I
Al pueblo se le conduce mal cuando lo aturden a leyes. El buen pastor cede con esa amplitud de miras de quien sabe que aprieta, pero prefiere no ahogar. Al pueblo llano, el que se junta en las barras de los bares o el que sale sencillamente a pasear, no le vienen bien trajes anchos ni tampoco prendas justas, de ésas que hacen peligrar la respiración y malogran sibilinamente la salud. El buen pastor condesciende, calcula los riesgos y legisla con prudencia, limpio de maniobras arteras, consciente de que su oficio (el pastoreo) depende del rebaño al que se conduce. O al menos así debe ser en una sociedad democrática. Ésta en la que vivimos lo es sobradamente o en esa ilusión vivimos los que disfrutamos de su existencia. Lo que pasa es que el pueblo está en hartazgo, vive en un cabreo casi continuo y el buen pastor no razona ni entra en diálogo con quienes oprime. Crispado, desocupado, indignado, el pueblo se enerva a la menor de las provocaciones.
II
La desafección del pueblo hacia sus gobernantes se muestra aquí muy a las claras en el uso del pinganillo en la Cámara Alta. Los plenarios no se entienden y ahora se van a entender menos. Esperpéntica, patética, kafkiana, grotesca, la historia del pinganillo evidencia el vacío absoluto de nuestra clase política. Estando el patio como está, viendo cómo crece el malestar y sospechando lo malo que es el hecho de que siga creciendo, se entretienen (los polìticos, digo) a entretenerse, en gastar lo que no se tiene (12.ooo euros por sesión) y en abastecer a la ciudadanía de razones para que se les mire con recelo, se les escuche con tedio y se les tenga un respeto cada vez más bajo, rayano en la falta casi absoluta de respeto. Y es malo que un ciudadano no crea en quien le gobierna. Está probado que las sociedades se atrofian cuando dan la espalda a sus gobernantes y se creen (con razón, sin ella) en dueños de su destino en lo universal, en lo doméstico, en todo pequeño rincón de la vasta geografía de sus deseos. Y lo del pinganillo (además) contradice, de entrada, el texto de nuestra Carta Magna. Lo hace en el momento en que traba la normal comunicación entre iguales. El artículo 3 de la Constitución de 1978 reconoce en su apartado primero la oficialidad del castellano en todo el territorio del Estado.
Quizá la Cámara Alta sea un territorio extranjero en el que pueden desoírse normas tan elementales de convivencia como la de usar un idioma común. Entiendo yo poco de modelos de Estado y, visto el panorama, menos quisiera uno entender. Entiendo de afectos, de palabras compartidas y de la música que acompaña esas palabras. Imagino que la distancia entre un parlamentario vasco y uno español, reducidos al campo acústico de un auricular en el oído, es enorme y amenaza con hacerse más enorme todavía. Hay algo de inmoral en poner trabas al sencillo acto de entendernos. Y esa inmoralidad alcanza al pueblo, que se asquea del extravío y pide sin idioma alguno que la razón, esté donde esté, sea liberada y vuelva a cubrir de serena inteligencia y de limpio respeto este país de siempre, el nuestro, el que se dice español a la vera de la bota de Iniesta y que no lo es, en modo alguno, en cientos de otros asuntos de mayor importancia. Oír catalán, gallego o vasco en el Senado es una anomalía fonética. Imagino que habrá catalanes, gallegos y vascos que aplaudan el gesto, pero en la calle, que es una tribuna pública inmejorable para catar el sentir de un país, no hay traductores. Se habla catalán o gallego o vasco porque el que está escuchando lo reclama, lo entiende y lo acepta. Si no miramos a quien tenemos enfrente, si nos importa bien poco con quién estamos hablando, cabe la posibilidad de que tiremos de un idioma imprudente y al vasco le hablemos en inglés y al que nació en Toledo le contemos nuestra vida en bable. Y costando un yescal. Inmoral.
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Al pueblo se le conduce mal cuando lo aturden a leyes. El buen pastor cede con esa amplitud de miras de quien sabe que aprieta, pero prefiere no ahogar. Al pueblo llano, el que se junta en las barras de los bares o el que sale sencillamente a pasear, no le vienen bien trajes anchos ni tampoco prendas justas, de ésas que hacen peligrar la respiración y malogran sibilinamente la salud. El buen pastor condesciende, calcula los riesgos y legisla con prudencia, limpio de maniobras arteras, consciente de que su oficio (el pastoreo) depende del rebaño al que se conduce. O al menos así debe ser en una sociedad democrática. Ésta en la que vivimos lo es sobradamente o en esa ilusión vivimos los que disfrutamos de su existencia. Lo que pasa es que el pueblo está en hartazgo, vive en un cabreo casi continuo y el buen pastor no razona ni entra en diálogo con quienes oprime. Crispado, desocupado, indignado, el pueblo se enerva a la menor de las provocaciones.
II
La desafección del pueblo hacia sus gobernantes se muestra aquí muy a las claras en el uso del pinganillo en la Cámara Alta. Los plenarios no se entienden y ahora se van a entender menos. Esperpéntica, patética, kafkiana, grotesca, la historia del pinganillo evidencia el vacío absoluto de nuestra clase política. Estando el patio como está, viendo cómo crece el malestar y sospechando lo malo que es el hecho de que siga creciendo, se entretienen (los polìticos, digo) a entretenerse, en gastar lo que no se tiene (12.ooo euros por sesión) y en abastecer a la ciudadanía de razones para que se les mire con recelo, se les escuche con tedio y se les tenga un respeto cada vez más bajo, rayano en la falta casi absoluta de respeto. Y es malo que un ciudadano no crea en quien le gobierna. Está probado que las sociedades se atrofian cuando dan la espalda a sus gobernantes y se creen (con razón, sin ella) en dueños de su destino en lo universal, en lo doméstico, en todo pequeño rincón de la vasta geografía de sus deseos. Y lo del pinganillo (además) contradice, de entrada, el texto de nuestra Carta Magna. Lo hace en el momento en que traba la normal comunicación entre iguales. El artículo 3 de la Constitución de 1978 reconoce en su apartado primero la oficialidad del castellano en todo el territorio del Estado.
Quizá la Cámara Alta sea un territorio extranjero en el que pueden desoírse normas tan elementales de convivencia como la de usar un idioma común. Entiendo yo poco de modelos de Estado y, visto el panorama, menos quisiera uno entender. Entiendo de afectos, de palabras compartidas y de la música que acompaña esas palabras. Imagino que la distancia entre un parlamentario vasco y uno español, reducidos al campo acústico de un auricular en el oído, es enorme y amenaza con hacerse más enorme todavía. Hay algo de inmoral en poner trabas al sencillo acto de entendernos. Y esa inmoralidad alcanza al pueblo, que se asquea del extravío y pide sin idioma alguno que la razón, esté donde esté, sea liberada y vuelva a cubrir de serena inteligencia y de limpio respeto este país de siempre, el nuestro, el que se dice español a la vera de la bota de Iniesta y que no lo es, en modo alguno, en cientos de otros asuntos de mayor importancia. Oír catalán, gallego o vasco en el Senado es una anomalía fonética. Imagino que habrá catalanes, gallegos y vascos que aplaudan el gesto, pero en la calle, que es una tribuna pública inmejorable para catar el sentir de un país, no hay traductores. Se habla catalán o gallego o vasco porque el que está escuchando lo reclama, lo entiende y lo acepta. Si no miramos a quien tenemos enfrente, si nos importa bien poco con quién estamos hablando, cabe la posibilidad de que tiremos de un idioma imprudente y al vasco le hablemos en inglés y al que nació en Toledo le contemos nuestra vida en bable. Y costando un yescal. Inmoral.
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11 comentarios:
Lamentable, vergonzoso, de género tonto. Es lo mismo que el chupete que se le da al bebé cuando llora.
-Toma, calla un poquito, deja de pedir unos días, ya puedes hablar en tu idioma.
Con tres sesiones del senado se terminaba el gimnasio de mi colegio que sería utilizado, para siempre, por sus 850 escolares.
¡Vaya estupidez! Tendremos que acabar dándole la razón a los que reenvían esos correos que solicitan la desaparición del Senado porque no sirve para nada.
Saludos y, ...disculpad el calentón
Magnífico análisis sobre una situación escabrosa.Vivo en Barcelona,nací en Barcelona,pero soy de padres andaluces.Amigo,lo que le podría contar sobre mis padecimientos basados en la lengua,pero ya le digo,son muy escabrosos y el tema es demasiado complicado.Podrían tacharme de lo que no soy,pero aquí le dejo un poquito sobre lo que pienso cuando no hay respeto "no telerancia"que es una palabra que no me gusta nada.
El camino de la historia a desembocado en una sucesión de masacres que no parece tener fin, y cada idea, cada principio, tiende a transformarse en una mitología irracional. El siglo XX se malgastó criminalmente a sí mismo empezando por las guerras mundiales y terminando por el totalitarismo.
Detesto todo patriotismo y todo nacionalismo porque en el fondo de todo patriotismo está la guerra: por eso no soy patriota. Todas las calamidades-revoluciones, guerras, persecuciones-provienen de un equivoco inscrito sobre una bandera. El patriotismo creo que es la enfermedad senil del nacionalismo, no se convierte ya en el último reducto del granuja sino en la real morada del absurdo. Dijo Chesterton que "el hombre está dispuesto a morir por cada idea, siempre que no tenga una idea muy clara de ella". La patria no es más que una proyección colectiva del yo, una invención que pretende englobar en una sola, única e inmutable realidad la suerte de una pluralidad de individuos. Esta ficción sirve para justificar la exclusión y, en último término, la eliminación del otro, del que no pertenece a ese grupo más o menos impenetrable que no ve más allá que esa venda en sus ojos llamada patria. El nacionalismo es un instinto de cual gusto y una herramienta peligrosa. Exclúyase de un país todo lo que deba a los demás, y a ver quién es el guapo que se siente orgulloso de él. Por otro lado, el patriotismo siempre acaba creando apátridas, como un servidor. Me siento más cerca de un chino honrado que de un catalán estafador. Dice Voltaire: "Los prejuicios son la razón de los tontos; no merece la pena hacer la guerra por ellos." La violencia es miedo de las ideas de los demás y poca fe en las propias. La violencia es el último recurso del incompetente.
Un cordial saludo,amigo.Lástima que no estemos en un café para departir con más libertad.
Chapeau. Y uso francés sin traductor. Muy constructivo, en su linea..
Verges
No sé de qué nos sorprendemos con esta gotita de agua en el océano que es el asunto de los pinganillos. De ese océano de inmoralidad, falsedad, insensibilidad, vileza, ruindad (y no sigo porque no habría espacio) que significa la clase política, solo voy a destacar la gran mentira con la que nos llevan engañando tanto tiempo y que tú comentas Emilio: la democracia. ¿Qué democracia? hoy dia el poder no lo tiene el pueblo, lo tienen los bancos, lo que se llama ahora "los mercados". Lo explica muy bien nuestro paisano Julio Anguita ( http://www.youtube.com/watch?v=8dXRaQPsS70 ). Los políticos representan continuas funciones de teatro (cobrando claro, por eso lo hacen). Lo que más le importa es ganar elecciones, eso está por encima de todo lo demás para ellos. Este bipartidismo que tenemos es un engaño con el que nos hacen creer que elegimos algo, pero la realidad es que ellos se van repartiendo el pastel por turnos, ahora tú, ahora yo. Nos ocultan que ellos son títeres de los poderes económicos. Este sistema es un engaño. Con listas abiertas, votando a las personas y no a los partidos, se empezaría a solucionar algo, pero claro ¿qué partido político va a hacer una ley que acabe con los partidos políticos? Y me pregunto yo una cosa, con todos los sabios, científicos de todas las ramas, filósofos y hombres de bien con tantísima sabiduría ¿a nadie se le ocurre la forma de movilizar a la población mundial para conseguir cambiar este sistema, este tremendamente injusto sistema? No comprendo cómo podemos dejarnos engañar tantos cientos de millones de personas, sabiendo cómo sabemos que nos están engañando continuamente. ¿Alguien me puede explicar esto?
En lo que a mí respecta, me importa mi lengua, y me importan las lenguas a las que accedo voluntariamente. El inglés me fascina y procuro ir en cuanto puedo a Inglaterra, que mi dinero me cuesta, para perfeccionarlo. En lo demás, en los idiomas locales, periféricos, no tengo interés alguno. Mi pregunta es: ¿Qué es el catalán o el vasco o el gallego en un sentido global? ¿Voy a París y me entiendo en catalán? ¿Un catalán en París se entiende en catalán con los que allí andan? El gallego se habla en Galicia y así en lo que se produzca en cada región. Los nacionalismos son un atraso, un retraso, una manera involutiva de avanzar. Un paso adelante, dos hacia atrás. Adoro viajar. Adoro conocer cosas. Pero cosas universales, transportables de un lugar a otro, aunque sea en mi memoria. Esto del pinganillo es una vergüenza. Estamos yendo atrás y a pasos agigantados. Me ha parecido formidable el escrito y lo apoyo sin remilgo. Además escribe usted más que bien.
En la política no hay nunca razones, hay intereses. Y en esto se han movido intereses, cosas que se deben, ellos sabrán. El problema es ese, que sean "ellos", pero lo has explicado bien. Es que nos gobiernan, es que estamos en sus manos y nos tienen desatendidos, cuidando solo de asuntos insignificantes como este. El mundo va hacia abajo, sin que nadie lo pare. Nos estrellamos en cinco lenguas. Disculpo el calentón de Pedrodel, no faltaría más. Más razón que un santo lleav el hombre.
Bea Flores
En política, amigo Emilio, no basta ser bueno, hay quwe parecerlo. La corrección es un tributo que, sin embargo, en no pocas ocasiones genera esperpentos indeseables, como el de los traductores en el Senado.
Por mucho que despotriquemos, en apariencia es más rentable persistir en ese gasto que evitarlo. El coste ante la opinión pública sería más gravoso quitando las traducciones. Mantener intactas las apariencias es un lujo que en tiempos de crisis se torna en un absurdo insostenible para el pueblo. Pero, en fin, en democracia el pueblo es tan solo un share inestable desde el que el poder pondera el maquillaje que ha de adoptar ante yal o cual iniciativa.
Buen día, bon dia, egun ona, bo dia, bonne journée, good day, guten tag, bom dia,...
Cómo no disculparlo, Pedro. Lo que no admite disculpa es la turbiedad, el simulacro de bienhecheros de la sociedad que en ocasiones tenemos como políticos. No se trata de atacar a un gremio entero, pero ganas dan a lo visto a diario, a lo que nos cuentan, a lo explícito de sus desaguisados.
El mal en esta Historia reciente, y en otra, no entendiendo yo mucho de nada de esto, proviene de los símbolos. Esto es, las banderas, los crucifijos y en ese plan. Las patrias son extravíos geograficos, y la patria enseña como símbolo su lengua, su expresión verbal, que la distingue de otras y la separa de otras. Amo el lenguaje. Vivo de enseñar inglés y adoro mi idioma casi por encima de todas las cosas, pero hay que tener cuidado con lo que decimos y, también, cómo lo decimos, con qué idioma, a quién se lo decimos, qué obstáculo - inventado a posta - queremos poner delante de alguien cuando le hablamos en un idioma que no entiende pudiendo hacerlo con el vehículo que nos une, la lengua que nos hermana. Pero no hay interés en hermanar. Un abrazo, Francisco, uno grande. Lo del café y la cháchara me parece una idea formidable. Quién sabe. Córdoba y Barcelona no quedan a mano pero eso, quién sabe. Sería estupendo.
El chapeau es más asequible que todo el vasco junto o todo el catalán junto o todo el gallego junto, Verges. Saludos.
Te has metido en un océano de enigmas, amigo Paco. Un mar de quebrantos. No podemos hacer nada. Quejarnos. O poder hacer mucho quejándonos, no sé. Está mal esto que tenemos, pero no tengo yo, hoy domingo por la mañana, a puntico de echar una birrita mediamañanera, soluciones que sirvan. Soluciones sintácticas y semánticas y de barra de bar hay a cientos. Pero no podemos ir con las palabras y creer que su sonido, al airearse, va a solucionar algo. No tenemos altavoces, no tenemos un lugar desde donde propagar la queja. Esto de internet es un invento bueno nada más que por eso. Gutenberg le daría besos al Facebook. En fin. Que somos enanos, Paco. Y nos mandan gigantes.
Yo también adoro viajar y adoro el inglés. Su texto, en parte, Jorge, es mío. Está bien pensada su reflexión. Catalanes en Ucrania qué hablan? Estupendo.
La desatención es mutua, Bea. Nos dejan y les dejamos. Y eso es malo lo miremos por donde sea. La historia del pinganillo, en plan reduccionista, sí, en pequeño, evidencia los males que nos asolan. Esto es una insignifcancia, pero debajo o encima o en los lados, hay más. Y se viene encima. No soy pesimista del todo, no es necesario. Hay que pensar en que estamos sólidamente instalados en la democracia y que de ahí no nos mueven, pero a veces piensa uno unas cosas...
En política, amigo Ramón, nada es lo que parece. Ni siquiera es lo que se advierte que existe. Metalingüística. Simulacros. Identidades cambiadas. Mercados que chupan mercados. Cuentas bancarias que tienen hambre. Poblaciones enteras a merced de mercados, de cuentas bancarias, de campañas de promoción de personas... Las ideas, las buenas, las nobles, dónde andan?
En una sociedad democratica no hay pastor. ¿ Cómo puede existir democracia donde hay un pastor si son las ovejas las que se gobiernan directamente mediante otras ovejas con las que firman un contrato de mandato?.
expresiones como "sus gobernantes" evidencian la dependencia en un regimen reaccionario y nada democratico. Partiendod e aqui su articulo favorece, aunque no lo desee, el mantenimiento de las mismas formas de gobernar. Poco se ayuda asi a la gente. seria mejor ser valiente y no decir verdades sin señalar el verdadero fondo que permite que su dialogo, al igual que el de los "periodistas" pueda mantenerse por muuuuchos años. vaya usted al fondo y cuente la verdad;no hable para borregos, sino para hombres que deben llegar a ser inteligentes y por ello libres.
No es una cuestión moral, Emilio. Un político puede tener buenas intenciones, pero al ejecutar su plan, el resultado devenga en caos. Igualmente, el inmoral puede buscar su beneficio personal y ejecutar medidas que el ciudadano aplaudirá sin despeinarse. Que la buena intención, el buen hacer y los resultados eficaces coincidan viene a ser una extraña coincidencia.
Al ciudadano en el fondo lo que nos interesa el efecto; nunca la intención ni la planificación. Queremos que las políticas sean eficaces, que dejen impronta beneficiosa en nuestras vidas cotidianas. Si el político es buena o mala persona, pues vale, contenta debe estar su familia y amigos. La política es un escenario en donde debe contar como último criterio el gusto del público. Si no gusta, la función debe clausurarse.
Esta es la virtud y la miseria de la democracia. Si el pueblo solo desea pan y circo, eso obtendrá. Si deseamos algo más, obligaremos a nuestros políticos a cambiar de guión y puesta en escena.
Buen día, Emilio.
Un político no es un pastor. El pueblo no es un rebaño. No escribo para borregos. No entra en mis planes decir verdades a medias o verdades enteras o mentiras completas o mentiras a cachos. Entra escribir: irónicamente, en ocasiones; acertadamente, otras. Con torpeza, con dudas, con reserva, a veces. No me alcanza que lo que yo pueda escribir haga hombres inteligentes o libres. Expreso, a mi modo, lo que pienso. No puedo de otra forma. El rebaño, el pastor, en fin, toda esa semántica bíblica expresa el desafecto del ciudadano hacia el político, da a entender (se ve que no ha sido así para usted) el hecho de que una vez que el político, el malo, por supuesto, accede a su despacho obra en ocasiones como pastor y se siente guía y opera como tal. Eso es así. Lo seguirá siendo. Lo sentamos en ese despacho nosotros. Sólo hacemos eso. Luego se va solo. Uno nace solo, mnuere solo, se hace querer solo y se hace odiar solo. Ya está, sr. Pank. Por otra lado, y este lado es grato de expresar por mi parte, me parece fabuloso que me haya entendido de otra forma. Igual me he expresado como no debiera. Hay que tener mucho cuidado con los palabras. Son peligrosas, son amables, son nobles, son traicioneras según como se viertan, según como se ingieran. Un saludo afectuoso.
Buscamos siempre esas coincidencias, Ramón. Yo las deseo. Acabo de ver a un perfecto Rajoy haciendo de opositor eficaz en televisión, en una entrevista de revista de domingo. Lo he visto seguro de su plan, sabedor de la oportunidad que se le presenta, cosnsciente de que esas coincidencias, en principio, están ahí, a su alcance. Luego la realidad tumbará al verbo. Lo derribará a las primeras de cambio, y se presentará en televisión como un político a la defensiva, no osado como ahora. No placentero y manso y casi gentil. Es la política, amigo, un lodazal
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