Estos no fueron encamillados a dar cuentas de sus hazañas ni los enjauló ningún tribunal. Salieron de rositas del expolio que empezaron a forjar en Marruecos, donde está tomada la fotografía. Vivieron a cuerpo de sátrapas, hundido el pecho por el peso infame de la medallería, coreados por la turbamulta de adeptos a la causa del pánico que convirtió España en un infierno. Para que un país se convierta en un infierno sólo hace falta un frente o una decena de ellos, una continencia de trincheras, unos cuantos hospitales de salvamento y los cuarteles que haga falta levantar una vez que se ha abierto la herida y la sangre mana como agua sucia de una fábrica infecta, pero sobre todo lo que hace falta es un buen puñado de alucinados o uno con la suficiente oratoria como para sacar de los demás el zombi que lleva dentro. España, en esos años de miseria y de locura, era un mapa de zombis. Cuando un hermano alza la mano contra otro se produce el milagro inverso de la guerra.
El hombre es un animal de misterios, un alma atormentada por el hecho de no ser piedra o pájaro o árbol. Eso de tener conciencia confunde, aturde, enturbia. La sangre, tarde o temprano, se encambrona y sólo quiere mezclarse con la sangre del vecino, pero no en el torrente sanguíneo, obra de un tierno acto de amor, sino en el suelo, obra de las balas y de los tajos. Nos jalea al mal, nos fascina el mal, nos anima la servidumbre de la violencia. Luego podrán venir buenos tiempos y escribir sobre cómo nos destrozamos los unos a los otros, pero mientras unos escriben y describen y justiifican la vesania, otros se muelen a palos esgrimiendo razones inverosímiles, asuntos sobre las fronteras, las razas, los reyes o los dioses. Éstos de la fotografía no son peores que otros, pero son nuestros agentes del mal, los que removieron el fango y sacaron de abajo los odios y los esparcieron al aire como quien aventa un conjuro. Y ahí se les ve, maquinando la trama, enseñando la dentadura inmoral, el portal hacia el interior mezquino. Lo demás, lo que vino después del conflicto, fue otra guerra, ésta más larvada, menos evidente, distraída de fusiles y de bombas con la pobreza infinita de los vencedores y la pobreza infinita de los vencidos.
El hombre es un animal de misterios, un alma atormentada por el hecho de no ser piedra o pájaro o árbol. Eso de tener conciencia confunde, aturde, enturbia. La sangre, tarde o temprano, se encambrona y sólo quiere mezclarse con la sangre del vecino, pero no en el torrente sanguíneo, obra de un tierno acto de amor, sino en el suelo, obra de las balas y de los tajos. Nos jalea al mal, nos fascina el mal, nos anima la servidumbre de la violencia. Luego podrán venir buenos tiempos y escribir sobre cómo nos destrozamos los unos a los otros, pero mientras unos escriben y describen y justiifican la vesania, otros se muelen a palos esgrimiendo razones inverosímiles, asuntos sobre las fronteras, las razas, los reyes o los dioses. Éstos de la fotografía no son peores que otros, pero son nuestros agentes del mal, los que removieron el fango y sacaron de abajo los odios y los esparcieron al aire como quien aventa un conjuro. Y ahí se les ve, maquinando la trama, enseñando la dentadura inmoral, el portal hacia el interior mezquino. Lo demás, lo que vino después del conflicto, fue otra guerra, ésta más larvada, menos evidente, distraída de fusiles y de bombas con la pobreza infinita de los vencedores y la pobreza infinita de los vencidos.
.
7 comentarios:
No lo digo por supuesto por este magnífico retrato de estos sujetos miserables, como tantos otros que no están en la foto, pero creo que ya está bien de guerra civil y de fantasmas del pasado. Yo, por mi parte, habiendo vivido, por mi edad, parte de aquello, ya lo tengo bien, más que bien olvidado. Y muchos de mi gente quedaron en el pueblo, a expensas del hambre y del miedo. Hubo hambre y mucho miedo. No sé tu edad, pero la mía es la adecuada para hablar de estas cosas. 77, está bien, ¿no? Me ha gustado muchísimo tu forma de escribir, muy respetuosa, muy fina, conmucha mala leche de igual manera. Pero entre el cine, la memoria histórica de las narices y todo esos libros del corte inglés ya estoy harto, más que harto. No quiero molestarle más. Perdón por la intromisión.
Mucho me temo que los excesos de esta camada eran de los peores. Se creían lo que hacían. El tonto inconsciente, incluso el necio impenitente, es menos peligroso que el gilipollas con ideas faraónicas, arma en mano mala leche.
Tiene peligro la foto, porque se ve que están borrachos.
No de alcohol, sino de ira, de mala leche, de sangre.
Rafa
Vívi en casa opiniones muy escoradas a un bando, da igual ahora cual, y me hicieron ver las cosas de un modo, pero no hay modo que valga, porque todo es gris. No hay vencedores ni hubo vencidos, aunque ahora abran tumbas y los partidos políticos rapiñen su parte de la guerra y digan que ellos están del favor del débil, del represaliado. Una cosa muy triste. La foto es impagable. Es condenable. Solo la foto merece ya cárcel.
Llevo un rato dándole vueltas. Es normal que estemos todavía tocados por la guerra los que no la vivimos, pero la culpa de eso es de los medios, y de cómo contaminan las cabezas y les meten historias que le son ajenas. No sé. Estoy confusa. Llevo toda la mañana dándole vueltas a la puñetera guerra. Siento la reptición.
Leí un estupendísimo artículo en El País sobre esta foto que firmaba Millás. Este no lo desmerece. Bravo, Emilio.
La memoria no se borra. A veces se nos pide ese ejercicio y no es posible. Si aparece aquí y ahora esta foto y este artículo lúcido es porque un conglomerado de neuronas, de sentimientos y de conocimientos han aflorado, con el aura de un potente recuerdo, a la mente y la pluma del autor como una necesidad imperiosa de reflexión, de opinión, de comunicación. No acabo de entender esa extendida pretensión de pasar página, de olvidar, de superar. La memoria humana es un libro y como tal se puede (y se debe) releer cuantas veces uno quiera y con las connotaciones que nuestra experiencia vital e intelectual nos haya deparado.
Publicar un comentario