Siento que estoy aplazando la acometida de un trabajo que me va a confortar mucho. Conforme lo pienso, en esa travesía un poco burguesa de sabernos dueño de algo y demorarnos en su ejecución, me imagino todas las posibilidades, las partes nobles y también las que me dolerán. No hay placer que no traiga un dolor bajo el brazo. De esos quebrantos querría uno muchos, y no porque se maneje bien en aplicarse daño y lo disfrute, sino porque son penurias fabricadas a posta, pensadas no sabe uno bien nunca para qué, pero prácticas, limpias, de las que te hacen saber que el suelo está debajo y no está bien, por mucho que se disfrute el vuelo, agitar las alas y verlo todo desde la altura imponente. No será nada que antes no haya ronroneado o de lo que podría seguir prescindiendo sin que se aprecie que me falta aire o exhibo, para quien se fije, una cara de acelga, un gesto adusto, uno de esos semblantes tristes que despachamos cuando no nos interesa hacer ver a nadie lo felices que somos y lo maravillosa que es la vida que nos ha tocado vivir. Prefiguro que no haré nada de lo que anticipo. Se me da bien la hipótesis, la tengo a mano siempre que el aburrimiento me atenaza y voy de un lado a otro, proclamando mi adhesión a un vicio o mi repulsa a otro. Siempre fui un poco así, volandero. No saber ser de otra manera hace que uno se confiese sin rubor, aunque sea a uno mismo. De hecho todo lo que escribo, presiento también, no deja de ser una especie de cuento que me voy narrando en el que pongo y quito las palabras, entablando un diálogo con ellas, de modo que, más que instrumento, pasan a ser otra cosa a la que no sabría dar un nombre. Mañana, sin no flojeo y nada me aparta de lo que ahora me está fascinando de verdad, empiezo a escribir una novela. La tengo armada en la cabeza, pero se desarma a poco que la pienso. Tres o cuatro amigos con los que me explayo sobre estos asuntos están deseosos de que empiece de una vez. Saben que mi fracaso será el fin de una conversación largamente recurrida. Los amigos, los buenos, están para escuchar. Quizá sea ese el rasgo que los hacen amigos. El viernes, en una terraza que yo me sé, le anticipo a J. la trama. Al viernes siguiente, si no hay nada extraordinario, le pido que la borre. Así vamos los dos haciendo novelas efímeras, historias que no acaban de cuajar, fragmentos de algo quién sabe si asombroso, pero inestable, muy frágil, de escaso o ningún asiento con la realidad. Mientras se van asentando las ideas, en fin, en esa travesía también un poco burguesa, leo y me retiro. Han sido unos días maravillosos los últimos que he pasado. He estado en Eslovenia. A lo mejor es ese el trabajo aplazado, el escribir sobre mi viaje a Eslovenia. Tengo allá, en Mislinja, en Slovenj Gradec, un par de maestras eslovenas que van a leer lo que cuente de su tierra. No será fácil, no es fácil nunca contar lo que uno de verdad ama. En esta conversación que se tiene con uno mismo van los días pasando, persiguiéndose. Hoy alguien a quien aprecio mucho me ha dicho que ha vuelto a leer. Pensé, al escucharlo, que sobra escribir. Pensé que leer es suficiente. Como viajar. La literatura es un viaje. Los viajes, el de estos días a Eslovenia, hay que contarlos, dejar registrado el asombro y el modo en que el asombro nos puso las palabras con las que nombrarlo. Algo así. No sé. Es tarde. Cierro el día. Los últimos, los cinco últimos, han sido agotadores. De una felicidad muy visible y física, pero agotadores.
18.5.15
Trabajos de amor aplazados / Slovenia at the heart
Siento que estoy aplazando la acometida de un trabajo que me va a confortar mucho. Conforme lo pienso, en esa travesía un poco burguesa de sabernos dueño de algo y demorarnos en su ejecución, me imagino todas las posibilidades, las partes nobles y también las que me dolerán. No hay placer que no traiga un dolor bajo el brazo. De esos quebrantos querría uno muchos, y no porque se maneje bien en aplicarse daño y lo disfrute, sino porque son penurias fabricadas a posta, pensadas no sabe uno bien nunca para qué, pero prácticas, limpias, de las que te hacen saber que el suelo está debajo y no está bien, por mucho que se disfrute el vuelo, agitar las alas y verlo todo desde la altura imponente. No será nada que antes no haya ronroneado o de lo que podría seguir prescindiendo sin que se aprecie que me falta aire o exhibo, para quien se fije, una cara de acelga, un gesto adusto, uno de esos semblantes tristes que despachamos cuando no nos interesa hacer ver a nadie lo felices que somos y lo maravillosa que es la vida que nos ha tocado vivir. Prefiguro que no haré nada de lo que anticipo. Se me da bien la hipótesis, la tengo a mano siempre que el aburrimiento me atenaza y voy de un lado a otro, proclamando mi adhesión a un vicio o mi repulsa a otro. Siempre fui un poco así, volandero. No saber ser de otra manera hace que uno se confiese sin rubor, aunque sea a uno mismo. De hecho todo lo que escribo, presiento también, no deja de ser una especie de cuento que me voy narrando en el que pongo y quito las palabras, entablando un diálogo con ellas, de modo que, más que instrumento, pasan a ser otra cosa a la que no sabría dar un nombre. Mañana, sin no flojeo y nada me aparta de lo que ahora me está fascinando de verdad, empiezo a escribir una novela. La tengo armada en la cabeza, pero se desarma a poco que la pienso. Tres o cuatro amigos con los que me explayo sobre estos asuntos están deseosos de que empiece de una vez. Saben que mi fracaso será el fin de una conversación largamente recurrida. Los amigos, los buenos, están para escuchar. Quizá sea ese el rasgo que los hacen amigos. El viernes, en una terraza que yo me sé, le anticipo a J. la trama. Al viernes siguiente, si no hay nada extraordinario, le pido que la borre. Así vamos los dos haciendo novelas efímeras, historias que no acaban de cuajar, fragmentos de algo quién sabe si asombroso, pero inestable, muy frágil, de escaso o ningún asiento con la realidad. Mientras se van asentando las ideas, en fin, en esa travesía también un poco burguesa, leo y me retiro. Han sido unos días maravillosos los últimos que he pasado. He estado en Eslovenia. A lo mejor es ese el trabajo aplazado, el escribir sobre mi viaje a Eslovenia. Tengo allá, en Mislinja, en Slovenj Gradec, un par de maestras eslovenas que van a leer lo que cuente de su tierra. No será fácil, no es fácil nunca contar lo que uno de verdad ama. En esta conversación que se tiene con uno mismo van los días pasando, persiguiéndose. Hoy alguien a quien aprecio mucho me ha dicho que ha vuelto a leer. Pensé, al escucharlo, que sobra escribir. Pensé que leer es suficiente. Como viajar. La literatura es un viaje. Los viajes, el de estos días a Eslovenia, hay que contarlos, dejar registrado el asombro y el modo en que el asombro nos puso las palabras con las que nombrarlo. Algo así. No sé. Es tarde. Cierro el día. Los últimos, los cinco últimos, han sido agotadores. De una felicidad muy visible y física, pero agotadores.
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1 comentario:
Wow, Eslovenia... cuéntanoslo todo, el asombro, la diferencia entre aquellas cosas y estas de aquí. Sería maravillosa una novela de trama eslovena, Emilio. No sé si es la idea que tienes, en fin. Sea lo que fuere,ánimo y a escribir.
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