En diez años sabremos si estamos solos en el universo. Lo dicen los que miran con lupa las estrellas y hacen ecuaciones con el polvo que van dejando. En esos años, en diez, sabremos si hay competencia ahí afuera. Sabremos, por ejemplo, si los alienígenas son ellos o lo somos nosotros. Si los miles de años de progreso en la raza humana, es un decir eso del progreso, nos han hecho una raza admirable o, por el contrario, somos la escoria del cosmos, una especie de basura genética que ha crecido sin que nadie se haya preocupado de darles un aviso. Uno serio del tipo: O dejáis de hacer el gilipollas o mandamos un virus que os deja fritos. Hipotéticas civilizaciones extraterrestres de más avanzado nivel intelectual o social o afectivo o incluso sindical, qué sé yo. Lo bonito de esa revelación sería ver qué pasa después. Imagino que en diez años las superpotencias, si es que de pronto se descubre que hay ocho planetas con peña a bordo, dejarán de preocuparse del hambre en el mundo o de las tiranías que gobiernan algunos países y se dedicarán casi a tiempo completo a la carrera espacial. Stephen Hawking dice que debemos ir haciendo las maletas. O colonizamos el espacio o la tierra revienta con nosotros dentro. Ese hombre severo y culto, grande en lo suyo y respetado por la comunidad científica, no es el primero que ha visto la luz en los cielos, la escalera hacia las estrellas que cantaba Ella Fitzgerald hace sesenta años. Los extraterrestres hechos en Hollywood siempre vinieron a casa por dos motivos: o buscaban algo de lo que carecían o buscaban reproducirse con hembras terrestres. No he visto yo ciencia-ficción que se salga mucho de estos presupuestos. Al menos la ciencia-ficción básica, la que vemos en cine de verano, abriendo latas de cerveza y comiendo hamburguesas del ambigú de atrás. Como género narrativo, me encanta la posibilidad de que nos colonicen. Si hemos estado aquí unos pocos de miles de años y estamos como estamos, no entiendo qué mal pueda tener que entren unos extraños y nos inculquen ideas nuevas. No tenemos razones para desconfiar de que les muevan propósitos venerables.
Hawking dice también que esos extraterrestres nos invadirán y que nos harán pupa. Yo opino justo lo contrario. Vendrán, si es que vienen, a hacer turismo. O directamente no vendrán. No llamamos la atención. No tenemos nada relevante. Lo que enviamos al espacio no les es atractivo. Esa tarjeta de presentación capa ya, de salida, toda iniciativa de viaje interestelar de un hipotético pueblo alojado en un planeta a millones de años luz de mi pueblo. Aunque mi intuición, sigo con las hipótesis y concedo que alguna tendré, me dice que tienen que haber, en esa distancia impensable, más gente. Ojalá que no como nosotros. Somos dañinos en el fondo. Es cierto que hubo un Shakespeare, un Sócrates y que Bill Evans tocaba el piano como un ángel, pero la raza humana, vista desde afuera, debe de ser patética. Nos ponemos en guerra por cualquier cosa. Por un pedazo de tierra. Por un figura de madera. Por la lengua con las que nos expresamos. Luego es verdad que hacemos las paces, pero son sólo treguas. Volvemos a las andadas. Abran los libros, vean si llevo o no razón. Por lo menos reconocerán que fuimos sensibles cuando quisimos. Que escribimos buenas novelas e hicimos buen cine. Que pintamos lienzos prodigiosos o compusimos obras inmortales, capaces de conmover a un organismo unicelular de la galaxia más escandalosamente lejana. No sé si ellos tendrán unas credenciales artísticas semejantes. A lo mejor nos salva el Arte. Igual llevan milenios perdonándonos por eso. Desde que vieron el bisonte de Altamira. Desde que comprobaron hasta qué punto podíamos gobernar el caos y convertirlo en belleza. Hace un par de días visité la Cueva en Cantabria. Bueno, su hermosa réplica. Juro que me emocioné al verlo. Seguro que no fui el único. Éramos tan brutos y tan sensibles ya entonces...
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Hawking dice también que esos extraterrestres nos invadirán y que nos harán pupa. Yo opino justo lo contrario. Vendrán, si es que vienen, a hacer turismo. O directamente no vendrán. No llamamos la atención. No tenemos nada relevante. Lo que enviamos al espacio no les es atractivo. Esa tarjeta de presentación capa ya, de salida, toda iniciativa de viaje interestelar de un hipotético pueblo alojado en un planeta a millones de años luz de mi pueblo. Aunque mi intuición, sigo con las hipótesis y concedo que alguna tendré, me dice que tienen que haber, en esa distancia impensable, más gente. Ojalá que no como nosotros. Somos dañinos en el fondo. Es cierto que hubo un Shakespeare, un Sócrates y que Bill Evans tocaba el piano como un ángel, pero la raza humana, vista desde afuera, debe de ser patética. Nos ponemos en guerra por cualquier cosa. Por un pedazo de tierra. Por un figura de madera. Por la lengua con las que nos expresamos. Luego es verdad que hacemos las paces, pero son sólo treguas. Volvemos a las andadas. Abran los libros, vean si llevo o no razón. Por lo menos reconocerán que fuimos sensibles cuando quisimos. Que escribimos buenas novelas e hicimos buen cine. Que pintamos lienzos prodigiosos o compusimos obras inmortales, capaces de conmover a un organismo unicelular de la galaxia más escandalosamente lejana. No sé si ellos tendrán unas credenciales artísticas semejantes. A lo mejor nos salva el Arte. Igual llevan milenios perdonándonos por eso. Desde que vieron el bisonte de Altamira. Desde que comprobaron hasta qué punto podíamos gobernar el caos y convertirlo en belleza. Hace un par de días visité la Cueva en Cantabria. Bueno, su hermosa réplica. Juro que me emocioné al verlo. Seguro que no fui el único. Éramos tan brutos y tan sensibles ya entonces...
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4 comentarios:
Aquellos pintores rupestres ya debían espantarles el rostro humano cuando sólo dibujaban animales.Y,respecto al universo,de momento,el planeta tierra sigue siendo el más extraño y desconocido de todos.
Estupendo artículo.
Un cordial saludo.
Brutalidad y sensibilidad son solidarias en la especie humana. Probablemente estamos en un estado primitivo de evolución, pero sólo nosotros podemos -con miles de años- salir de él, eso si el planeta azul lo resiste -que no creo-. Entonces, en cien años tal vez, habremos de salir a colonizar otros mundos como prevé Hawkings. Pero son tan inconmensurables las distancias que da vértigo pensar que ello pueda ser posible. Quizás, antes del desastre, salga una nave con unos centenares de humanos y perdidos navegarán en el espacio en busca de otro mundo. ¿Será esa la forma de sobrevivir la especie humana? Me gusta la SF. ¿Has leído El fin de la infancia de Clarke? Un cordial saludo.
Es curioso. La imagen de los extraterrestres que nos regala el cine o la literatura, en la mayoría de los casos describe a seres extraordinarios, adelantados a nosotros años luz. Eso sí, feos y deformes. Y más veces vienen en son de guerra que en plan colegas.
En todo caso, reflejan a la perfección el miedo y la fascinación con la que los seres humanos encaramos aquello que nos es desconocido.
Si un día descubrimos que no estamos solos in the universe, seguro que en pocas décadas escilmamos los bienes de cualquier civilización, si podemos, claro, si podemos.
Un saludo extremeño.
El mundo es extraño. Es la frase que se dice en Blue velvet cuando aparece en el césped una oreja cortada. Curiosamente anoche volví a verla. Pensé en el mundo y en los extraterrestres y en las frases apocalípticas de Hawking... Saludos, Francisco.
El Arca de Noé, Joselu. Hay pelis sobre eso. Las distancias dan vértigo, pero seguro que las solventan con esas tecnologías que ni siquiera pensamos. No he leído El fin de la infancia. Lo busco, sin duda. Un saludo, Joselu.
Siempre son feos, deformes. La iconografía es idéntica en todos los casos. No salen bien parados. Parece como si los que idean esos artefactos de ciencia-ficción no salieran de cuatro pinceladas. De pronto me han dado ganas enormes de ver 2.001. Saludos, amigo extremeño.
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