18.6.07

Tú la letra, yo la música: Como meter la lengua en un tarro de mermelada

Viva el cine inofensivo, la mermalada de fresa y las melodías de Wham: Tú la letra, yo la música es cine inocuo, desactivado de toda pretensión de perdurar o de remover en el público alguna conciencia social, política o incluso estética. No está ese discurso en su libreto fundacional; en él sobreabunda el tedio, uno viscoso como de jingle navideño ametrallado en los altavoces invisibles de una Gran Superficie.
Como toda comedia romántica, carece de pretensiones filosóficas ( hasta Matrix tenía halo de mística embutida en un tatami infógrafico de kung-fu ) y no rompe ninguna de las muchas convenciones del género: triunfa el amor a pesar de que la pareja flirtea con la incertidumbre y, a mayor gloria de la dulzona efervescencia de todo idilio, sortean algunas dificultades que se ven compensadas por un final glamouroso y visto una decena larga de veces y aunque tengamos mucha gana de arrimarle combustible y prenderla, la película toca nuestro corazoncito sensible.
Quien haya sentido un temblor efervescente en el corazón al oir una melodía pop, quien haya oído en su memoria las notas de su canción preferida en la cabeza en la cola de un autobús en el preciso momento en que le van a atender en la charcutería, ésta es su película. No habrá decepción. Hugh Grant es un comediante correcto - no el Cary Grant que intentaron vender -, un actor cómodoamente instalado en una serie de patrones dramáticos que ha interiorizado con oficio pasmoso. Drew Barrymore sortea las inconveniencias de este cine melifluo para poner luego la mano y que su nombre no se pierda en el limbo tangible de los divas que van camino de dejar de serlo.
En todo caso, nada remarcable en este juguete graciosillo, nada relevante: no se pretendía. La cinta transita su legítimo olimpo de intrascendencia y frivolidad abonada a un recetario sentimental tan previsible como inane. No es posible ser demasiado canalla al escribir unas líneas que, aunque nunca/jamás serán laudatorias, tampoco entrarán fieramente en la carne, hurgando en la víscera pura.

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Pensar la fe