23.12.18

Una historia de amor en vísperas de Navidad


                                                      Fotografía: Emilio Calvo de Mora



El muñeco estaba apoyado en la pared, una pared sin vistosidad, de ladrillos grandes, como de obra a medio terminar. No puede saber uno quién lo puso, qué pensó cuando lo colocó con ese mimo, cuidando de que no se quebrara y cayese, expuesto a que alguien lo manumite de su posado forzado y le dé un lavado en casa. Seguro que un buen aseo lo recompone, pensé. El muñeco se ríe, se ríe mucho, hasta cierra los ojos de lo mucho que se está riendo. Tal vez le haga gracia su destino, el del abandono. A la fatalidad le sale siempre un lado humorístico. No he visto desgracia que no lleve consigo una parte jocosa. Estaría bien que ya no estuviera allí, aunque no voy a desandar el camino y comprobarlo. Lo normal es que no esté. Tampoco nosotros estamos cuando se nos espera. En parte hay algo nuestro en el muñeco, riamos o no, nos hayan dejado o no en una pared cochambrosa de un camino apartado, a las afueras del pueblo. Hay gente que vuelve a nosotros y no encuentra lo que esperaba. Lo que no sé es quién nos gobierna, la mano que nos deja al albur del azar para que otro nos mire, caiga en la cuenta de que existimos y nos eche el brazo por lo alto o nos cuente qué hizo hoy, si salió a la calle a comprar la prensa y tomó un café en un bar o si en casa se juntan por navidad y todavía no tienen nada preparado. A lo único a lo que venimos a este mundo es a que nos amen. No hay nadie que pueda contradecirme, ni siquiera el desalmado, el que cree no tener ya la bondad con la que vino de fábrica, si es que alguna trajimos. Me dio pena el muñeco, una pena sin trascendencia, si se me permite, una liviana de poco asiento en la memoria, de las que luego se difuminan y no se tiene recuerdo de ella, pero todavía la tengo adentro. Sólo hace un rato que vi el muñeco y saqué el móvil y le hice la foto. Ya da igual que lo perdamos para siempre. Cada objeto del mundo merece una historia. Yo he cumplido con él, le he traído a casa, le he dado cobijo. De alguna forma estará bajo el árbol de Navidad, cuando sea mañana de Reyes y nos levantemos a ver qué buenos fuimos y qué generosos son los que nos aman. Ya digo, es amor, sólo el amor mueve la dinamo que hace que gire el mundo.

1 comentario:

Joselu dijo...

Viendo el muñeco que acompaña a tu texto, he sentido un dejà vu como si conociera esa imagen de otras ocasiones, pero no sé si es efecto de que esta mañana he abierto tu blog y lo he leído o es, efectivamente, un efecto paraliterario. En todo caso, bien por acogerlo en tu casa: el amor es la dinamo que hace mover el mundo. Probablemente es cierto y es posible que haya más amor que ira o resentimiento.

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