“It has never been serviced or cleaned other than blowing out the dust with a service station hose. ... I have typed on this typewriter every book I have written including three not published. Including all drafts and correspondence I would put this at about five million words over a period of 50 years.”
Tengo con Cormac McCarthy una cosa en común: usar esta Olivetti Lettera 32. La forma verbal exacta sería haber usado. La mía, mi espléndida y mítica Lettera, duró los años académicos, los entregados a rellenar formularios, a fusilar textos de la Historia de Roma o de la prosa de Benedetti, a esbozar poéticas que luego quedaron en pequeños arrebatos de lucidez amateur, de metáforas quemadas y de cuentos rutinarios sobre hadas y gente que acaba muriendo en grandes avenidas. Luego llegó el pc, el imperio del microsoft Word, ese amanuense idílico que suma las palabras, las computa, las organiza de forma cabal a beneficio del orden.
McCarthy escribió La carretera, que es su novela más reciente en mi cabeza, en esta Olivetti Lettera 32. La ha usado para mecanografiar más de una decena de novelas. El señor McCarthy, cuenta su esposa, la compró por 11 dólares allá por 1.958. Christie's maneja la cantidad de unos 20.000 dólares cuando la saque a subasta. Los fondos irán a alguna institución noble que le dé también noble fundamento. Hay gente de bolsillo mitómano que vampiriza estos objetos con pedigree: yo los miro embelesado, arrobado, convertido en un voyeur fantasioso que imagina la trama detrás, el escritor formulando su teoría del cosmos. Todos los escritores, a su modo, no hacen otra cosa. El objeto con el que producen esa suerte de prodigio merece atención, un lugar en una vitrina, un espacio en la memoria de quienes, embelesados, arrobados, los leemos.
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3 comentarios:
Yo aprendí a escribir a máquina en una de esas. Tenía, la primera vez que le puse las zarpas encima, no más de seis años. Y por algún sitio debe estar. Ya ajada, cansada, pero lista para volver a la acción en cuanto se la reclame.
La mayoría de los escritores de la generación perdida escribían a máquina sus libros. Es algo que nunca he hecho. Y sé que me pierdo algo grande.
Yo no la tengo. Imperdonablemente la extravié o no le hice el caso que debía. La recuerdo, no obstante, en todo su esplendor. Ahí me solté en las primeras letras. En un cuento escrito en la EGB (Sexto tal vez) de una torre con un jorobado. Está en mi memoria todavía su final. Sólo eso, qué le vamos a hacer. Creo que da igual dónde escribir. He escrito en todos lados, de todas las formas posibles. En la arena, en la playa, escribí un poema y te juro que se lo llevó el mar. Es cierto. Recuerdo el verso primero, pero el rubor manda. Eran otros años. Estos mandan de otra manera, my friend.
Cuando empecé a trabajar mis primeros pasos fueron en una máquina de éstas. Aún sueño algunas veces con su sonido martilleante, con el pasar de la cinta, con las teclas que a veces que trababan y había que abrirla y desencajarlas. Mi padre tenía también una en casa y has hecho que me pregunte qué demonios hicimos con ella... Desapareció, simplemente.
Bellos recuerdos de un diario que empecé a escribir en ella y que rompí al saber que mi madre lo había leído sin mi permiso. Bellos recuerdos de tiempos duros.
Besitos.
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