cabrón, me gusta decir a mí, tiene sus planes y los ejecuta con saña. Tenemos que plantarle cara, my friend.
Jorge, estupendo, muy bien traído y contado. Góngora forever, jeje.
www.latortugaceleste.blogspot.com
Y a ver si te gusta. Yo también soy un cordobés-adicto a Córdoba.
No veo tu página, Enlázala bien.
Publicar un comentario