25.6.08

Dura lex

Lo suyo era que la nueva Ley del Cine sembrara discordias. Tener al gremio artístico encabronado fomenta la creatividad. Lo deben tener claro los jerifaltes que promulgan los textos y escrituran el futuro del séptimo arte en España. Pasará igual con el sindicato de poetas o con la asociación de músicos o con la cofradía de escultores. Todos los artistas, por el hecho de serlo, deben acatar esa máxima invisible que consiste en que los políticos desoyen, olvidan o ignoran lo que los operarios de esas artes exigen. Claro que no todo se ajusta al arbitrio inmaleable de la razón: ahí están los guerreros de los derechos de autor, que se han estrellado contra los muros ciclópeos de la banda ancha o contra el metal emponzoñado de los discos vírgenes. Piden lo que creen justo, aunque en esa exigencia caigan tributos a sus bolsillos que provendrán, no lo tengan en duda, de las fotos que hoy haré cuando salga o a la calle o de los textos de mis críticas de cine, que suelo volcar en un disco duro. Pagan los justos por los que pecan si bien nadie está limpio del todo y tampoco nadie peca todo el rato. Iba yo diciendo, y vuelvo a lo que empecé, que el artista, cuando está enfadado, crea mejor, canta mejor, escribe mejor, pinta mejor. Todo sea entonces por el pabellón artístico patrio. En el fondo, tal vez se trate de una maniobra orquestada por algún gabinete de psicólogos o de gurús de los nuevos tiempos que han visto en esta fractura continua entre el poder y los titiriteros una vía de remodelación del gremio.

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