España no es un país partido en dos ni un problema al modo en el que los de la generación del 98 entendieron: España es un país de cuento de hadas, una narración metafísica, un puñado de huertas y de caminos, de valles y de montañas y de ciudades de costumbres milenarias y gente buena buena de verdad.. Lo que garantiza la pervivencia de esta singularidad mitológica es el amor al terruño puro, la fe inquebrantable en los santos que la tutelaron antaño y la certeza de que ningún progreso de ningún orden (moral, económico, intelectual) podrá desviar el camino trazado en la antigüedad. Da fe de este argumento el hecho de que uno de los dos partidos mayoritarios, receptorio de un buen puñado de votos de una de esas dos hipotéticas Españas se haya presentado ante el santo Apóstol de Santiago y le haya pedido, en plan carta con membrete, con pompa y circunstancia católica, bien pertrechados de incienso, salmos y crucifijos, que vengan tiempos mejores y ellos, los subscribientes del deseo, estén ahí para gestionar el ingreso en la nueva felicidad comunitaria.
Imagino, en mis pocos alcances en asuntos de alta política, que la España descreída, la que no comulga con los santos del cielo, estará perpleja y que la otra, la creyente, la que confía en que el apóstol interceda, estará entusiasmada con la pirueta metafísica de Rajoy y los suyos. Caso de que el paro vuelva a números soportables y la economía ice vuelo y nos sonrían las cuentas habrá que volver a la Catedral y dar las gracias debidas. Y si nada de eso sucede y sigue sangrando España por todas sus autonomías siempre podremos acudir al recetario de excusas y decir que las figuras de la Iglesia no condescienden a interferir en empresas tan alejadas de su campo de trabajo, que suele hocicar más en lo etéreo, en el sufragio universal y ciego de la fe y de la salvación por las buenas obras y el recto proceder cristiano. Dios, que igual esté vigilando mi prosa en este momento, no creo que vaya a caer en ese paternalismo y dé a su cohorte de santos instrucciones fiables y precisas sobre la reconstrucción del templo. El mundo está como está, y la casa propia la adecenta el dueño. En todos los casos posibles.
Que un político de talla o, al menos, de uno con ese respaldo en las urnas, se haya arrojado al proceloso mar de las súplicas celestiales enseña al profano lo poco que hemos avanzado y lo mucho que nos queda que aprender. Creo yo que la fe es una cosa tan personal, de arraigo tan interior en el creyente, que no se puede implorar, en los tiempos que vivimos, que los problemas se solucionen por la vía mística. Es tan gordo el peso que tenemos que levantar que suena a frivolidad, a llamamiento sentimental o a reclutamiento descarado de votos sensibles y cómplices, este arrebato popular.
Una cosa es el respeto a las creencias religiosas y otra, bastante distinta, la confianza en que sea posible una injerencia milagrosa y de pronto, por obra del cielo, el Gobierno (que en este caso no pinta en este deseo nada de nada) encuentre la varita mágica al desempleo, por nombrar un cáncer, y el pueblo vuelva a la bonanza aznarista, a ese periodo de crecimiento asombroso en donde la provisión de fondos se desfondó. La clase media y la clase baja, los que no alcanzan a fin de mes y los que no alcanzan ni a la primera semana, pueden respirar tranquilos. Todo lo que pueda pasar es que la economía renazca de sus barros y haya algún avispado que lo atribuya a la gestión del Santo Patrono gallego.
Mientras tanto, a pie de calle, molidos a deudas, seguimos en penumbra. Si Rajoy y la cúpula del PP quiere postrarse ante un santo, que lo haga en capilla privada, lejos de las cámaras, en petit comité, en Génova, en donde les plazca, y que sus voluntos milagrosos queden en casa. El cristiano al que más admiro, tengo entre mis allegados y amigos algunos que verdaderamente creen y a los que respeto hasta el desmayo, es el que no hace propaganda de su fe, el que en casa, en esa privacidad espiritual, pide a Dios que ayude a los suyos y, de camino, eche también una mano a la patria, que anda estos días de capa caída o herida o muerta. Y encima vienen los argentinos y nos meten cuatro y un serbio de nombre ya olvidado cuela desde nueve metros un triple que nos sacude del sueño del oro. Está visto que cuando el deporte falla, está pasando, la patria hace más aguas. Nos habíamos acostumbrado a vivir en la opulencia deportiva. Igual en el gol de Iniesta en Sudáfrica colaboró algún santo local. De Albacete, imagino. A mí, que estuve en Santiago este verano y vi bien de cerca al mentado Apóstol, no se me ha aparecido todavía la luz de la confianza, el sencillo camino de la fe.
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Imagino, en mis pocos alcances en asuntos de alta política, que la España descreída, la que no comulga con los santos del cielo, estará perpleja y que la otra, la creyente, la que confía en que el apóstol interceda, estará entusiasmada con la pirueta metafísica de Rajoy y los suyos. Caso de que el paro vuelva a números soportables y la economía ice vuelo y nos sonrían las cuentas habrá que volver a la Catedral y dar las gracias debidas. Y si nada de eso sucede y sigue sangrando España por todas sus autonomías siempre podremos acudir al recetario de excusas y decir que las figuras de la Iglesia no condescienden a interferir en empresas tan alejadas de su campo de trabajo, que suele hocicar más en lo etéreo, en el sufragio universal y ciego de la fe y de la salvación por las buenas obras y el recto proceder cristiano. Dios, que igual esté vigilando mi prosa en este momento, no creo que vaya a caer en ese paternalismo y dé a su cohorte de santos instrucciones fiables y precisas sobre la reconstrucción del templo. El mundo está como está, y la casa propia la adecenta el dueño. En todos los casos posibles.
Que un político de talla o, al menos, de uno con ese respaldo en las urnas, se haya arrojado al proceloso mar de las súplicas celestiales enseña al profano lo poco que hemos avanzado y lo mucho que nos queda que aprender. Creo yo que la fe es una cosa tan personal, de arraigo tan interior en el creyente, que no se puede implorar, en los tiempos que vivimos, que los problemas se solucionen por la vía mística. Es tan gordo el peso que tenemos que levantar que suena a frivolidad, a llamamiento sentimental o a reclutamiento descarado de votos sensibles y cómplices, este arrebato popular.
Una cosa es el respeto a las creencias religiosas y otra, bastante distinta, la confianza en que sea posible una injerencia milagrosa y de pronto, por obra del cielo, el Gobierno (que en este caso no pinta en este deseo nada de nada) encuentre la varita mágica al desempleo, por nombrar un cáncer, y el pueblo vuelva a la bonanza aznarista, a ese periodo de crecimiento asombroso en donde la provisión de fondos se desfondó. La clase media y la clase baja, los que no alcanzan a fin de mes y los que no alcanzan ni a la primera semana, pueden respirar tranquilos. Todo lo que pueda pasar es que la economía renazca de sus barros y haya algún avispado que lo atribuya a la gestión del Santo Patrono gallego.
Mientras tanto, a pie de calle, molidos a deudas, seguimos en penumbra. Si Rajoy y la cúpula del PP quiere postrarse ante un santo, que lo haga en capilla privada, lejos de las cámaras, en petit comité, en Génova, en donde les plazca, y que sus voluntos milagrosos queden en casa. El cristiano al que más admiro, tengo entre mis allegados y amigos algunos que verdaderamente creen y a los que respeto hasta el desmayo, es el que no hace propaganda de su fe, el que en casa, en esa privacidad espiritual, pide a Dios que ayude a los suyos y, de camino, eche también una mano a la patria, que anda estos días de capa caída o herida o muerta. Y encima vienen los argentinos y nos meten cuatro y un serbio de nombre ya olvidado cuela desde nueve metros un triple que nos sacude del sueño del oro. Está visto que cuando el deporte falla, está pasando, la patria hace más aguas. Nos habíamos acostumbrado a vivir en la opulencia deportiva. Igual en el gol de Iniesta en Sudáfrica colaboró algún santo local. De Albacete, imagino. A mí, que estuve en Santiago este verano y vi bien de cerca al mentado Apóstol, no se me ha aparecido todavía la luz de la confianza, el sencillo camino de la fe.
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8 comentarios:
Me gustan tus letras cuando te pones incisivo (menos lírico, más prosaico), cuando te cabreas (un cabreo popular, de barrio y tasca). Es la palabra descreída, digestiva, la de la cola del paro y la cerveza de mediodía. Y si incluye apóstol, pues mejor.
Un saludo y buen fin de semana. El primero tras el parón (que no fue tanto).
En mi casa dejé otra perla (sobre "el Neira"), por si...
Je, je, je, qué agudo, Emilio, qué bueno, qué bueno de verdad. Son todos unos mamarrachos. Los que piden a Dios,mamarrachos de misa, ya está.
Rafa
Y tú eres mi bloguero favorito, ea. Por los buenos ratos que das, y en tema "apostólico", te luces...
Ana
La solución de España, resulta evidente, no pasa por abrazar al Apóstol Santiago y pedir públicamente su arreglo. Como muy bien dices este arrebato de súplica celestial se debe más bien a un reclutamiento descarado de votos sensibles y cómplices.
Soy creyente, cristiano, voy a misa, y en ocasiones le pido a Dios que nos libre de politicuchos sin más idea que el poder y del odio de los intolerantes e intransigentes.
Ah¡ Y respeto la opinión de los que no insultan cuando expresan la suya.
Pre-lírico, Ramón, post-bruto. Porque a veces la realidad te pone bruto y te hace olvidar la poesía y lanzarte al fango. Si incluye apóstol, pues mejor, sí, tal vez.
Todos, Rafa, en el mismo saco. Los de un ala y los de otra. Todos tienen sus vicios, su querencia a la urna. Y el político, al cabo, es un obrero y busca la defensa a ultranza de su puesto de trabajo. Así de claro.
Gracias, Ana. Lees poco para que este blog sea tu favorito. Eso te digo. Gracias, "anyway"
Tú, creyente, cristiano, de misa, te sentirás perplejo como el no cryente, el no cristiano, el no de misa. Todos somos, en el fondo, materia sensible, gente buena de unas creencias y gente buena de otra, pero con las cosas del corazón, o del alma, se debe jugar poco o no jugar nada, Pedro. Y tú, en tu atalaya cristiana, estarás espantado de que estos que nos gobiernan jueguen con tus símbolos, con lo que te es más particularmente afín. Uno puede pedir lo que quiera en casa, en la oscuridad de su habitación, antes de conciliar el sueño, y hablar con Dios, pero no está bien que, mientras hablas, te filmen, te hagan propaganda, usen tu petición para fines un poco bastardos. En fin... Qué buen ratico de feria. El sombrero de paja te sienta de maravilla, a pesar de la opinión de tu Blanca, jeje. Un abrazo.
Los tripulantes de la Perla Negra, que acabo de ver con mi hijo, no se pueden morir, dice él. Los políticos tontos, Dios los guarde muchos años, no se dejan "morir". Sigu7en y siguen y siguen y siguen.... Y nos joroban y nos joroban y nos joroban... Y Dios, en sus altura, yo también soy, a mi manera, creyente, pasmado, pensando: ay, qué gente más inútil hice...
Enhorabuena, de verdad, por su inteligente blog.
Rajoy, Zp, todos esos, a rezar al pueblo, a pedirles perdón por los pecados que cometen, a enseñar las vergüenzas y a esconderse después. Malos políticos, mala gente.
Ricardo Muñoz Piedra
No pocas veces tengo la sensación de que tomamos más en serio lo 'sacro' quienes no hemos sido tocados por la gracia de la fe. Puede que tomarla tan en serio sea lo que nos impide abrazarla ... quién sabe ... A mí me avergüenzan ajenamente este tipo de practicantes, debo ser una exigente (perdón por las, no sé si llamar, aliteraciones).
Un placer leer sus análisis.
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