Sería estupendo que la mosca del vinagre le robase más minutos a Michele Obama en televisión, pero lo que mueve al mundo no es el amor ni la fe: al mundo le hace girar el dinero. Da lo mismo que los científicos encuentren en la mosca diminuta un conducto que les guíe hacia la curación del cáncer. El dolor es más rentable que la alegría. Siempre vendió mucho la lágrima. Casi todo el teatro de Shakespeare está cubierto de paños trágicos. Provoca más morbo hurgar en la herida. El que cae congrega más público. El melodrama, incluso en el arte, gana más adeptos que la crónica de la felicidad.
A Baudelaire le gustaba escribir bien agasajado de absenta. Yo mismo, un ejemplar ridículo de escribiente doméstico, en estados de euforia, en esos ratos en los que se está obstinadamente alegre, prescindo de la escritura. Por eso interesan más las malas noticias. En agosto, en mi kiosko, los periódicos vienen enfermos de páginas, desnutridos, como si el calor excluyese la vida y sólo necesitáramos leves brochazos de lo real. Incluso los telediarios vienen recortados. Que haya venido Michele Obama entusiasma a hosteleros y a paparazzis. Los espectadores no sabemos bien qué pensar. La Primera Dama parece una franquicia del McDonald's, un emisario del león de la Metro, una especie de embajadora de la Coca-Cola, que es un brebaje universal que hermana al pobre y al rico, al opresor y al oprimido.
Lo de la mosca del vinagre queda al margen. La mosca benefactora no es fotogénica. La mosca cojonera de todos los veranos es este año una mosca de premio Nobel, una que dará a sus descubridores un Príncipe de Asturias, un aparte en la prensa del ramo. Luego el olvido. Porque las noticias buenas no interesan tanto: da más prestigio que la mujer de Obama pasee su porte yanki por la cal del pueblo andaluz recién puesto en órbita. Que visite un carmen granaíno o que le canten una soleá en el Albaicín.
En este ferragosto infatigable sólo hay crónicas sobre qué tiempo habrá mañana y el solivianto del ignorante al oír las reclamaciones de los controladores aéreos, que van a dinamitar la caja del turismo. En mitad de este paisaje está Mou con sus chicos. Casillas, feliz por heredar la capitanía merengue, ahora que Raúl está haciando las alemanias. Están algunos descarrilamientos lejanísimos con fotos peregrinas que ocupan veinte segundos en 24 horas. La economía, tan enclenque, tan apaleada, se aplaza frente al tumor benigno de la calina cayendo a plomo sobre los chiringuitos. Y Baudelaire, cegado de éter, daría un spleen ibérico, rebajado de hondura, alicatado de insecticidas, untado de coppertone, oliendo a espeto y a tinto de verano. Baudelaire, en este vértigo estival, sería un paria a las puertas del Corte Inglés, uno de esos hippies letrados que se hacen mayores durante toda su vida y cantan a lo Janis Joplin con una gorra tumbada en el suelo, con un perro pulgoso muriendo de tedio, sin saber que ha venido la Obama a mi tierrra, que la mosca del vinagre es el bicho favorito de los científicos o que Iniesta no ha sido convocado por Del Bosque para el amistoso mejicano. El verano, a pesar de estas melodías de seducción, no sirve para nada trascendente. Ya mismo viene el otoño y con la caída de las hojas se izarán otra vez los entusiasmos líricos, la alegría del pueblo llano, liberado de rigores, metido otra vez en casa, en familia, a resguardo de todas esas distracciones que los que manejan el mundo nos ofrecen en estos días para sobrellevar el cansancio.
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A Baudelaire le gustaba escribir bien agasajado de absenta. Yo mismo, un ejemplar ridículo de escribiente doméstico, en estados de euforia, en esos ratos en los que se está obstinadamente alegre, prescindo de la escritura. Por eso interesan más las malas noticias. En agosto, en mi kiosko, los periódicos vienen enfermos de páginas, desnutridos, como si el calor excluyese la vida y sólo necesitáramos leves brochazos de lo real. Incluso los telediarios vienen recortados. Que haya venido Michele Obama entusiasma a hosteleros y a paparazzis. Los espectadores no sabemos bien qué pensar. La Primera Dama parece una franquicia del McDonald's, un emisario del león de la Metro, una especie de embajadora de la Coca-Cola, que es un brebaje universal que hermana al pobre y al rico, al opresor y al oprimido.
Lo de la mosca del vinagre queda al margen. La mosca benefactora no es fotogénica. La mosca cojonera de todos los veranos es este año una mosca de premio Nobel, una que dará a sus descubridores un Príncipe de Asturias, un aparte en la prensa del ramo. Luego el olvido. Porque las noticias buenas no interesan tanto: da más prestigio que la mujer de Obama pasee su porte yanki por la cal del pueblo andaluz recién puesto en órbita. Que visite un carmen granaíno o que le canten una soleá en el Albaicín.
En este ferragosto infatigable sólo hay crónicas sobre qué tiempo habrá mañana y el solivianto del ignorante al oír las reclamaciones de los controladores aéreos, que van a dinamitar la caja del turismo. En mitad de este paisaje está Mou con sus chicos. Casillas, feliz por heredar la capitanía merengue, ahora que Raúl está haciando las alemanias. Están algunos descarrilamientos lejanísimos con fotos peregrinas que ocupan veinte segundos en 24 horas. La economía, tan enclenque, tan apaleada, se aplaza frente al tumor benigno de la calina cayendo a plomo sobre los chiringuitos. Y Baudelaire, cegado de éter, daría un spleen ibérico, rebajado de hondura, alicatado de insecticidas, untado de coppertone, oliendo a espeto y a tinto de verano. Baudelaire, en este vértigo estival, sería un paria a las puertas del Corte Inglés, uno de esos hippies letrados que se hacen mayores durante toda su vida y cantan a lo Janis Joplin con una gorra tumbada en el suelo, con un perro pulgoso muriendo de tedio, sin saber que ha venido la Obama a mi tierrra, que la mosca del vinagre es el bicho favorito de los científicos o que Iniesta no ha sido convocado por Del Bosque para el amistoso mejicano. El verano, a pesar de estas melodías de seducción, no sirve para nada trascendente. Ya mismo viene el otoño y con la caída de las hojas se izarán otra vez los entusiasmos líricos, la alegría del pueblo llano, liberado de rigores, metido otra vez en casa, en familia, a resguardo de todas esas distracciones que los que manejan el mundo nos ofrecen en estos días para sobrellevar el cansancio.
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7 comentarios:
Nos toman por tontos, y encima pagamos. Te admiro por tu facilidad para escribir, pero últimamente más todavía por tu manera de exponer tus argumentos, que son nuestros, los razonables
Sin embargo, yo añadiría que encuentro en el verano una profunda vena mística. Detesto las playas masivas, las aglomeraciones, la fiesta que no puedo o no sé compartir, pero en mi formación literaria recuerdo obras en que el verano representa un momento cenital. Recuerdo La presa de Kenzaburo Oe que buena parte transcurre en un verano de plenitud en la eternidad de los instantes. En mi juventud lejana hubo una obra que me cautivó aunque no fuera una obra maestra: Los organillos de Henri François Rey en la que el verano también era el eje del amor entre dos adolescentes, Serge y Nadine. No sé por qué la recuerdo. El Quijote transcurre en un eterno verano que no tiene fin... Tal vez para mí, el estío es un espacio literario y cuando llega me sumerjo en él intentando llegar a esas médulas que han gloriosamente ardido. Probablemente tu escrito sugerente tiene otro sentido, pero he querido compartir mis impresiones del verano como paisaje de luz, de barrancos, de totalidad, como el mediodía.
Pagamos porque el mundo es una especie de parque temático. Lo gobiernan en ese plan. Lo que no renta, no se enseña. Lo que no hace caja, es del gusto de quienes no pueden hacerla. Gracias, Ana.
La tiene, amigo Joselu. Sin duda. Mi orientación habla del vacío que circunda ese refugio místico. El verano es una especie de nada tórrida. Yo también, a la busca de ese refugio, he leído cosas fascinantes. El verano es época buena para los lectores. Todas las estaciones lo son. A mí me gusta el frío para leer. Inargumentablemente. O no. Será cosa de ponerse y explicarlo, Joselu. Te debo un post.
Me gusta como escribe y mucho.Me recuerda un poco a uno de nuestros mejores articulistas,el desaparecido Francisco Umbral.
Ay,el verano parece ser que siempre pertenece a la infacia.Ese vino del estío,que decía Bradbury,y,esas bicicletas que venían con aire adolescente a nuestro encuentro.
Un cordial saludo.
Mi verano perfecto tiene 13 años en un pueblo de playa en Cádiz. Hasta escribí una novela, no editada, que guardo para mis nietos, digo yo. Tu escrito, fantástico. Me lo hago mío y lo recomiendo. Lo de la "OBAMA".... plan marshall siglo 21. Asco.
He pensado, Francisco, en Fernán-Gómez, en sus Bicicletas son para el verano. La frase de Bradbury, que desconocía, es hermosa. Lo de Umbral es un súbito destello de luz que le ha cegado, amigo.
Da igual que se publique. Está. La escribió para no perder lo que vivió. Yo escribo así a diario. Un abrazo, José.
Es cierto que solemos desechar, por crerlas escarcha que dejó el resto del año, las noticias (perlas a veces) del verano. Sin embargo, quizá ellas mejor que las que le precedieron revelan la digestión que hacemos de un año/curso que necesitamos vomitar de alguna manera.
La verdad es que prefiero las pequeñas noticias. Poseen un potencial...
Por cierto: en tu tierra también se cuece el asfalto. Badajoz está insufrible. Una sauna natural.
Buen verano, lo que queda.
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