Hay matrimonios convencionales que guardan las facturas y los recibos en un archivador beige o azul o rojo que depositan en una estantería no excesivamente alta, junto a las obras completas de Tolstoi o de Pablo Neruda y los álbumes de fotos. A veces lo abren y ven dónde fueron, a qué hoteles confiaron el amor que se prometieron, comprueban en el cuadro de amortización los meses que les queda del frigorífico o ven en la cartilla del banco si podrán organizar un par de semanas en el balneario o un verano en la costa. El archivador funciona a modo de diario. En él se van consignando los datos de la vida en común. Saben, por ejemplo, cuándo compraron el piso o la fecha en la que terminaron de pagar la televisión de plasma. Cuando el archivador está lleno y no cabe ni un contrato más, ella escribe en una hojita "archivador" y prepara una salida al centro a comprar otro. Lo elige con mimo, se esmera muchísimo en elegir uno grande, que no se desarme con el peso. En sus tripas crecerá una especie de hijo aritmético, una criatura invisible, hecha de números y de fechas. La operación se repite, invariablemente, cada cierto número de años. Hay visitas de sensibilidad tan fina que advierten que la historia de la pareja no reside en los álbumes de fotos. Ni siquiera en los gestos o en la forma en que los reciben. Tampoco en cómo se cogen las manos o con qué amorosa ternura se hablan. La historia doméstica está en los archivadores. Salvo excepciones,me refiero a familias con un sótano espacioso o familias con escaso sentido de la disciplina en materia financiera, los archivadores se comen la obra entera de Tolstoi o de Benito Pérez Galdós que es, como intuye el amable lector, ingente. La literatura es la que siempre pierde en estos casos. De noche, cuando les aburre lo que programa su cadena favorita, bajan al sótano. Se plantan frente al armario metálico al que confiaron ese tesoro fabuloso y abren, un poco al azar y otro con intención, archivadores grises o verdes. Él advierte que es el rojo el que más abunda. Ella refiere que hace veinte años que fueron al hotelito de la cala. El mar era de un azul deslumbrante.
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Amy
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2 comentarios:
Me veo totalmente reflejado. Lo comparto. Un abrazo
Al igual que Jose luis...yo tmb.
Y creo que todos al menos alguna vez nos vamos a sentir identificados!
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