No brilló mucho en casi nada. No fue un actriz sobria a lo Bette Davis ni encandiló como cantante a lo Ella Fitzgerald. Su cénit fue fugaz. Incluso podíamo atrevernos a decir que no hubo cénit y toda la imaginería poética atribuida a su figura corresponde exclusivamente a la épica lujuriosa de los muertos, que concitan el beneplácito de los que les sobreviven y donan elogios porque saben que el destinatario no va a fruncir el ceño ni hacer un mohín de arrobo puro cuando lea o escucha la salva de adjetivos grandilocuentes y la prosa espumosa de los fans. Marilyn jamás cantó bien. Su voz brincaba como un pececillo juguetón entre las notas. No desafinaba, pero tampoco descollaba. Todo en un término medio imprudente que hubiese, en otra actriz menos reventona, provocado más recelos que atenciones. A Marilyn Monroe se le consintió casi todo. Incluso morirse en esa edad tan mitificable. Cole Porter no escribió My heart belongs to daddy pensando en la rubia de oro, pero es la versión más perdurable. Su inocencia vocal, su inseguridad casi profesional le labró un porvenir fiable en el show-business del vinilo. Interesaba más la imperfección grata que los registros impecables de otras damas de la canción. A pesar de eso, Marilyn Monroe facturó algunas canciones soberbias (I'm gonna file my claim, Diamonds are a girl's best friend o la inmortal I wanna be loved by you, que parece ser susurrada al oído, en lugar de cantada; que sugiere y provoca como un lascivo picotazo de sensualidad pura. Así era Marilyn, aunque conste en el imaginario popular el Happy birthday, Mr. President contaminado de promiscua belleza, exento de corrección política alguna y convertida (es mi caso) en la canción que siempre soñé para todos mis cumpleaños. Iluso.
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1 comentario:
Es que no era cantante. No aunque lo fuera. Demasiado caudal para una voz cálida pero que tendía a arrugarse. Le faltaba concisión y le sobraba tesón. Una voz a recordar, con todo, y una mujer a palpitar. En el corazón, si es posible...
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