17.2.19
Vicios
Uno se vicia con poco, no precisa instrucciones, ni tal vez destreza más tarde, cuando ejerce ese oficio y lo hace parte suya, como una extensión natural del cuerpo. Se debe tener un vicio, uno al menos; algo con lo que avituallarse cuando arrecia la penuria o el desencanto, un lugar fiable en donde explayarse. Quienes airean sus vicios también estaría bien que contaran con alguno privado, no confesarle. No porque perturbe a quien lo observa o induzca a pensar lo desatinado de su elección, sino por una sencilla opción íntima. Queda a beneficio personal todo lo que un vicio reporta. Tienen mala fama, se les imputan males que no siempre son justos. Poco o ningún predicamento en los que se esmeran en proceder con rectitud, sin desfallecer o haciéndolo con dolor, como si salirse del plan, el de la formalidad, acarrease un dolor mayor del que no es fácil zafarse. Se prestan a contradicción los vicios: en ocasiones consideramos que nos hieren o que nos prIvan de llevar una existencia armoniosa y ordenada. Yo adoro el desorden. Ese es uno de mis vicios. Los otros no interfieren en él: lo apremian a que no decaiga, lo jalean. Cuando he pedido orden, sucede con cansada frecuencia, ha llegado indoloramente, sin que su irrupción, anhelada, fije un patrón y uno se acoja a él y lo fomente. He sido más feliz en el vértigo, en la certidumbre de que uno es lo que es por esas pequeñas elecciones, las decididas y aceptadas, no las que acuden de afuera. Incluso en el orden, en su travesía, se busca esa anomalía. Como si buscásemos una imperfección cuando sabemos que estamos haciendo lo que se espera de nosotros. Hay quien amonesta esta opción, si la percibe: la sanciona por bien nuestro, les mueve el afecto o la amistad o el amor que nos dispensan. Hay belleza en esa ocupación insólita, no frecuente. Ama uno sus vicios. Hoy domingo tengo algunos al alcance. El de escribir es el más gratificante. Ahora no se me ocurre otro más placentero. Cuanto más escribo, más me afianzo en la idea de que la escritura es una extensión insobornable de mi cuerpo. Un vicio público, sí. Los privados, los más acendradamente personales, no necesitan ser registrados. La vida no está siempre en la literatura. En pocos minutos toca ver al Madrid. Uno es tan igual a tantos.
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