El Papa afirma que el purgatorio es un fuego interior. Cauto, sabedor de que un exceso de información aturde a la plebe, no ha añadido que el cielo también lo es. O el infierno. Quizá más extremosamente. El cielo y el infierno son territorios del alma. Uno los va moldeando en vida antes que no corra la sangre por las venas y el corazón deje de latir. El que cree se avitualla de mística y de esperanza y exhibe su convicción de que después de esta vida hay otra. Arguiñano, que es la antítesis gestual del Papa, entre fogones, cortando esto y lo otro, derramando aceites en sartenes y canturreando boleros, dijo que no le apetecía en absoluto pasar la eternidad en el cielo. Lo dijo en boca de un personaje de uno de sus chistes al que de pronto descubrimos entre nubes de algodón, limpio de culpa, liberado de la carga del pecado, brincando entre iguales, saludando con júbilo infantil. El infierno, en cambio, era áspero y era deliciosamente peligroso. Reclamaba el socarrón cocinero vasco (lo de cocinero es un añadido: Arguiñano es un showman total) la bondad de la intriga, la porción de desorden que todos en el fondo del alma deseamos para no aburrirnos en demasía. El cielo tiene que ser soso. La teología, a lo visto en estos arrebatos cartográficos de Su Santidad, está convirtiéndose en una materia de naturaleza voluble, que se acomoda con pasmosa facilidad a lo que los tiempos van exigiendo. Éstos son de relativismo, de confusión, de quebranto moral. Y en ese guiragay blasfemo y nihilista conviene de cuando en cuando sacar a la palestra pública estas topografías del pecado.
El cielo, el infierno y el purgatorio está en el corazón humano. El mío confiesa su absoluta falta de confianza en la necesidad de ser salvado. El infierno en la tierra no es el laicismo salvaje ni el espíritu descreído que parece amenazar los sólidos pilares de la Santa Iglesia. El infierno está en los teletipos de las agencias, en tres encapuchados berreando la paz, en el paro brutal, en la violencia doméstica, en la infracultura que galopa la tdt, en todas esas cosas que se alejan del sentido común, de la inteligencia, de la tolerancia, de un ideal universal de justicia que no tiene nada que ver con creer en un dios o en cinco al tiempo. No está el mundo para creer en el más allá: este acá está huérfano de optimismo. Pero claro, siempre habrá quien sostenga que está mal precisamente porque no se cree en que hay algo más. O que el quebranto extrae del hombre su más íntimo ser religioso. El purgatorio, de momento, a lo dicho por el Papa, no es un lugar: está dentro, es un fuego interior. Yo no ardo. Me consumo aquí en vida, ajeno al fuego interior salvo que esa llama invisible lo sea en un grado tan sutil y exquisito que mi sensibilidad (acunada en otros vicios, sembrada con otros abonos) no la ha traspasado. No me cierro, no me pongo terco en estos asuntos. Si el cielo, al menos, tuviese su intriga, su trama azarosa, pero me temo (hay indicios en los créditos del discurso evangélico) que en ese limpio paraíso sin aristas la vida (la no vida, en fin, como se llame) revestiria pocos encantos. Basta que una cortina de trompetas celestiales me invite con hipnótico ardor al festín de las almas más puras. Yo me dejo convencer con una facilidad pasmosa. En lo que es la metafísica no tengo todavía certidumbres durables.
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5 comentarios:
"El cielo, el infierno y el purgatorio, está en el corazón humano"
Absolutamente de acuerdo.
O mejor dicho, para esta entrada. Amén
Amen, my friend.
En el fondo estamos en el mismo bando.
Yo no sé si estoy de acuerdo con los dos, pero tengo mi propia idea. Es la siguiente: el cielo y el infierno son trampas para hacernos ser rectos y nobles y no caer....en el pecado. Es decir, trucos de la iglesia santa católica y apostólica. En el fondo estamos en el mismo bando porque yo creo en las cosas de la fe, pero no en sus propagandistas. En esto resumo mi manera de pensar. En cuanto al post, espléndido. Buena página ésta.
lo que afirma el papa va a misa porque es el papa y tú eres un bloguero con ganas de incomodar al creyente apostólico pero a mí me gusta, jeje, la coña marinera, y las ganas de incomodar si están expresadas como están aquí
con buena educación y los argumentos sobre la mesa, que los vea todo el mundo, sin malas artes, sin palabras MALSONANTES, sin poner a los cristianos de tontos pero sin poner a los que no son cristianos como los salvadores del siglo XXI... Y se acabó el comentario.
Buenas noches meseteñas.
Al infierno vais a ir todos. De cabeza y sin flotador. Ahogados en azufre, ya. Mientras que eso no suceda, a pasarlo bien.
Hace años que paso de toda esta movida "teológica". Vivo feliz a mi manera, pecando en privado y siendo un ciudadano respetable, aunque no de misa de doce, en público.
Hay que tener ojo. De momento, por guardar mi privacidad, firmo con engaño. Volveré porque este blog está de puta madre.
Yo quiero escribir un blog así.
Cátulo Virgo
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