12.9.08

Cuéntame

Hay quien se alivia el dolor hurgando en el ajeno. Mi abuela decía que las telenovelas americanas, las de fuste y viñedos, las que se emperifollaban de glamour y de mobiliario indecentemente caro, las ponían para que el pueblo llano contemplase la ruina moral de sus habitantes, como si la miseria no fuese patrimonio exclusivo de la gleba obrera, del ciudadano invisible y anónimo, aunque ella lo contaba de otra forma y siempre con desperpajo y gracia. Los ricos también lloran. Pienso en esto ahora que las series televisivas están nuevamente en boga. Tanto lo están que algunas le comen audiencia al cine. Los que escriben el diario de sesiones del mundo no ignoran que la televisión es un excelente conformador de voluntades: que la política se vende mejor si es retransmitida y que el contacto directo, la cercanía de los líderes, mengüa su encanto, rebaja el interés que nos causaban y hasta les niega toda posibilidad de éxito. Por eso los asesores de imagen y los gabinetes de mercadotecnia que escoltan la carrera de un político aplican a la campaña la fórmula mágica que combine con mayor fortuna la fotogenia, la sensibilidad social y esa retahíla previsible de tópicos verbales y de gestos más o menos casuales que contagian alegría, empatía y complicidad absoluta con el votante, convertido en una especie de cliente espiritual. La mercancía es un simulacro, un limbo esplendoroso de promesas y de soluciones, de espejismos y de fantasmas, pero lo que importa (lo decía mi abuela) es que nos creamos importantes. Tanto como quienes no lo son. Las heridas son las mismas: nos afectan, en lo íntimo, de igual forma, pero nada mejor que una buena teleserie yankee, de las de antes, de las añejas, para sentirnos ufanos de nuestra mediocridad material. Como los tiempos son otros, tenemos a House, a Dexter, a CSI, a 24. Fatiguen ahí su incredulidad: dense el gustazo de comprobar que ya no nos venden los mismos trucos. Son otros. Habrá que investigar qué fin persiguen. Seguro que no son gratuitos ni casuales.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Un sin fin de razón me ha gustado mucho tu blog, iba rolando entre ellos y he dado con el tuyo!
Un besoo ciao!

Isabel Huete dijo...

Y es que la magia se ha hecho truco, o siempre lo ha sido pero no estábamos preparados todavía para discernirlo. Ahora, quizá sí, pero preferimos pensar que por ser más listos nos engañan, o nos utilizan menos. O quizá, también, el saber nos ha vuelto paranoicos. El objetivo es que no logremos nunca estar seguros de nada. La duda nos hace más vulnerables.
Disfruto mucho leyéndote.
Un besote.

Anónimo dijo...

Los ricos claro que lloran. Los pobres lo hacen con más motivos. Sr. Pérez.

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