7.7.16

Rewind

La historia seria más o menos así:
Uno no nacería menguado e inerme, escaso en tamaño, vacío en conciencia, ni iría después creciendo en juegos y en llantos, probando, errando, cayendo, subiendo. Prescindiríamos del acné adolescente. Tampoco estaría la fatiga de los años escolares, las primeras erecciones rudas e incómodas. Sobraría el pavor mitológico ante la sospecha de que Dios existe o de que no existe. Y no tendríamos que encarar con resignación la rutina de la edad adulta, la impertinencia de la vejez.
Menos traumático o menos patético, sería nacer ya maduro, canoso, calvo o gordo, e ir más tarde, paulatina y generosamente ganando en aplomo, en tamaño, en conciencia, entre lecturas por el parque y paseos por la playa, bebiendo café en las terrazas con amigos, rejuveneciendo año a año. Buscar entonces esposa, procurarse unos hijos, un trabajo que nos plazca, dejar que el tiempo nos merme y, al final, cubierta la edad madura y la juventud, repasada la infancia, morirnos en una cuna, en un flato artero o en un patio de jardín de infancia.
O mejor todavía: morir en el vientre materno, enamorados, enfermos, hospedados como reyes, como dioses.
Los habría afortunados: aquéllos que tuvieron la dicha enorme de morir en un orgasmo paterno, aunque no sea el propio.

1 comentario:

José Luis Martínez Clares dijo...

A todo esto me apunto. Un abrazo

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