2.8.16

Las cosas que se hacen ricas y me dejan a mí pobre

No sé en qué poema leí que se puede vivir sin casi todo. A casi todo se le puede vetar el paso. Bastan algunas sencillas cosas. Las mismas que esgrime el animal para no flaquear y evitar que vivir sea una aventura breve y más o menos gozosa. Prescindir es uno de esos verbos incómodos que nos ponen de frente al dolor. A lo que uno aspira es a no tener que prescindir de nada. Ojalá el cuerpo tuviese la voluntad que le falta. El problema reside en lo ingenuos que somos. Creemos que la vida está a nuestro servicio y mandamos sobre ella y la gobernamos. ¿La renuncia es, sin embargo, una aventura sostenible, como dicen ahora? Se puede vivir sin escribir en facebook o sin leer a Proust o sin tomar croquetas de espinacas. También es fácil no depender de los paseos a media tarde o del café tras el almuerzo o incluso del sexo al clarear el día. El jazz de los cincuenta no es necesario. Tampoco el cine de la Hammer en un cine de verano o la cerveza de abadía. Ni estar al día en los asuntos políticos, ni llevar cuentas a diario de cómo nos funciona el corazón. De verdad que se puede vivir sin casi todo. A casi todo se le puede oponer resistencia, franquear el acceso. Basta una rutina, cierta disciplina. Duele al principio, pero después no hace falta sal en la sopa ni la prensa con el desayuno. La vida siempre se abre paso. Da lo mismo lo que le rebajes. Ella avanza, impone su criterio, nos obliga a ceder a sus manías. Anoche, una vez ya acostado, y no temprano, me pilló sin batería el móvil que uso para escuchar la radio. La decisión de levantarme y buscar el cargador y acoplárselo me pareció inabordable. Me desvelaría, acabaría por estar toda la noche con los ojos como monedas de euro. Dejé que el sueño me fuese venciendo. Lo hizo al poco rato. El cuerpo (como la vida) también posee su coreografía y no se salta un paso. Lo que soñé es lo que me ha hecho pensar esta mañana en lo esclavos que somos de ciertas cosas. No sé si esa esclavitud es mala del todo. La elige uno, al fin y al cabo. Yo me declaro felizmente esclavo de una barbaridad de vicios. Los tengo todos a mano, me dejo administrar por lo que dicen porque es muy grande el placer que esa obediencia me regala. Soñé con todo lo que amo. Vi pasar con absoluta precisión las cosas a las que me entrego, aunque me dejen pobre, como decía Rilke. Todas ellas, en comandita, como burlándose de mí, espectador inútil.

1 comentario:

elf dijo...

He notado pocos comentarios en tu blog por eso me animo a comentarte...A mi me gustan los comentarios por eso de saber que no son solo los bots los que visitan mi página. Primero, te comento que descubrí tu blog hace como dos meses, y me gusta mucho. Lo he compartido con mentes afines. Sobre el tema: ayer, estuve sin acceso a la red y me maravilló ver la cantidad de cosas que tenía pendientes y no acababa de hacer por estar pegada al ordenador. También se me ocurre que tal vez estabas pensando en la canción de Victor Manuel: Sin memoria.

Un aforismo antes del almuerzo

 Leve tumulto el de la sangre, aunque dure una vida entera su tráfago invisible.