9.12.06

EL ILUSIONISTA : Htichcock y un conejo





Tiene El ilusionista trazos de cine de muchísima altura y contiene momentos donde esa excelencia es nítida y manifiesta. Por otro lado, El ilusionista es una película de talante comercial, pertrechada tras un argumento comercial y serenamente dibujada, montada y ejecutada como una película enteramente comercial. Que la comercialidad sea una lastre para lo sublime nos hace restar epítetos a esta cinta de Neil Burger, aunque bien mirada, contemplada con ese regusto de haber pasado dos horas de placer en una sala de cine, El ilusionista es un producto nobilísimo, ameno en todas sus máscaras, que tiene algunas, y fácilmente recomendable para dos tipos de públicos: aquél que no se pierde ninguna golosina y va al cine por obligación ética ( y éstetica, y moral, y vital ) y aquél que no va nunca. Para ése último, está El ilusionista y, a lo mejor, se le cuela el gusanillo de dejarse caer de cuando en cuando por una sala de cine: son oscuras, tienen magia, tanta como la del escenario en la que Eisenheim ( Edward Norton ) obra sus prodigios e inoculan en el espectador un veneno lento, cuanto más lento, más imperecedero.
Muy inteligentemente terminada, a pesar de que en algún momento pareciera que todo se vaya a ir al garete, El ilusionista convence por una propuesta lúdica, sentimental y humana competente, creíble ( a pesar de la fantasía de las mariposas, de los pañuelos que desaparecen y de las emanaciones espectrales que pueblan el escenario del mago ).
La historia es buena, bien armada de trucos, en la pantalla, en el guión, en las palabras que se dicen y en los gestos que se hacen: homenaje a la magia, en estos tiempos de sobrio minimalismo o de fuego de artificio infográfico en las propuestas cinematográficas que llaman al público al cine. El ilusionista queda en un meritorio término medio, en un limbo de dignidad para que todos paledeemos, sin alardes, sin la floritura del gourmet cinéfilo que a todo le pone peros, una cinta (insisto) encantadora, y la palabra tiene fondo y una paloma vuela el cielo de la página y deja caer un ornitorrinco.
Lastrada, en su demérito, por una historia política no excesivamente clara ( tampoco es su propósito: no podría serlo ), la cinta se deja querer por la absoluta claridad expositiva a la hora de desgranar la historia: da igual que al indagar un poco en la Historia se aprecie que Burger mienta un poco. El cine o la literatura manipulan la realidad a su antojo: la deforman, la amplifican, se arroban el legítimo derecho a especular y aquí, eso está meridianamente claro, hay especulación, y mucha.
Concluyo con una última reflexión: Paul Giamanti, a este paso, va a ser mi actor favorito. Edward Norton está bien ( sin más ) como el ilusionista enamorado y Jessica Biel, la amada, es un florero bonito en una mesa rococó.
En estos tiempos en que no se hacen películas de época, ésta va a hacer época. Por escasas.

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