15.8.16

Stranger things / Nostalgia y bucle





Si uno no sabe de qué va Dragones y Mazmorras, no ha leído a fondo al Stephen King de It o no ha salido temblando de emoción del cine al ver películas de Steven Spielberg o John Carpenter, Stranger things no es su serie. No lo es, de verdad, no hay que buscar tres pies a este gato. Se la puede disfrutar de un modo placentero, se puede apreciar su notable sentido del ritmo, la mixtura de géneros que propone (ciencia-ficción, terror, aventuras, comedia, romance) pero se escapan detalles que la hacen sumamente disfrutable.  La música que suena de fondo (The Clash, Jefferson Airplane, Bangles, Toto, New Order, Joy Division, Peter Gabriel, Foreigner) es la que escucha quien haya nacido poco antes de los setenta o poco después y es a ese espectador al que le complacerá revivir esa época. Casi nada de ella se les escapa a los hermanos Duffer, los ideólogos de esta serie de Netflix. Stranger things es una carta de amor a una época y a unos autores (King a la cabeza, sobre todo). Es también un recopilatorio (bien ensamblado) de los mejores momentos de decenas de películas. Quien disponga de buena memoria irá cayendo en cada una de ellas conforme avance la trama y se adentre en la cuidadísima iconografía que exhibe. Ahí está E.T., el extraterrestre; Encuentros en la Tercera Fase, It, Poltergeist, Los cazafantasmas, Alien, La cosa, Los goonies, Cuenta conmigo o Pesadilla en Elm Street, que ahora recuerde. Esa voluntad de incorporar las referencias de un modo natural, incluso reverencial, ocupa buena parte del metraje y se cuida al punto de que no incomoda ni tuerce el sentido propio del argumento de la serie. Por eso hay un policía que lee Cujo, la novela de Stephen King, o en los dormitorios de algunos de los protagonistas aparezcan pósters de algunas de las películas antes citadas. Luego está la literatura de los cómics de superhéroes, de la que no se separa en casi ningún capítulo. Es casi imposible manejar todas referencias culturales de las que toma partido. 


Stranger things es una batidora en movimiento. Si se mira con detenimiento se advierte a qué pertenece cada grumo. Ese descaro de los guionistas (muchos, como en casi todas las series recientes, conducidos por los hermanos Duffer para que no se desquicie la idea) no malogra del todo su notable creatividad. No importa que haya que convenir cierta credulidad para aceptar su osadía narrativa (universos paralelos, portales tridimensionales, niñas con poderes, monstruos del espacio exterior); tampoco que mucho de lo visto sea ya conocido. Se desoye la amenaza de lo previsible (que suena a veces más de lo conveniente) y se deja uno llevar por el bosque negro, por laa criaturas del inframundo o cree sin resquicios que es posible derrotar al mal con un tirachinas y unas clases elementales de física y que la verdad está ahí afuera (como decían Mulder y Scully en la fundamental Expediente X), en algún lugar, en las sombras. Se echa en falta que indague algo más en lo oscuro. Los Duffer escatiman esa ración dramática porque hacen que prime el tributo: prefieren bordear antes que ahondar, ofrecer una visión adolescente del mal (en el hilo de los maestros a los que adoran, como hace Guillermo del Toro en también aquí entrevista El laberinto del fauno) y no dar una sesión de cine gore, más adulto, de menor peso sentimental. Porque lo que fascina de Stranger things es su sencillez, esa liviandad a la que se ha dado de lado en otras propuestas y a la que aquí se le confía éxitosamente todo la responsabilidad. Un poco lo que le pasaba a Fringe en sus primeras temporadas.J.J. Abrams, hijo de tantos, padre de tantos, sabe bien de qué va Strangers things. De eso, de mirar la parte fantástica, la que todavía es crédula, saben mucho Joe Dante, John Landis, Robert Zemeckis o el propio Steven Spielberg, en el plano cinematográfico. De Stephen King se elige lo iniciático, el rito con el que se deja atrás una etapa (la crédula, la que asume riesgos y en la que reina el juego puro) y se entra en otra (la de la pesadumbre, la que no admite en modo alguno que la realidad esconda monstruos y los saque a pasear de cuando en cuando). De todo eso (que no es poco) habla Stranger Things, embutido en un formato deleitable de modo absoluto. En su contra, pues no es producto redondo, la serie abusa de todo lo bueno a lo que antes se ha referenciado. El guiño, al amplificarse, hace que el ojo bizquee y que la mirada se pierda. Es posible que su falta de originalidad lastre el conjunto, salvo que en 1983 (cuando sucede) tuvieses la edad de los cuatro amigos (cinco en realidad) que los protagonistas. Todo lo demás, el aroma a mercancía susceptible de convertirse en jugosa franquicia, la puede convertir en un bucle, en un remedo del remedo que es en realidad. De resultas de ese tributo enorme viene una resolución facilona, en ocasiones. No importa, se excusa, se da por bueno ese aligeramiento. Ese el roto por el que hará aguas. No es bueno el halago continuo que está recibiendo por parte de espectadores y de crítica. El entusiasmo que suscita es legítimo. Los ocho episodios me los he despachado en dos noches (cuatro capítulos cada uno) y me han resultado altamente satisfactorios. El insomnio estival se combate de maravilla con la nostalgia, vale, sí, lleváis razón. Veremos cómo va la segunda, si induce a trasnochar.


2 comentarios:

Paco Pérez dijo...

Cae esta noche a pesar de no haber nacido en los setenta...
A ver.

Mycroft dijo...

No estoy de acuerdo. De hecho, podían haber recreado la serie en 1993, o en 1973, y llenarla de referencias, guiños, porque la trama principal (MK-Ultra etc) tiene entidad propia. De hecho se cuelan muchas referencias anteriores, y posteriores (El videojuego-película Silent Hill).
Ocurre que los 80s fueron la década del terror de videoclub, de una forma de hacer cine de género muy específica, y en ese sentido, sí es un acierto, y el gran propósito, rescatar un subgénero.
Pero perfectamente está siendo disfrutada por niños y jóvenes que no vivieron esa época, como quienes vieron en su momento la serie Happy Days no vivieron los 50s. No se basaba en ellos, no era un cuéntame o maravillosos años. Se basaba en unas convenciones de género que creaba sus propios 50s, como aquí crea sus propios 80s.
El guiño es un gran plus. Pero la serie no es sólo el guiño.

Amy

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