Este no es sólo el Onetti que más me fascina. Es también la idea de escritor que he tomado como mía y que más enteramente satisface la idea que tengo de escribir y de dedicarme en cuerpo y al alma a ese oficio. En realidad no soy un escritor. No al modo en que lo es Onetti en esta fotografía tomada seguramente en Madrid, al final de sus días, echando en falta sus bares en Montevideo, exiliado a su cabeza y a su nicotina. Los escritores (los que escriben de verdad y dedican los días y las noches a ese empeño, no el que ocasionalmente da unas palabras, suelta un par de parrafitos) siempre se exilian dentro de su cabeza. Ahí está el mundo sin contaminar, el mundo tal como de verdad existe. El de afuera es uno impostado, el que se ajusta al deseo de las cabezas de los demás. Una guerra de cabezas, ya ven. Onetti perdió, aunque ganáramos todos. Pero el escritor apresado en su olivetti, demiurgo sublime, tampoco sirve para vivir.
Mi amigo K. me dijo una vez: Emilio, dejarás de escribir. En cuanto empieces a trabajar, nada más casarte, al tener hijos. No se ha salido con la suya, nada de lo predijo se ha cumplido al trabajar, al casarme, al ser padre, pero tampoco yo con la mía. Sigo atrapado en mi cabeza. Me pregunto si todo el que escribe entra en esta espiral de predicciones cumplidas y de sueños no conseguidos. Si en el fondo, en algún interior remotísimo, uno que nos represente y en el que secretamente estemos, todos queremos ser Onetti. Yo lo deseo por días, a ratos, en el momento en que me doy cuenta del poco fundamento que tienen mis ansias de escribir. A mis cuarenta y cinco ni he escrito una novela todavía.
Mi amigo K. me dijo una vez: Emilio, dejarás de escribir. En cuanto empieces a trabajar, nada más casarte, al tener hijos. No se ha salido con la suya, nada de lo predijo se ha cumplido al trabajar, al casarme, al ser padre, pero tampoco yo con la mía. Sigo atrapado en mi cabeza. Me pregunto si todo el que escribe entra en esta espiral de predicciones cumplidas y de sueños no conseguidos. Si en el fondo, en algún interior remotísimo, uno que nos represente y en el que secretamente estemos, todos queremos ser Onetti. Yo lo deseo por días, a ratos, en el momento en que me doy cuenta del poco fundamento que tienen mis ansias de escribir. A mis cuarenta y cinco ni he escrito una novela todavía.
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3 comentarios:
a mí me ocurre algo parecido, lo que quiero es dejaro de serlo y no puedo.
Cuando escribimos, amigo Emilio, no nos preguntamos si somos o no eso que llaman por ahí "escritor". Escribimos y punto. Tiene que existir una mínima necesidad. Quienes persistimos en esta pasión inútil (que diría de la existencia Sartre), es que aún está oculta una oscura necesidad, una digestión sin terminar, una huida, un sueño,... Quién sabe y a quién le importa. Escribimos y punto.
El día que nos cansemos, no teclearemos más. Y tampoco creo que llegáramos a echar de menos hacerlo.
Es cierto que han existido escritores, de éxito o anónimos, que persistieron en esta necesidad y les persiguió hasta su muerte. Otros, deambulan, picotean letras a ratos dispersos. Hay incluso quienes escriben una novela o un poemario y después se retiran a otras faenas.
En fin, amigo, escribe, disfruta (en sentido figurado, ya que escribir es a veces un mal parto), y punto.
No escribo ni ganas me dan, para lo que puede salir, pero admiro el empeño de los escritores, aunque sean de "parrafitos". Por ellos, disfruto. Que no se mareen la cabeza con tonterías, y escriban. Es todo ponerse en la piel del escritor.
Rosa
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