Siempre hacen falta palabras. Incluso en ocasiones está bien eso de hablar con uno mismo y poner algunas cosas en claro. Quien habla solo, hablará con Dios un día, dijo el poeta, pero a mí todavía no me ha llegado el verbo divino y sigo contándome mis cosas, explicándome el mundo.
Anoche vi a un señor de lo más normal, uno sin encanto reseñable, uno al que no recordaremos nunca aunque nos lo tropecemos un mes entero al tirar la basura o al comprar el pan enfrente de casa, pero lo que me llamó poderosamente la atención es que iba hablando solo. Hablaba en alto, sin pudor, haciendo sus inflexiones de voz, declamando (en trozos) las partes sensibles del texto. Oí domingo y oí jabón y juro que traté de ensamblar esas dos palabras y montar una frase coherente que explicara las razones por las que alguien de pronto arranca a hablar solo por la calle. Le miré con todas las precauciones posibles, pero nunca he sido discreto y no sé disimular así que terminó mirándome con la misma falta de tacto, como a la espera de que yo le confesara mi descaro y le pidiera perdón de alguna forma.
No llegamos a ningún gesto que zanjara esa incómoda situación así que creo que fui yo el que se dio media vuelta y se alejó. De pronto pensé qué diferencia hay entre hablar con alguien y hablar con uno mismo. Lo mejor de los monólogos es que puedes desquiciar el léxico o retorcer los sintagmas o decir justo eso que jamás lograrías contar a nadie. No sé si el señor del domingo y el jabón estaba a mitad de una confesión íntima o recitando un poema de Claudio Rodríguez, pero tal vez esta noche, al sacar la basura o al salir del supermercado o al volver a casa desde el trabajo, me atreva a contarme algo. La mayoría de las veces que habla con alguien termino perdiéndome en la conversación. No sabe uno si dedicar más tiempo a lo que oye o esmerarse en expresar correctamente lo que piensa o si interrumpir con más convicción o no decir absolutamente nada y asentir de continuo.
Dice mi amigo K., al que hace mucho tiempo que no veo, que se me da mejor hablar que escuchar y que eso es malo y me saldrá caro alguna vez. No va K. de amenazas, y menos conmigo, pero desde que me lo dijo he pensado mucho y he llegado a la feliz conclusión de que no tengo nada que decir que pueda serle útil a alguien. Por eso quizá escribo en este blog. Para no quedármelo todo dentro. Caso de que me quede en blanco (entra en lo posible) me dedico a intrigar a los paseantes y ensayo frases absurdas en donde trenes de algodón descarrilan en mis sueños. A ver si algún indiscreto me para y me pide explicaciones. Estoy pasando un bache, un revés, un agujero, un no sé qué me pasa, que ni yo mismo me entiendo...Al menos a nivel semántico. Cuento, al menos, con la hoja en blanco, con ese infinito espacio de libertad absoluta. Me sigue fascinando la escritura, me sigo poniendo un poco en trance cuando junto unas palabras con otras con la ilusoria pretensión (quizá alguna vez certera) de escribir algo hermoso. La belleza, ya voy entendiendo algo de estas cosas al cabo de muchos años de lectura y de casi otros tantos de escritura, se aleja a poco que uno se esfuerce en alcanzarla. Está, sin embargo, a la mano, en la cercanía doméstica del alma, cuando no interponemos esfuerzo alguno, cuando el numen (qué será eso del numen) nos roza y nos bendice. Igual hay un dios, uno rudimentario y caprichoso, no crean que de pronto me ha dado una vena teológica, que anda guiando mis palabras y soy, como en el poema del ajedrez de Borges, una pieza que está siendo movida y hay un conductor arriba, uno también guiado y así ad infinitum. Me ha salido el latinazo. Perdonen la pedantería del viernes. Cosa de esa libertad absoluta. Libertinaje en ocasiones. Al salir luego a la calle, si encarta, hablo solo. No es la primera vez que ensayo unas frases. Unas copulativas, unas adversativas, un par de preguntas. Ya saben: el bache, el revés, el agujero.
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9 comentarios:
Me has recordado a mi adolescencia (eso anima, no? Jajaja) cuando estaba sumergida en un bache continuo, en un revés y en un agujero de tristeza profundísimo, y cuando alguien me preguntaba que qué me pasaba no alcanzaba a responder otra cosa que ese "no sé qué me pasa". Ese desconcierto por no saber es como perderse enmedio de la selva sin haber visto nunca un árbol.
Besitos, amigo.
Yo paso por esos baches muy frecuentemente. Ese desconcierto, como dice Isabel, es bueno. Te hace sentir vivo. Lástima el que lo tenga todo claro, claro.
Buen blog, sind uda.
No hay edad para el desconcierto. La brújula se nos estropea de vez en cuando y no hay quién sepa dónde está el norte, ni siquiera si es necesario ir a alguna parte...
Las palabras pueden ser una eficaz terapia, un desahogo, pero también una dulce excusa, nuestra coartada, el opio del triste...
Callar y escuchar silencios que gritan es en ocasiones el mejor psiquiatra. Si callas, aunque sea un poco, tus lectores perdemos en el intento, pero ¿qué vale más, el hombre o la pluma?
CONVERSAR, así, en mayúsculas, es un acontecimiento feliz que desgraciadamente no se da siempre que intercambiamos palabras con el prójimo. Hablar solo siempre pensé que era consecuencia de la soledad. Escribir ... no sé si es conversar con uno mismo voceando en silencio la soledad, dejando que lo sepa quien nos lee, en lugar de quien nos ve (como se dejaba ver ese 'hombre de lo más normal, sin encanto especial').
Esperaremos a ver qué hay después del bache y el agujero. Escuchar cómo Vd. habla solo es un placer para otros.
Un saludo, Emilio.
Está bien eso de volver a los 17 después de vivir un siglo, como decía Rosa León hace un siglo y medio, casi, Isabel. Son voces de dentro aireadas, no más. Un beso grande. Me encanta verte.
Es bueno, Ana Isabel, te hace humano, te hace vivo, te hace perplejo. Gracias.
Las palabras son el opio del jubiloso también, no sólo del triste, Ramón. Buen comentario, amigo.
Hay muchas soledades. Incluso algunas, compartidas, zim. Uno habla lo que puede y a veces no hace otra cosa (al escribir, v.g.) que hablarse a uno mismo. Sólo eso tal vez. Y más en un blog. Un solo lector ya vale para producir el prodigio de la comunicación.
...que ni yo mismo me entiendo.El espejo de los sueños es un buen remedio para melancólicos,parafraseando al admirado Bradbury.
Un cordial saludo.
Casualidad de las casualidades: alguien ayer me dijo si había vuelto a Bradbury, años después, y hoy leo esto. Está bien.
Pasa con frecuencia y no necesitan invitación. Los baches, agujeros o no se qué están ahí. Todos los vivimos y ninguno lo hace del mismo modo. Los míos me parecieron los más profundos... hasta que conocí a quien vivía en los abismos. No creo que necesites soga para salir. De hecho, bastará con escucharte. Aprovecha, eso sí, para escribir. Los momentos de melancolía sin motivo son los más generosos en ese aspecto y los más jodidos en todos los demás.
Tiene usted un pecho bondadoso, y está bien hacerlo "ventana".
Me quedo con muchas cosas, parece que somos muy iguales, pero me resulta increíble sobre todo que coincidamos en dos: Bill EVans y Borges. Son mis pasiones en música y en literatura. Me encantaría a nivel privado entablar contigo alguna conversación al respecto. ¿Dónde puedo encontrar su correo electrónico ? ¿En esta página? ¿Tiene facebook o tuenti o alguna red social a la que acudir?
Agradecido.
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