Monseñor Angelo Scola, arzobispo de Milán y uno de los más firmes
candidatos a sustituir a Benedicto XVI como Jefe del Estado Vaticano, Papa y todo eso, ha abierto una centralita para atender al enorme número de casos de endemoniados que se producen en su diócesis. El teléfono de atención a los poseídos funciona de 14.30 a 17.00 horas. A Gila le hubiese encantado esta historia. Le hubiese sacado punta como nadie. Oiga ,¿es el Vaticano?, sí, que tengo un poseído en casa. O la versión más hardcore: oiga, sí, ¿es el Vaticano?, que tengo al diablo en el cuerpo y le pido hora a ver si me lo pueden sacar. Lo que me deja en un estado de absoluta zozobra es precisamente el hecho de que la Curia, sensible a las penalidades del alma humana, atenta a consolar al desconsolado, proclive a conducir de vuelta al camino a quien se descarría, ofrezca un horario tan de compromiso, de poco ajuste a las maquinaciones del Diablo, del que tengo las mismas dudas de que exista como de que exista su anverso benévolo, el Dios bíblico, el Creador. El Diablo, bien a mi pesar, observo que tiene más predicamento entre la casta humana a la vista de lo cabrones que podemos llegar a ser con nosotros mismos. No nos damos tregua. Nos portamos como lobos. A dentelladas, si es posible, nos servimos las piezas que se nos cruzan. Importa escasamente que sean de nuestra propia sangre. Da exactamente igual si se trata de la sangre del vecino, al que no conoceremos en el momento en que algo que haga importune algo que queremos hacer nosotros, no sé si me explico. Ese es el diablo que tenemos en el cuerpo. Ese es al que Scola debe enfrentarse. Quizá, en el fondo, sea ése y yo, ah ignorante, ah trémulo párvulo en asuntos de la fe, piense con inocencia que se trataba de un animal mitológico, de una bestia políglota, de un ser extraído de lo más profundo de las cavernas del mal puro, sacado de las provincias del abismo para sembrar el odio y ganar fieles en la tierra. Y en cada ocasión en que los medios de comunicación sueltan una historia como la que ahora traigo, tan vaticana ella, tan apocalíptica, me alegra enormemente ser un descreído y me afianzo en mi descreimiento y me alegra no sentirme implicado en estas metáforas de un poema cuyo sentido no me alcanza. Me quedo con el Diablo de la Literatura, con el de Stevenson, metido en la botella; con todos los diablos cojuelos de nuestra fabulosa picaresca; con la cruz de Becquer; con Milton y su paraíso perdido; con el Fausto de Goethe, incluso con el diablo pelando un huevo cocido en El corazón del ángel, la mejor película de Alan Parker, con las uñas largas y los ojos inyectados en rabia de Robert de Niro. Llegando más lejos, llevado por mi amor al cine, me quedo con Max Von Sydow intentando que Linda Blair vuelva a su ser y la bestia que la ha invadido la abandone y se pierda en las calles con las campanitas de Mike Oldfield de fondo. Todo serán, al cabo, palabras. El demonio las carga. Ustedes me entienden.
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5 comentarios:
Eres un ateo con mucho sentido del humor y el diablo no va a colarse nunca en tu cerebro. Ya estás endemoniado sin diablo de por medio, cabronazo.
No creer no significa que no exista lo que no se cree. Uno cree o no cree, pero lo creído o en lo que no se cree puede existir a pesar de quien lo piensa, lo crea o no, Emilio. No me va el rollo teológico ni soy muy de iglesia, pero mantengo un respeto por las alturas celestiales, digamos. Pongamos que existe Dios y que nos vigila. Habrá entonces Diablo, con mayúscula, claro que sí. No sé ese empeño en convertir en broma lo serio para ganar unos lectores. De todas formas, admiro su forma de ganárselos.
Una mezcla soberbia entre Mike Oldfield, Fausto y Maledicto XVI. Me quedo con la picaresca y su tono burlesco a la hora de retratar al Maligno. Qué grandes los nuestros. Qué filón el del azufre, jaja.
Antonio V.
Milagros hay que el ojo no entiende, dijo el profeta encima de la roca.
Me gusta el tono humorístico, me gusta mucho la fotografía, me gusta mucho empezar el Viernes con una sonrisa. Gracias, compañero.
Gila era un diablo con mucho humor. Esos son los diablos a los que me gusta adorar. Los otros son una mala imitación, producto del miedo a nosotros mismos. :)
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