Decía Savater el pasado sábado en El País que la literatura fantástica es un
pleonasmo. Lo que redunda en la expresión no es sólo que todo lo que se
escribe proceda de la fantasía (es así, aunque se aderece con brochazos
gruesos o delicados de realidad pura y dura, como se dice) sino que no
puede proceder de otro lado. En el momento en que contamos algo, en cuanto se airea y accede al otro, al que lee o al que escucha, se
desvirtúa, se corrompe, se aparta del motivo que lo inspiró y se inclina
a otro, no necesariamente el original ni el exigible. Lo que se dice, en el instante en que se transmite, pierde una parte de su contenido, no satisface el cometido que se le asignó, incluso posibilita que pueda entenderse algo enteramente contrario. En lo que me afecta no tengo casi nunca claro si lo que expreso es lo que de verdad he deseado expresar, si al volcarlo (cuando se articula en palabras) acabo por malograr la intención que lo animó. En este instante, mientras escribo, noto que no afino, percibo que la idea sobre la que partí se está desmenuzando en algunas ideas secundarias, que pueden (si se hace largo el texto) derivar en otras ideas.
Todos mis textos son una opulencia de ideas terciarias. Desbarro, me explayo más de la cuenta, paseo la periferia y miro desde esa distancia el centro seminal, el origen y el fundamento. No difiere este procedimiento al que practico cuando hablo. También ahí equivoco el propósito. Empiezo hablando sobre el predicamento de la banca en la judicatura y termino enredado en la crisis abierta en el Real Madrid. Si es a mí a quien habla viene a suceder más o menos lo mismo. Quien me confía lo que piensa no tiene la convicción de que yo lo recoja íntegramente y lo entienda sin pérdida. Hay mucho que se queda por el camino, no sabemos nada de esa información sacrificada (esos sentimientos sacrificados), no podemos rescatarla, hacerla valer, imponer su realidad a la realidad para que se difunda.
Toda la
literatura (la bendita literatura) es un estado de ánimo y, puestos a
apurar el pleonasmo, una transcripción de ese estado de ánimo. En lo
transcrito siempre hay pérdida. La literatura es un archivo comprimido,
una especie de MP3, aunque a veces sea de una calidad asombrosa. No
sabemos cómo funciona la cabeza del escritor, ni la de quien no escribe, no se sabe bien qué
excluye y por qué o las razones por las que algunas cosas sobreviven y
se vuelcan en el texto y otras se sacrifican, no prosperan, se quedan en
el camino y no ingresan en la elección de un modo de expresarse o de
una trama. En la novela en la que ando (no la he dejado, sigo en ella)
escribo como si no fuese cosa mía lo contado. Siento que los personajes toman propiedad de mi persona, la zarandean, imponen su criterio, irrumpen en mi quehacer diario.
Siendo la primera vez que escribo algo que pase de las tres hojas, entiendo que será lo normal. No sé si alguien ya curtido en novelas podría decirme si es correcto o no eso de que lo novelado ingrese en lo real y perturbe su decurso. Ahora me caigo de sueño. Aunque sea una hora, voy a cancelar la realidad, nada me suele apetecer más a esta (bendita) hora.
23.10.18
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